Dejando a un lado la religión, pocos dudan que un hombre llamado Jesús vivió hace 2.000 años, en parte de lo que hoy se conoce como Israel.
También que era un judío disidente que acabó liderando un grupo de seguidores y que sus acciones terminaron molestando al Imperio romano.
Por eso, en la víspera de la Pascua -o Domingo de Resurrección- finalmente fue condenado, torturado y asesinado por crucifixión, una práctica común de la pena capital en ese momento.
Tras su muerte, sus seguidores se encargaron de difundir sus enseñanzas. La historia terminó y comenzó el mito, la religión, la teología.
Esta transición se produjo principalmente gracias a un prolífico escritor de la época, pionero de la Iglesia cristiana y autor de muchos textos que ahora se encuentran en la Biblia: Paulo de Tarsus (c. 5-67).
En la década de los 50 del primer siglo de nuestra era, unos 20 años después de la muerte de Jesús, De Tarsus escribió siete cartas cuyos textos han sobrevivido todos estos años.
“En estas cartas notamos que hay un cambio de enfoque. Paulo ya no trabaja con el Jesús histórico, trabaja con el Jesús de la fe“, explica el historiador André Leonardo Chevitarese, autor de, entre otros, Jesús de Nazaré: Uma História História, y profesor del programa de posgrado en Historia Comparada del Instituto de Historia de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).
Dicho esto, la primera conclusión es que, sin tener en cuenta la religiosidad derivada de su figura, Jesús fue un condenado político.
“El Jesús histórico ha conocido una muerte política. La religión y la política están muy unidas, sobre todo cuando se trata de un liderazgo popular”, añade Chevitarese.
“No hay forma de separar las andanzas [de Jesús] como algo solo político o simplemente religioso. Las fronteras no están claramente definidas. Y eso termina siendo clave para entender el movimiento de Jesús con aquel Jesús [aún vivo] y el movimiento de Jesús sin Jesús [después de su muerte, con la predicación de los primeros seguidores]”.
Pasión y muerte
La muerte en la cruz, cuyo simbolismo acabó por confundirse con la propia religiosidad cristiana, no era un acontecimiento raro en esa época.
“La crucifixión era la pena de muerte utilizada por los romanos desde el 217 a.C. para los esclavos y todos aquellos que no eran ciudadanos del Imperio“, explica el politólogo, historiador especializado en Medio Oriente y escritor italiano Gerardo Ferrara, de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma.
“Era una tortura tan cruel y humillante que no estaba reservada para un ciudadano romano. Era precedida por el flagelo, infligido con diversos instrumentos, según la procedencia y el origen social de los condenados”.
“La crucifixión no fue una invención romana, pero estaba muy extendida en el Imperio romano. Formaba parte de una rutina dentro de los territorios que ahora llamamos Israel”, señala Chevitarese.
“Aproximadamente 40 años después de la muerte de Jesús, cuando Jerusalén fue tomada, miles de judíos fueron crucificados”.
Los Evangelios narran las últimas horas de Jesús, detallando su sufrimiento.
Según las Sagradas Escrituras, fue trasladado de un lugar a otro durante estas horas de juicio, con algunas vacilaciones por parte de las autoridades.
Chevitarese dice que históricamente esto no puede ser cierto. Y esto es porque, de acuerdo con los relatos, Jesús fue asesinado la víspera de la Pascua judía.
“La fiesta de Pascua es una fiesta política, porque es cuando se celebra el paso de la esclavitud a la libertad, la salida del pueblo hebreo de Egipto a la ‘tierra donde fluye la leche y la miel'”, recuerda el historiador.
“Así que imagina: una ciudad rebosante de judíos, ¿cómo la autoridad romana pudo haber puesto a un judío a cargar una cruz alrededor de la ciudad, en medio de tantos judíos? Sería una invitación a la rebelión. Con una persona como Jesús nadie podría haber perdido tiempo. Fue capturado y crucificado inmediatamente”, señala.
Para Chevitarese, los informes que existen que dan cuenta de los hechos entre la detención de Jesús, en la madrugada del jueves al viernes, y su crucifixión, horas después, no son históricos; son teología.
Unos días antes, en lo que terminó siendo el Domingo de Ramos, Jesús había entrado a Jerusalén. Fue una rara aparición suya en una gran ciudad, lo que lo habría convertido en un blanco fácil para las autoridades.