“Me quedo y muero de hambre, pero al salir estoy a riesgo de infectarme”, es la frase que se repiten todos los días la mayoría de los venezolanos de a pie, quien deben priorizar entre comer o quedarse en sus casas ante la amenaza y letalidad que trae consigo la pandemia del COVID-19.
Por Guiomar López | LA PRENSA DE LARA
Expertos aseguran que la pobreza está más golpeada por un año de pandemia sin capacidad de respuesta hospitalaria, que afectó una economía hiperinflacionaria y sin respaldo a las empresas, mientras el salario mínimo no llega a los $ 2. La migración es forzada al trabajo informal y la necesidad es diaria por llevar el pan a la mesa, aun a la espera por sólidos programas sociales acordes a la realidad.
El rostro cansado de José Gregorio Jiménez habla de su desgaste físico, ese que se empeña en quitarle peso. No sabe de cuarentena radical, porque debe salir todos los días a trabajar y garantizar la comida a su familia. A las 4:00 a.m. amanece para él, porque reside en el norte de Barquisimeto y por la falta de efectivo, le toca aguantarse la cola para tomar un autobús de Transbarca. Allí se monta como puede, porque en estas unidades al igual que en resto del transporte público tampoco respetan la norma del distanciamiento y al cubrir toda la capacidad de los asientos, los usuarios terminan en doble fila en el pasillo y los estribos atiborrados. Teme al riesgo del contagio, más aún en aquellos días de lluvia, cuando el abuso se refleja en las ventanas nubladas por el vapor de ese gentío.
“Uno trata de cuidarse, usando el tapaboca. Te arriesgas en todo momento”, admite este señor que no llega a los 50 años y no le alcanza el sueldo que devenga en un comercio asiático. Le toca buscar otros “tigritos” y así complementar con ciertos trabajos en herrería, carpintería o cualquier otra oferta. “La salud es importante, pero el hambre ataca fuerte”, señala con tristeza el sacrificio diario y exposición que empieza en la deficiencia del servicio del transporte en el arranque de esa rutina con escenarios que no saben de distanciamiento, ni de ventilación y hasta con la inconsciencia de algunos, negados al uso obligatorio del tapaboca.
Esa es una breve radiografía de lo que viven muchos venezolanos, que, si deciden cumplir la cuarentena, temen es morir por falta de alimentos. “La pandemia dejó una contracción económica en el mundo, duro golpe a los empleos formales y a las pequeñas empresas. Cualquier emprendimiento fue víctima de esto, más aún en Venezuela con la economía destruida e hiperinflacionaria”, lamentó el comisionado presidencial para Emergencia en Salud y Atención Sanitaria al Migrante, José Manuel Olivares.
Olivares destaca que en Venezuela hay un trecho de diferencia con otros países europeos y otros latinoamericanos que han salido adelante pese a la pandemia, pues en Venezuela al no tener planes económicos de soporte para la pequeña industria y generar confianza en el mercado, desde la capacidad hospitalaria, aplicación de pruebas masivas y un verdadero plan de vacunación.
Olivares denuncia que no existe un programa real de apoyo y tampoco la garantía de confianza, mientras el nivel de pobreza puede superar a Haití. Se refiere a la falta de una política sostenible de programas sociales que acompañe a las familias más afectadas, sin someterlas al jaque mate del hambre y coronavirus. Un ambiente con más de 133 millones de infectados y casi 3 millones de fallecidos en el mundo, mientras hay más de 170 mil venezolanos contagiados y se superan los 1.700 decesos.
Contra la pared
El riesgo – beneficio encierra una preocupación latente en quienes perdieron un empleo formal y deben estar expuestos a una posible cadena de contagio. “Es el dilema que enfrenta ese 70% de pobreza nacional entre la comida y la salud”, explica Huniades Urbina desde la Academia de Medicina, de la salida forzada, sin el debido cerco epidemiológico ni una planificada inmunización de rebaño. Venezuela ya tiene 13 regiones con la variante brasileña, que intensifica los síntomas, es más contagiosa y hasta a riesgo de resistirse a los anticuerpos por la vacuna. Dicho antiviral puede contrarrestar su agresividad, pero de igual forma a riesgo de reinfectar a recuperados y hasta atacar a inmunizados. No se debe bajar la guardia en la prevención.
“El gobierno nos está condenando por su negligencia a más pobreza y hambre. Razones de supervivencia”, criticó José Félix Oletta, ex ministro de Salud, ante las proyecciones que hablan del derecho a la seguridad alimentaria, mientras tampoco se controla y protege ante el coronavirus. Tal como se evidencia en el reciente anuncio de 250 mil vacunados en los primeros 45 días, siendo apenas el 1.6% de lo que se debería. “A ese ritmo, en 7 años se cubrirá el 70%, esos 15 millones de personas”, cuestionó.
Dichas cifras marcan la preocupación de expertos frente a los estragos de la flexibilidad en diciembre y carnavales 2.021, con una segunda ola más explosiva por la variante brasileña y aún se preguntan por la aplicación de pruebas masivas, con diagnósticos a tiempo y así controlar desde los focos de los casos sospechosos, positivos y probables. Un escenario que busca a ese grupo de contacto estrecho y cercar para evitar contaminación.
María Teresa Pérez, como doctora y diputada de la Asamblea Nacional de 2015, recalca que “no hay una varita mágica de resistencia, ni programas sociales que impidan la exposición del pueblo por buscar comida”, quien ha escuchado decir que “lo peor es el hambre, porque lo sientes todos los días”.
Califica como un desinterés por la salud pública, cuando el gobierno se niega a recibir la vacuna por mecanismo Covax, mientras la AstraZeneca sigue siendo aplicada en otros países del mundo y su garantía está avalada por instancias internacionales. “Necesitamos más vacunas y cuando reciben aseguran para su entorno”, denunció y se pregunta “¿Cómo pueden amparar a la colectividad, cuando ni siquiera han protegido al sector salud?”. Se refiere al reclamo perenne desde centros asistenciales que no dotan de los implementos de bioseguridad al personal. Una consecuencia reflejada en la fatalidad para 442 víctimas del Covid 19 durante la pandemia hasta el 5 de abril de 2.021, según médicos unidos.
Sin recursos para estar en la casa
“¿Cómo hace una persona de escasos recursos para mantenerse en casa?”, indaga Marino Alvarado Betancourt, desde el programa en derechos humanos Provea, acerca de la falta de un plan social y dotación a las familias que evite la frecuente salida a la calle.
La referencia de los subsidios eventuales al mes, arroja el bono reciente de Bs. 6.670.000, cuyo monto no alcanza para comprar un cartón de huevos y se anunció otro por motivo de cuarentena radical por Bs 15 millones, que llevado al mercado alcanzaría para 2 o 3 artículos.
Según Alvarado, esta situación no es posible, al pretender que con apenas el equivalente a $ 3 se pueda hacer abasto. Compara con otros países como Ecuador, cuyo aporte del Estado es de $ 250 para familias afectadas y en otras economías hasta superan los $ 300.
Dicha relación la enfoca en el contexto de hiperinflación, que desde hace varios meses, impide realizar las compra de los víveres, carnes y demás productos para una semana. Esto se evidencia en las compras interdiarias en supermercados.