El venezolano Adrián Valero y su familia están en pie a diario desde las 8 de la mañana para repintar los pasos de cebra en las calles de La Paz. En la oriental Santa Cruz, el boliviano Ronald López sale con un carrito ambulante todos los días para vender mascarillas, alcohol en gel y otros elementos de bioseguridad.
De profesión técnico en electrónica, Valero no ha podido ejercer su oficio desde que llegó a Bolivia hace unos dos años, pero busca la forma de subsistir junto a los suyos al igual que López, quien en el último año ha tenido que recurrir a la venta ambulante.
“Perdí mi trabajo porque por culpa de la pandemia hubo recorte de personal y todo eso me llevó a hacer diferentes cosas. Vendí gelatina de pata, iba a ambular calle por calle, gritaba con fuerza. Mi amigo me dijo ‘pongamos esto’ (el carro ambulante). Él puso el capital, yo puse otras cosas y así”, comentó López a Efe.
El hombre ya lleva alrededor de medio año con la venta ambulante a veces en la zona noreste cerca del Mercado Mutualista, y a veces en el sur de Santa Cruz, la ciudad más poblada y pujante de Bolivia, según como pinten las cosas, pues en el primer sitio “hay más ingresos, en otros lados hay más competencia”.
En el otro extremo del país, en la sede del Gobierno y el Parlamento nacional, Valero y su familia van por las calles del centro histórico paceño para ganarse la vida repintando los pasos de cebra borrados por el tránsito de los vehículos.
El venezolano de 41 años dejó por unos minutos la faena en una esquina en el barrio paceño de San Pedro para contar a Efe sobre la rutina laboral que lleva con sus familiares y que les tiene ocupados hasta las 6 o 7 de la noche.
“Para nosotros es más complicado (conseguir empleo) porque somos de Venezuela, entonces tomé la iniciativa de hacer esto, de recuperar las cebras, las que están borradas. Y gracias a la colaboración de las personas, los transeúntes y los amigos de los vehículos, compramos materiales. Las pinturas son caras pues, las que son para esto son de secado rápido”, manifestó.
El último año ha sido particularmente complicado subsistir por las restricciones de la pandemia y en el caso de los migrantes lo es más por la falta de documentos, comentó.
“Ya nosotros tenemos cédula, pero igual está un poquito fuerte. En mi área no (he podido trabajar), hay mucha falta de empleo y no contratan a extranjeros”, agregó.
DEBILIDADES ECONÓMICAS
Precisamente los migrantes son uno de los grupos golpeados “con más fuerza” por la informalidad, junto con las mujeres y otros sectores considerados vulnerables, explicó a Efe el secretario permanente del Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA), el peruano Javier Paulinich.
En América Latina, la informalidad se ubica en un 50 %, lo que supone que cinco de cada diez trabajadores son informales, pero en Bolivia “el asunto es más complicado, porque según cifras de la OIT (Organización Internacional del Trabajo) y del Instituto Nacional de Estadísticas, el 85 % de los trabajadores” se ubica en el sector informal, detalló Paulinich.
Esta informalidad “es más significativa en las actividades de comercio al por menor”, según el secretario permanente del SELA, lo que se refleja en la venta callejera como la que realiza López.
A raíz de la pandemia, las calles en La Paz se llenaron de comerciantes ambulantes que venden de todo para subsistir, lo mismo que en Santa Cruz.
“La pandemia ha exacerbado todas las debilidades, defectos que a nivel estructural tienen nuestras economías a nivel mundial, en particular en América Latina, entre ellas la informalidad, el trabajo precario, la desigualdad y sobre todo el tema sanitario”, sostuvo Paulinich.
La OIT ha evaluado que la región perdió unos 26 millones de empleos como consecuencia de la pandemia, “más del doble de toda la población de Bolivia”, apuntó.
Si bien se prevé que este año habrá una recuperación del empleo, no llegará a los niveles de la pérdida, agregó.
Según el secretario permanente del SELA, aunque la informalidad es una “alternativa” al desempleo, uno de sus impactos en la economía es que los países tengan una productividad baja, además de la desprotección en la que se encuentran los trabajadores informales sin acceso a beneficios laborales o sociales.
PROPUESTAS Y RESPUESTAS
El SELA considera que la informalidad “es una de las tres dimensiones más importantes para combatir desde las micro, pequeñas y medianas empresas (mipymes)”, una de las grandes prioridades de la entidad, afirmó su representante.
Para fortalecer a las mipymes se requiere una “estrategia multidimensional” que permita enfrentar de forma simultánea y “correlacionada” a los principales fenómenos que afectan el fortalecimiento propio de estos emprendimientos, incluida la informalidad, señaló.
Entre otras medidas, el SELA sugiere crear programas de subsidios a empresas para la contratación de nuevos trabajadores, promover y masificar la formación profesional en habilidades que sean demandadas y apuntar a una formalización de las mipymes superando problemas como los costos que en muchos casos no alcanzan a cubrir.
El SELA abordará la problemática del trabajo precario en una Reunión de Alto Nivel el próximo 22 de julio sobre la recuperación de las mipymes tras la pandemia, en la que también analizará las dificultades de financiamiento y la transformación digital.
EFE