En los albores de este nuevo siglo, toma las riendas de la empresa el joven Alberto Vollmer de Marcelus, en circunstancias financieras muy difíciles para la compañía y en plena estampida de capitales del país. Para entonces el chavismo ya era poder en Venezuela y un tercio de la Hacienda Santa Teresa había sido invadida con el beneplácito del régimen, por lo que el desalojo mediante el uso de la fuerza pública, como manda la ley, era un supuesto negado. En esta circunstancia ocurrió un hecho fortuito que le daría un giro a la vida del joven empresario y a la del emporio bicentenario. Antes, hay que explicar que Aragua en ese entonces, duplicaba el índice de violencia del resto del país: su tasa de homicidios era 114 por cada 100.000 habitantes, y que cerca de la hacienda campeaban dos de las bandas más peligrosas de ese estado con decenas de muertos a sus espaldas; por otra parte, la policía del estado era singularmente corrupta.
El hecho es que en 2003, tres miembros de la banda “La Placita” que buscaban proveerse de armas para combatir a la banda rival “El Cementerio”, entraron a la Hacienda Santa Teresa, con intenciones de asaltar a un inspector de seguridad; le dieron tal golpiza que el gendarme casi muere. Vollmer sabía que no podía pasar por alto la intrusión, so pena de hacer costumbre la acción hamponil; así que rastreó a los delincuentes. Usando sus recursos internos de seguridad apresó a uno de los perpetradores y lo entregó a la policía, pero viendo que lo iban a ejecutar, negoció para que se lo devolvieran. Con el problema encima, se le ocurrió que una sanción ejemplarizante, fuera del ámbito de la violencia, sería la solución adecuada: le propuso que debía trabajar durante unos meses sin remuneración para pagar su falta. Sorprendentemente el joven aceptó, pero fue más inesperado todavía que luego de dos días de trabajo, propuso que se acogiera en el programa al resto de la banda. Vollmer adoptó con entusiasmo la idea, pero pensó que no habría paz sin que la banda rival también se incorporara. Negoció con ellos y de esa manera nació el “Proyecto Alcatraz”.
Éste se reestructuró en tres fases: La primera de aislamiento, tres meses de trabajo y rugby en la montaña. Después empieza una de trabajo remunerado en la empresa, o en otra de la zona y, por último, la reinserción supervisada. Como catalizador de esta conversión de un delincuente, Vollmer utilizó el rugby un deporte que lo apasionaba desde su infancia en USA, que es “un juego de villanos, jugado por caballeros”, pero que asume 5 acendrados valores: respeto, disciplina, trabajo en equipo, espíritu deportivo y humildad, pero también un estratégico tercer tiempo, espacio que tiene lugar después de los partidos en el que los equipos se reúnen comen juntos, comentan las jugadas, en tanto que confraternizan.