En medio de esta tormenta latinoamericana, que dirige rayos infrarrojos contra la libertad de expresión, navega “la patilla”, sorteando todo tipo de amenazas y ataques por parte de una estructura criminal, que destruye cualquier vestigio moral.
No es casual. En todos los países secuestrados por el eje del mal, los principales centros de ataque se ventilan contra la libre información y la opinión objetiva. En Nicaragua los periodistas están presos o exiliados, en Cuba ni que decir y en Venezuela, la sargentería impostora ha destruido medios históricos, controla las redes y compra con dinero proveniente del delito, antiguos ejes ilustrativos del progreso y la tolerancia.
La titánica tarea de cada minuto en los medios venezolanos merece el reconocimiento del panorama libertario en el mundo. Los periodistas son asediados y perseguidos por la guillotina totalitaria sin contemplación alguna.
El origen de “la patilla” va mucho más allá de los once años ahora anunciados. Un medio de tal naturaleza debe forjarse en sólidas bases de entereza humana. Como denominador común se expresa la persecución de los tiranos y el terrorismo. Está el ejemplo de Guillermo Cano, director de “el espectador” en Colombia, asesinado por los carteles de la droga de la época. Pedro Joaquín Chamorro, víctima del crimen en el año 1978, en Managua y cuyos descendientes hoy siguen sufriendo la cárcel y el exilio del nepotismo sandinista. Ya es conocida la persecución a los Otero del diario “El Nacional”, contra el cuál han atentado todos los déspotas.
“La patilla” es la continuidad de una labor periodística forjada por Andrés Alberto Ravell, quien en su corta vida sembró la solidaridad y el bien común, como periodista, escritor y parlamentario, sufriendo el acoso dictatorial, la cárcel y el exilio; no desmayando jamás en su lucha social, que inició desde los quince años. Cruelmente torturado durante 12 años en las mazmorras Gomecistas, salió a la muerte del tirano a continuar su peregrinar, atendiendo las denuncias de los ciudadanos en un programa periodístico, “el espejo de la ciudad”, para volver de nuevo al exilio a continuar su dura batalla por la libertad.
Tuve la oportunidad, en ocasión de cumplirse el primer centenario de su natalicio, de proponer en la Asamblea Nacional, el 28 de febrero del 2002, un acuerdo de reconocimiento a esta brillante trayectoria por la democracia, no solo en Venezuela, sino en América latina.
“La Patilla” es el espejo de lucha de la Venezuela de hoy, porque es la persistencia de una batalla, que implica un gran riesgo y una aventura positiva en la defensa de las libertades y la identidad del país. Su fundador y director, hoy en el exilio, sigue la huella de aquel prócer civil, inquieto y preocupado por brindar objetividad, ofreciendo su tribuna como ventana abierta al océano del gran periodismo.