La comunicación se corta varias veces hasta que decidimos hacer la entrevista en un ida y vuelta de audios de Whatsapp. Las comunicaciones en Cuba están monopolizadas y no hay opciones para conectarse a Internet. “El control es absoluto, y en este momento acaban de bloquear hasta las redes sociales”, me dice desde La Habana la escritora y periodista María de los Ángeles Matienzo Puerto.
Por infobae.com
Mientras intercambiamos mensajes, un amigo en la sala le cuenta lo que vivió ayer en las calles. Ella y su pareja –la activista Kirenia Yalit Núñez Pérez– no pudieron manifestarse porque están sitiadas por la policía. “Afuera hay hombres dispuestos a cualquier cosa: si salimos corremos el riesgo de ser encarceladas, ya sea por horas, o quién sabe por cuánto. Quién sabe cómo decidan juzgarnos”, dice.
En marzo de este año, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de los Estados Americanos (OEA) hizo lugar a una medida cautelar por considerar que Matienzo y Núñez se encontraban en una situación de gravedad y urgencia de daño irreparable a su derecho a la vida y la integridad, pero las intimidaciones no cesaron. De hecho, ambas fueron detenidas apenas unas semanas después por denunciar la represión del gobierno cubano.
Hace 24 horas que no salen de su casa: “La medida de la CIDH se respeta muy poco –cuenta– Tenemos una vigilancia y los vecinos nos avisan que siguen afuera. Recibimos amenazas de todo tipo, desde mensajes obscenos en redes hasta ser perseguidas por hombres que pertenecen a fuerzas de seguridad del Estado, que no se identifican, por lo que nunca sabemos si son reclutados para eso o se dedican profesionalmente. No es agradable estar cinco, seis días o una semana sabiendo que no puedes salir a la calle y sin siquiera haber pasado un proceso judicial. Es todo ilegal, y ellos mismos lo han reconocido, nos han dicho que saben que trabajan contra toda lógica, pero reciben órdenes”.
–¿Cuál es la sensación que se respira hoy en la isla?
–Hay un ambiente caótico y de represión, de mucha violencia, sobre todo teniendo en cuenta que el presidente (Miguel Díaz-Canel) llamó a defender las conquistas con más revolución. En los últimos días parecía que no estaba pasando nada. Toda la movilización fue repentina, nadie la organizó. Creo que la situación ha ido empeorando, el #SOSMatanzas que se hizo viral con 82 mil millones de réplicas y la solidaridad de mucha gente, sobre todo de artistas a nivel internacional, hicieron que gente que no tenía acceso a figuras políticas empezara a tomar más conciencia. El domingo simplemente sucedió: San Antonio de los Baños se levantó y lo que siguió fue una reacción en cadena.
–Hablás de la solidaridad de los artistas y pensaba en el rol que han jugado en estos años en la disidencia el arte y la cultura. Me refiero específicamente al Movimiento San Isidro y a su lucha desde la isla para denunciar las violaciones a los derechos humanos.
–Para mí el Movimiento San Isidro es un catalizador. Ha agrupado a gente muy perseverante. Sobre todo la figura de Luis Manuel (Otero Alcántara), que se involucra con muchos grupos sociales, y otros que no tienen que ver con el sector artístico, pero que están apoyando en función de democratizar, desde el sueño artístico a la realidad del nivel de vida, que es muy precario en los que viven en el barrio San Isidro, de extrema pobreza. El Movimiento San Isidro heredó también la lucha y a algunas personas OMNI Zona Franca, como Mauro Pacheco e Iris Ruiz, que ya tenían una experiencia de empatizar con la comunidad y en su momento fueron también un fenómeno por su manera de incomodar desde el arte a las autoridades.
–¿Cómo ha sido y es la experiencia de quedarte en la isla como disidente y vivir sitiada?
–Es una experiencia desagradable cualquiera que sea la decisión que tome, lo mismo sea quedarme que irme. Porque si un día decidiéramos irnos, sería en condiciones de exiliadas, con la certeza de que no vamos a poder regresar, y claro que eso no es lo que nosotras queremos como personas. A la vez, quedarse es todo un riesgo, un riesgo con el que hay que lidiar todo el tiempo. Porque son muchas las presiones de las personas que no hace mucho que se fueron y que te exigen que tengas una actitud. Y las del otro grupo, más agresivo, que maneja la seguridad del Estado con todo el poder y las herramientas para reprimirte. Y también están los vecinos que no comprenden que una se oponga a la carencia que se ha normalizado y a la violencia y la represión contra los hombres negros y las mujeres jóvenes en la calle que no es un cuento de ayer, es algo que yo vengo viviendo en carne propia desde la década del noventa. Y viene desde mucho antes, porque la generación del 80 vivió mucha violencia política y la mayoría fue exiliada; muchos sufrieron prisión. Lo mismo que antes, en la década del sesenta, donde hubo una generación de artistas vilipendiada, donde aunque muchos terminaron negociando con el gobierno, sus vivencias están ahí y un día se decidirán a contarlas.
–¿Qué cambió en los últimos días para que la sociedad se levante masivamente en todas las ciudades?
–Sobre todo en el último año la pandemia fue un gran catalizador. Y la represión se hizo extensiva a toda la sociedad. En julio del año pasado ya se habían contabilizado más de 2000 personas juzgadas por un delito que solamente ocurre aquí que es el de ser “coleros”. Se llama así a las personas que se dedican a hacer las filas para revender los productos o los turnos que consiguen. Las primeras juzgadas fueron condenadas a cuatro años de privación de libertad. Te puedes imaginar qué nivel de tensión puede generar que dos mujeres, que además eran pobres, fueran condenadas a cuatro años de prisión solamente por hacer colas. A eso se le suma la tensión de la enfermedad, más la necesidad de comer y abastecerse de productos básicos. Y a todo eso ahora hay que agregarle también el calor y los cortes de corriente programados. Pero sobre todo, y esto es algo que quiero remarcar, creo que la gente salió a la calle a pedir la renuncia del gobierno, a pedir que se fueran, porque están cansados de tantos años de crisis: yo tengo 42 años y no tengo memoria de haber vivido un momento que no fuera de crisis. La gente está cansada de vivir de crisis en crisis económica sin soluciones reales ni tangibles para la sociedad.
-¿Cómo es ser feminista y ver los derechos de las mujeres amenazados cuando el régimen se arroga esa lucha?
–Es desgastante y doloroso, parece que nunca vamos a llegar a ninguna parte. Somos las “no mujeres”. Somos las invisibilizadas por excelencia, porque además tenemos que arrastrar con que incluso los hombres de la oposición hayan empezado a tomar consciencia recién ahora de que el trabajo de las mujeres feministas es importante, que visibilizar la violencia contra las mujeres es importante, pero no desde sus posiciones machistas y sobreprotectoras, sino desde la participación y desde el derecho a decidir. Es decepcionante, confieso que a veces prefiero no leer mucho de lo que cuenta la prensa oficial porque por lo general aporta solo odio.
–¿Qué se siente cuando se ve que afuera muchos de los que supuestamente apoyan los derechos humanos y el progresismo avalan un régimen que condena a las mujeres, a la homosexualidad, y que además hace más de 60 años es encarnado por varones blancos y heterosexuales que están lejos de representar el cambio?
–Yo apuesto siempre que hay mucha desinformación, entonces, mi primera actitud siempre es que voy a informar, voy a hablar de mis vivencias, voy a hablar de cifras -que las hay-, voy a hablar de nuestra invisibilización. Y en caso de que no entiendan, a esa gente que no evoluciona en materia de nuevos conocimientos, pues mira, sigo adelante con mi lucha. Yo creo que tenemos sobre los hombros suficiente responsabilidad como para perder tiempo en combatir todos los discursos convenientes relacionados con la dictadura. Por lo general, cuando algunas de estas personas que tienen estos discursos toman algo de conciencia, si son gente sensible e inteligente, cuando vienen y ven la realidad con sus propios ojos, y la perciben no desde la oficialidad o desde las visitas guiadas, suelen cambiar de idea. El resto que no se conmueva con la realidad cubana, esa gente no vale tenerla de aliada de ninguna manera.
–¿Cómo se sale y cómo podemos colaborar desde afuera?
–Yo siempre abogo porque nos ayuden a visibilizar la situación de los cubanos, que se haga una labor en la que se entienda que en Cuba hay una dictadura y las razones por las que en Cuba hay una dictadura. A modo personal, casi nunca pido dinero y no me gusta hacerlo, me centro en pedir que me ayuden a crear estructuras para que mi trabajo salga del estancamiento en que nos deja el hecho de vivir en una isla con dictadura, donde para tener acceso a lo que normalmente la gente con cierto nivel de profesionalidad da por hecho, aquí se vuelve mucho más difícil, desde Internet o hacer una videollamada por zoom, hasta salir a la calle.