Allí se alzaron nuestros compatriotas y los símbolos. Se perfilaba una idea distinta en el territorio, con ciudadanos independientes ya de España. Se entiende, con sustancial claridad, por qué la tiranía actual le teme a Carabobo y su rememoración. La marca indeleble queda en cada venezolano. Porque Carabobo se asocia en la conciencia a muchas palabras, a muchas acciones previas y posteriores. Civiles, militares, cívico- militares. Se identifica con la guerra, con la polvareda, con la sangre, con lucha, con uniformes y distinciones, pero a estos sátrapas de hoy, como a los españoles de entonces, les escuece la palabra libertad.
El himno lo dice todo al respecto. ¿Cómo en medio de la opresión más fiera de nuestros tiempos republicanos celebrar la ocurrencia de Carabobo? ¿Cómo opacar las múltiples significaciones que estallan desde el Caribe hasta el sur? Se les ocurrió intentar tapar las imágenes mentales con gris. Aminorar las repercusiones históricas, colectivas, pero también individuales, con un color adormecedor, triste, subyugante.
Gris es el plomo de la bala. ¿Una amenaza? También, subyacente. Gris el arma, el sable, la espada, gris el cielo plomizo de los momentos trágicos. Allí tenían para elegir los colores de la bandera que estallaron alegres aquel 24 de junio de 1821. Eso sería retrotraer las ideas liberadoras, las románticas elaboraciones que pueden resultar dañinas a sus permanentes intereses de preservar el poder despótico.
Carabobo no fue grisáceo. Carabobo no es grisáceo, como no lo puede ser Caracas. Nuestros opresores saben muy bien que hasta ahora han salido ganadores en su tarea de contener el espíritu de libertad que indujo a los venezolanos a actuar permanentemente, por muchos años, hasta salir galardonados en Carabobo. Saben también con mucha certeza que la remembranza de las ideas independentistas están contenidas en nuestro ADN. Que Venezuela equivale también a libertad y esa no es gris. No fue gris. No será gris.