Los hechos históricos sólo tienen importancia en la medida
en la cual condicionan nuestra conciencia y la modelan en el
transcurso de nuestro devenir.
Ángel Bernardo Viso
Publicado por vez primera en 1982 en Caracas, el libro en comentario es, por un lado, un particular reclamo a nuestra incapacidad como venezolanos para incorporar el pasado a nuestra identidad nacional, y por el otro, una personal búsqueda de explicación a nuestra capacidad para vivir en permanente ruptura. En efecto, Viso constata que “si del presente alzamos la vista hacia el pasado, percibimos igualmente nuestra historia, salvo algunos momentos afortunados, como una sucesión de vías sin salida, que hemos logrado abandonar gracias a revoluciones sin número, y que invariablemente han conducido a nuevos atolladeros.”
Con aguda claridad nuestro escritor reivindica la figura de nuestros antepasados: los indios, “esos seres sin rostro (…) a los que todavía no conocemos, a pesar de que llevamos su sangre”. Sin embargo, con el mismo claror se lamenta de que nuestra historia ha sido fabricada con fines pedagógicos y patrióticos por políticos e historiadores, y sentencia que “detrás de la epopeya oficial de nuestros caciques sólo se oculta una serie de nombres sin contenido concreto. A cada uno de ellos se le ha forjado una historia a partir de un hecho real o imaginario, con la finalidad de de poder justificar una plaza, un fuerte, una avenida o una estatua. ¡Pobres caciques!”
Para Viso el desconocimiento de nuestros antepasados indígenas es para el venezolano tan intenso como el escaso conocimiento que tiene de su vertiente española que “viene primero de fuera que de dentro porque la identidad del yo español y el yo americano se rompió hace alrededor de 170 años”. A esta ignorancia se suma activamente el rechazo a lo español avivado por posiciones extremas que convirtieron a la Leyenda Negra en historia oficial, pretendiendo que el venezolano sienta más orgullo en descender de Guacaipuro que de Alonso de Ojeda. Estas posiciones asumidas cada vez con más intensidad por la dirigencia política han llevado, según el ensayista, a negar a España, a denostar de la herencia de Occidente, y lo que es más grave, en nuestro criterio, es que “esa misma clase mientras entona loas a la cultura india precolombina, trata de perpetuar en los débiles la conciencia de su debilidad. De esa manera, todas las reformas sociales llevan inevitablemente a impedir a esos débiles el logro de su propia redención mediante el trabajo, de manera parecida a como tantos padres impiden a sus hijos, por una excesiva protección, llegar a ser hombres.”
La Independencia de Venezuela, y el constante y renovado culto al Libertador no escapan a la heretical reflexión del escritor. A la Independencia, le asigna cuatro características relevantes que le han otorgado indistintamente la condición de movimiento de liberación contra la opresión y la tiranía; de gesta heroica cumplida por unos hombres excepcionales sólo comparables a semidioses; de escuela para el porvenir y la de fundación misma de la patria, siendo los libertadores nuestros indiscutibles padres. Para Viso, la Independencia de Venezuela con su proterva secuela de anarquía interna y de aislamiento de lo hispano tiene el significado simbólico de un suicidio que “no constituye un tema para entusiasmar a los escolares venezolanos, ni para animar los discursos en las numerosas festividades patrias.”
Sobre la creciente y latosa devoción a Bolívar, Viso señala que constituye uno de esos modelos “que la tradición y la iglesia republicana nos proponen, exigiendo de nosotros un modo de ser, un estado del alma de tal naturaleza que nuestra vida y nuestros actos se regulen sobre la historia personal del héroe (…) Desde luego, no se trata de negar que Bolívar fue un héroe (…) aunque puede afirmarse que su heroísmo era trágico.” En esta perspectiva, Viso, herético, alejado de adulantes perspectivas laudatorias, afirma que Bolívar, nuestro trágico superhéroe, tuvo “una vida desgraciada y concluyó con un fracaso político de dimensiones gigantescas (…) Y en vista de que su trayectoria vital es un arquetipo que se nos propone para ser imitado íntegramente, también el fracaso de esa vida continúa gravitando sobre nuestro destino, como podría hacerlo un maleficio esterilizador.”
No podían escapar a nuestro visionario ensayista dos taras que aún están presentes en la concepción de país que nos imponen: el caudillismo personalista y un nacionalismo muy venezolano como es el cultural. Prolijo y agudo como es su deliberar, Viso ilustra de esta manera ambos fenómenos. En relación con el caudillismo personalista, el escritor, como si su libro fuese escrito en la presente década, señala que: “no conviene olvidar que el aspecto subjetivo del caudillismo, es decir, el personalismo, es hijo también de la destrucción de un estado de derecho con raíces milenarias y de la falta de prestigio de las leyes promulgadas apresuradamente. En efecto, el personalismo no es sino colocarse el hombre por encima de las normas que debían regirlo, y su causa manifiesta es la falta de respeto a ellas. Este desdén hacia el orden precariamente constituido se manifestó desde la primera hora de nuestra historia republicana…”
En lo concerniente a la degeneración de los nacionalismos extremos imperantes en muchos de los países latinoamericanos, y en especial el nacionalismo cultural venezolano, Viso es particularmente actual cuando afirma que esa expresión endógena hoy “tiene ganada una audiencia respetable, la de nuestros hijos, a través de la enseñanza de sus maestros y del rígido control de los programas educativos.”
A la luz de sus sesudos análisis, Viso no puede llegar a una conclusión distinta que no sea la necesidad de fomentar una contrarrevolución necesaria porque, hélas, aún los venezolanos hablamos “todavía el lenguaje de Bolívar, multiplicamos porfiadamente los símbolos de la patria, abrumamos a nuestros hijos en los bancos escolares con el árido estudio de la cívica – una disciplina no vivida – y con el de una historia patria que se complace en exaltar los detalles más pequeños de sus batallas con las fuerzas del mal – los realistas – para compensar la falta de comprensión de los fenómenos estudiados por ella.
Al invitar a releer este estupendo ensayo, verdadero bocado para los espíritus contemporáneos, permítasenos concluir esta nota con unos versos de Charles Baudelaire, tan caros a nuestro también poeta Ángel Bernardo Viso:
“¿Qué ha de hacer en lo adelante el mundo bajo el cielo? Pues, suponiendo que siguiera existiendo materialmente ¿sería una existencia digna de ese nombre y del diccionario histórico? No digo que el mundo quedará reducido a los artificios y al desorden bufón de las repúblicas de América del Sur…”