1- La dolarización es un proceso positivo porque ha estimulado la economía y ha aumentado la oferta de bienes y servicios. Persisten muchas desigualdades sociales que se corregirán en el futuro.
No existe tal “dolarización” de la economía. Lo que si es cierto es el Efecto Bodegón, un alud de productos a precios inalcanzables para la población, pero que dentro de la esquizofrenia de la economía ha tenido un efecto positivo para los consumidores. Venezuela se ha convertido en una inmensa lavadora de divisas que el régimen ha estimulado abiertamente permitiendo la importación de bienes y servicios sin pago de impuestos y en condiciones de generar ganancias muy importantes para los importadores enchufados. Los salarios no están dolarizados, de hecho el salario ha sido pulverizado, los precios de los servicios médicos son exhorbitantes, como lo ha experimentado cualquier familia venezolana de las miles que han tenido que lidiar con sus propios medios con el COVID, la inflación ya sobrepasó cifras astrónomicas difíciles de entender (https://www.in2013dollars.com/Venezuela-inflation), y bajo ningún respecto se van a corregir las desigualdades sociales a menos que ocurra un cambio en el sistema de gobierno de la nación.
2- Las sanciones impuestas por la comunidad internacional han causado muchos problemas a la economía y son parcialmente responsables de la emergencia humanitaria continuada que vive Venezuela. Si se levantan las sanciones, la situación mejorará considerablemente.
Las sanciones tienen poco que ver con la lamentable situación del país. El sector público de la economía, especialmente la industria petrolera, está endeudado y en situación crítica debido a la pésima gestión gerencial y a la corrupción galopante. El sector privado ha sido víctima de expropiaciones y nacionalizaciones arbitrarias que lo han sumido en un total desarreglo, llevando las inversiones y el salario de los trabajadores a su peor situación en décadas. Por supuesto que el régimen ha intentado por todos los medios construir una matriz de opinión según la cual las sanciones internacionales han arruinado al país. La verdad de la historia es que las sanciones que más preocupan a los prohombres del régimen son las impuestas sobre funcionarios y operadores del régimen como Alex Saab, o las condenas por tráfico de drogas y otros delitos como las aplicadas a los familiares de Cilia Flores.
Las sanciones juegan un rol vital en la presión internacional para que el régimen acceda a que en Venezuela se realicen elecciones presidenciales libres y con supervisión internacional. Intentar debilitar esta fortaleza y acogerse a la perversa campaña del régimen es un despropósito total para la lucha por la recuperacíón de la democracia y la libertad en Venezuela.
3- Las inversiones internacionales y la privatización de empresas en Venezuela abrirán la puerta para el crecimiento económico del país y permitirán reducir la carga de empleos en el sector público.
En Venezuela queda muy poco por privatizar, excepto las otrora llamadas “industrias básicas”, esencialmente el sector petrolero y minero. No se trata tan sólo de que buena parte de la economía privada ha sido estatizada o, más bien, convertida en víctima del inconstitucional Estado Comunal. El asunto es que el régimen, en su intento de usar el petróleo como un instrumento imperialista en el Caribe, ha instaurado el mecanismo de un presupuesto paralelo para disponer a su antojo de los fondos provenientes de la industria, y la ha pervertido a niveles inimaginables. Lo mismo se puede señalar de la minería, entregada a la explotación de potencias extranjeras y a la guerrilla colombiana en el Arco Minero, en alianza con bandas nacionales, que se ha convertido en una catástrofe ambiental de dimensiones colosales.
Nuestros optimistas analistas, se resisten a entender que no hay nada accidental ni de mala gestión en la acción del régimen, sino una conducta brutal y sistemática de imposicíon de control social y político a través del miedo y del hambre. Siguiendo esta ruta implacable, se han ido despejando dos escenarios que apuntan a garantizar la permanencia indefinida del chavismo y sus herederos en el poder. Se trata de la elección de un modelo, con sus ajustes tropicales, de lo que en otro escrito he llamado, el mejor de los infiernos. Una deriva posible, a falta de una mejor denominación, es el modelo Cubazuela, autoritarismo con pobreza y control social extremo. El otro camino que, por analogía con el anterior, bien podría llamarse Chinazuela. Un modelo también autoritario, pero con apertura económica a los capitales que se sometan a los esquemas corruptos de manejo de la economía que el régimen ha instaurado. En ambos rumbos se perdería irremisiblemente la posibilidad de revertir la disolución de la nación y el restablecimiento de la democracia y la libertad.
Mi convicción personal, pero puedo estar errado porque las señales no son inequívocas, es que el gobierno de facto, usurpador de la soberanía popular, está dando indicios de inclinarse hacia el modelo de Chinazuela. Es importante entender que una salida de este tipo puede ser perfectamente aceptable para Cuba, que se seguiría beneficiando abiertamente de nuestros recursos, y, paradójicamente, para una parte de la comunidad internacional que vería con interés que se resolviera la grave crisis regional que el éxodo venezolano ha impuesto sobre sus vecinos.
El gobierno interino de Juan Guaidó, tiene aún una ventana de tiempo para oponerse al tránsito de Venezuela hacia alguno de los dos infiernos terminales de la crisis de nuestro país. Ello significa usar de manera decidida el apoyo que todavía existe en la comunidad internacional para usar la presíón de las sanciones para obtener un esquema de elecciones presidenciales libres y parlamentarias libres y verificables. Pero tal acción es literalmente imposible si no se dispone de un liderazgo y una estrategia unificados de la resistencia democrática que puedan ofrecer una voz única a la comunidad internacional.
Tiempos oscuros para la nación. Tiempos de unificar a la sociedad civil en la diáspora y en Venezuela, junto al liderazgo político, de conjurar los demonios de la fractura interna, para enfrentar un desafío histórico terminal de la existencia de Venezuela como nación democrática y libre.
Vladimiro Mujica