Es la segunda isla más grande de Venezuela, casi inhabitada, con una riqueza biológica única. Pasó inadvertida hasta que el régimen de Nicolás Maduro reflotó los planes de expansión turística y permitió la construcción de un primer hotel, asignado a dedo a un contratista petrolero que no tenía nada que ver con el sector. La tragedia se ensañó con el empresario y dejó abandonado el proyecto.
Por ISABEL GUERRERO / armando.info
En septiembre de 2013, el flamante Ejecutivo de Nicolás Maduro -elegido presidente cinco meses antes- aprobó una declaratoria como Zona de Interés Turístico para La Tortuga y el pequeño archipiélago que la rodea, frente a la costa central de Venezuela. Desde entonces, en tan solo tres años, Maduro y su equipo lograron lo que Hugo Chávez -que había concebido otro destino para la isla, como base de un proyecto gasífero- no hizo en 15 años. En 2016, la isla exhibió su primer avance en infraestructura y en depredación ambiental: un nuevo hotel, el único construido hasta ahora, que combinó en “alianza estratégica” al Ministerio de Turismo (Mintur) y a un socio inexperto en los asuntos del turismo pero cercano al poder, Luis Napoleón Picardi Flores, fallecido en agosto de 2017 en un accidente aéreo.
El régimen chavista ya había intentado levantar un proyecto turístico de menor envergadura en la isla cuando el comandante Wilmar Castro Soteldo, hoy ministro de Agricultura, asumió las riendas del entonces recién creado despacho de Turismo, en 2005. El proyecto incluía un edificio diseñado por el arquitecto Fruto Vivas. Pero en la espasmódica planificación revolucionaria el plan quedó en el olvido y no volvió a tocarse hasta la gestión de Andrés Izarra al frente del ministerio, en 2014, cuando el arquitecto fue llamado de nuevo para dirigir a un grupo de profesionales en la realización de un “plan maestro” turístico en las islas La Orchila, La Blanquilla y La Tortuga.
Otra vez el espasmo: aunque Vivas propuso entonces levantar construcciones ecológicas para incrementar la capacidad de pernocta para el turismo internacional, no fue sino hasta 2019 cuando se retomó el proyecto en La Tortuga, en esa ocasión bajo la batuta del ministro de turno, Félix Plasencia. La Blanquilla había desaparecido del proyecto.
De uno a otro hito, las decisiones gubernamentales tuvieron en común que ponían la isla a cargo de Mintur, un colonizador con el objetivo claro de vulnerar su virginidad y fomentar el turismo exótico.
Entre tanto, la comunidad científica insistía en la necesidad de preservar la riqueza biológica de esos espacios insulares. Científicos venezolanos llegaron a participar en jornadas de limpieza y de investigación conjunta con varias organizaciones e instituciones del Estado. Pero eso fue posible solo durante un lapso muy corto. Desde hace una década no vuelve a ocurrir. “Las condiciones cambiaron y el acceso fue restringido. No tenemos estudios actualizados”, señala Chelo Noriega, presidenta de la Fundación La Tortuga.
Explica que, entre 2005 y 2007, presentaron ante el Estado Mayor de la Armada Nacional sus trabajos científicos sobre la isla y, en conjunto con otras instituciones, incluido el extinto Ministerio del Ambiente, elaboraron una propuesta de modificación del primer proyecto de desarrollo turístico de la isla elaborado por Mintur. Lograron paralizar las obras iniciadas para la fecha que “abrían una trocha por todo el medio de la isla”.
Otras organizaciones ambientalistas, como Vitalis, respaldaron esos estudios. La isla es en sí misma un tesoro único, prístino, cuya mera existencia siempre queda a merced de los proyectos grandiosos que cíclicamente buscan imponer desde Caracas una transformación definitiva. Una reseña de 2007 explicaba que “el sur de la isla es su área más vulnerable, allí hay una de las mejores expresiones del Pleistoceno, hay tres formaciones geológicas juntas que no se dan en ninguna parte del país, hay fósiles expuestos y se habla de cinco especies endémicas de aves”.
De la fragilidad del ecosistema, Noriega pone un ejemplo: solo el tráfico de aeronaves pone en riesgo el espacio de tránsito de las aves migratorias: “Los aviones no deben ser mayores de una capacidad de ocho o diez pasajeros, ni se pueden exceder en las frecuencias de vuelo”.
También quedan en peligro los hábitos de la especie que da nombre a la isla, la tortuga marina. Ha encontrado un lugar predilecto de anidación en las playas de arenas blancas de La Tortuga, lejos de todo contacto humano.
También de las tortugas marinas, o según su denominación científica, Chelonia mydas, tomó el nombre el único hotel que la política oficial de incentivos ha conseguido que se levante: Chelonia Eco Resort. Pero, a diferencia de la isla y a pesar de su prefijo “eco”, ni las acoge ni las atesora.
Su construcción terminó siendo uno los grandes logros de otra ministra más al frente de la cartera de turismo, Marleny Contreras, diputada por el oficialismo de la írrita Asamblea Nacional, pero mejor conocida por ser la esposa de Diosdado Cabello, vicepresidente del Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv) y número dos del chavismo.
Contó con la inversión de Luis Picardi, un conocido contratista petrolero a quien otorgó la exclusividad del proyecto. Aún sin estar relacionado con el sector turístico, el empresario logró lo que otros inversionistas ambicionaban pero no consiguieron: levantó en La Tortuga doce cabañas tipo bungaló, interconectadas por caminerías al aire libre, con todas las comodidades en cuanto a servicios públicos y recreativos en una zona de acceso muy restringido.
Fue el 24 de junio de 2016 cuando Picardi firmó la “alianza estratégica” entre su empresa, Ecodesarrollo La Tortuga C.A, creada nueve días antes del acuerdo, y Mintur. Aunque los trabajos en la isla habían comenzado antes de esa formalidad, hasta entonces habían sido gestionados por la otra compañía del contratista, Servicios Picardi C.A., dedicada al transporte naval de la industria petrolera, especialmente para la petrolera estatal PDVSA.
Sobre el papel, el objeto de Ecodesarrollo La Tortuga fue tan amplio que podía optar para ofrecer todo tipo de servicios, obras y productos para el manejo de infraestructura turística, con o sin licitación. Picardi, aún cuando no tenía experiencia en el sector, fue uno de los privilegiados que entró en la ola de entrega de concesiones de los hoteles Venetur a empresarios privados -Campamento Canaima, Morrocoy, Maremare, Puerto La Cruz y Los Roques- que caracterizó la gestión de Marleny Contreras.
El proyecto de La Tortuga llegó a ser muy ambicioso, con una segunda fase que proponía la ampliación del Chelonia Eco Resort. Según la información de su página web -actualmente fuera de línea- se levantarían 15 módulos adicionales para habitaciones, dos para los empleados y un spa. En total, la propuesta turística llegaba a 59 habitaciones dobles, jacuzzi, lounge bar, varios restaurantes, parque infantil, enfermería, un sistema de acueductos para que las embarcaciones visitantes tuvieran agua dulce, alquiler de equipos deportivos para la práctica de kayak, kitesurf y windsurf.
Pero hoy todo está desocupado. A pesar de la inversión de Mintur y las empresas de Picardi, el complejo quedó a la mitad con dos circunstancias clave que enterraron sus logros: el fallecimiento de Luis Picardi, en agosto de 2017, y la salida de Marlenys Contreras de Mintur, en abril de 2018.
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