Cuando falta a apenas una semana para la beatificación del Dr. José Gregorio Hernández Cisneros, prevista a llevarse a cabo en Caracas el 30 de abril, es oportuno preguntarse la grandeza espiritual y religiosa del famoso Médico de los Pobres; y cómo una persona nacida en el año 1864, sin internet ni redes sociales, quedó grabada en el imaginario colectivo como un modelo de ciudadano y profesional ejemplar, no sólo para Venezuela sino para toda América Latina.
MARINELLYS TREMAMUNNO // DIARIO DE LAS AMÉRICAS
Para responder estas preguntas y conocer mejor el lado espiritual del Dr. Hernández, DIARIO LAS AMÉRICAS entrevistó en exclusiva al cardenal Jorge Urosa Savino, arzobispo emérito de Caracas, quien fue vice postulador de la Causa de Hernández desde junio de 1984 y hasta mayo de 1990, y fue su principal responsable, en su condición de arzobispo desde noviembre de 2005 hasta julio de 2018.
¿Cómo describiría la personalidad de José Gregorio, el primer laico venezolano que será elevado a los altares?
Sin duda fue un gran ciudadano, serio y varonil, sociable y amable, de conducta ejemplar, recto y honesto, de gran actitud cívica y elevación cultural. Fue además una persona de inteligencia brillante y superior, que sobresalió siempre en toda su carrera universitaria. Destacó como gran profesor en la Facultad de Medicina, y también como gran científico e investigador, que instaló en Venezuela el primer laboratorio de fisiología y bacteriología, dando así un gran impulso a los estudios de medicina en nuestro país. Excelente médico, sumamente competente y acertado, pero, además, lleno de ardiente caridad hacia los más pobres, a quienes atendía personalmente en su consultorio y en sus domicilios.
Todas son cualidades de un destacado venezolano, pero ¿cuáles son esas virtudes cristianas reconocidas por la Congregación para la Causa de los Santos de la Santa Sede y que abrieron el camino a su Beatificación?
Lo que lleva a la beatificación del Dr. Hernández es su ardiente amor a Dios y su sólida vida cristiana. En efecto, como lo proclamara el Papa San Juan Pablo II en su decreto del 16 de enero de 1986, con el cual reconoció la Iglesia sus virtudes heroicas, excepcionales, es decir, practicadas en grado sumo. Se destacó sobre todo por su intensa fe, su gran esperanza y su ardiente caridad. Y son estas virtudes teologales, reflejadas en su vida diaria, las que lo llevan ahora a los altares.
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