El serbio Novak Djokovic conquistó su segunda corona en Roland Garros, su decimonoveno Grand Slam, tras remontar dos sets en contra al griego Stefanos Tsitsipas, 6-7(6), 2-6, 6-3, 6-2 y 6-4 en 4 horas y 11 minutos, que pagó su falta de contundencia en su debut en la final de un grande.
El número 1 del mundo se convirtió en el primer tenista de los tiempos modernos en ganar al menos 2 veces los cuatro grandes y se situó por vez primera en su carrera a uno del suizo Roger Federer y el español Rafael Nadal, que lideran la carrera con 20.
“Es un sueño que se ha hecho realidad una vez más”, dijo el serbio poco antes de recibir la Copa de Mosqueteros de manos del sueco Bjorn Borg y del estadounidense Jim Courier.
El serbio firmó la primera remontada de ese calibre en una final la arcilla parisiense desde la protagonizada en 2004 por el argentino Gastón Gaudio frente a su compatriota Guillermo Coria.
Djokovic demostró su capacidad de supervivencia, una resistencia que le convierte en el tenista con más victorias a 5 sets, 32, las dos últimas en este mismo torneo. No se rinde nunca, ni cuando la adversidad parece insuperable.
Remontó dos sets ante Lorenzo Musetti en octavos de final, se sobrepuso en cuartos a la noche parisiense, la evacuación del estadio y el empuje de Matteo Berrettini y en semifinales no sucumbió a los fantasmas del pasado cuando Rafa Nadal comenzó con un 5-0.
Tampoco se amilanó en una final que se le puso cuesta arriba, con dos sets en contra y un público descaradamente hostil, muy proclive al joven griego que venía seduciéndoles toda la quincena.
No enamora el serbio, pero rindió París a sus pies por segunda vez, obstinado en lograr sus objetivos, que confluyen todos en uno, confesado, convertirse en el mejor de toda la historia.
A ese edificio le puso un ladrillo nuevo, convertido en el defensor de la vieja generación frente al empuje de la nueva, pero también en el principal candidato del “big3” en acabar con un palmarés más amplio, porque tiene un año menos que Nadal y 5 cinco menos que Federer.
Djokovic sumó su séptimo grande tras haber cumplido los 30 y se convirtió en el tercer ganador más veterano de Roland Garros, tras los españoles Andrés Gimeno y Nadal.
Tsitipas tendrá que esperar. El griego, que con su primera final subirá al puesto 4 del ránking, careció de ambición y fuerza, dejó vivo al serbio y lo pagó caro.
Un error habitual frente a los grandes que cometió esta temporada en la final de Barcelona, que perdió ante Nadal tras disponer de una bola de partido y en cuartos de Roma contra Djokovic, cuando tuvo un servicio para apuntarse el duelo.
Sus primeros pasos de su primera final estuvieron marcados por los nervios. Una doble falta para comenzar su andadura en la cúspide de un Grand Slam, un juego timorato.
Más de media hora tardó el heleno en sumar un punto con el servicio ajeno, pero cuando se quitó la presión fue un torbellino que arrasó a un fallón Djokovic, que parecía atenazado por la final de 2015 ante el suizo Stan Wawrinka, la primera que alcanzaba sin Nadal y que dejó escapar.
Repuesto del susto, Djokovic se aferró al duelo y llegó a disponer de un servicio para anotarse la primera manga. Pero ahí se le encogió el brazo, cedió su saque y el parcial se resolvió en un juego de desempate, donde el griego estuvo más acertado.
El público encantado, los gritos a favor del heleno eran un trampolín en el que el joven tenista no dudó en impulsarse para mantener el viento de cola en el segundo set.
Rotura de salida, solidez en sus golpes, tenis total, del que viene desplegando en su mejor año, para arrinconar al serbio, que tras ceder el servicio en el séptimo, entregó otro parcial en menos de la mitad de tiempo que el primero.
Contra las cuerdas, amenazado de perder una segunda final consecutiva en París por 3-0, el serbio sacó su casta, elevó el nivel y buscó con ahínco la tercera manga, sabedor de que, hacerlo, podía hacer anidar las dudas en el campo del griego.
Aparecieron en el cuarto juego, más de 11 minutos de tenis inmenso, cinco bolas de rotura a favor del serbio, que olió la sangre, vio la grieta en la moral adversa y apretó y apretó hasta colocarse con ventaja. Por ahí entró el fantasma de la remontada, las dudas de Tsitsipas, la esperanza del serbio.
Con solo 4 errores en esa manga, conservó la ventaja y puso el miedo en el cuerpo del griego.
Tratado por un fisio en la parte baja de la espalda, el griego parecía a la deriva. El precipicio de dejar escapar el partido se apareció ante su mirada, a medida que Djokovic crecía por minutos. La ventaja, grande instantes antes, mudó o en diminuta y el público así lo percibió. La Philippe Chatrier notaba que el viento giraba.
Djokovic no bajó el pistón. Rompió de entrada, apretó en cada bola mientras el griego se diluía. 4-0 en diez minutos y cuarto set en media hora con 17 golpes ganadores, todo listo para un quinto.
La presión del serbio no aflojó, todo lo contrario que la resistencia del griego, convertido en un manojo de nervios, sin saber encontrar el hilo al duelo que ya solo tuvo una dirección. Se consumó la tragedia griega, un sacrificio más en pos de la gloria de Djokovic que, pese a la gente, acabó por reconquistar Roland Garros.
EFE