Todo ser pensante sabe que el sentido común es la capacidad que tiene cada quien de hacer lo que se debe por motivos eminentemente prácticos, sin que intervengan disquisiciones científicas, poéticas o filosóficas, para actuar con sensatez de acuerdo a dictámenes elementales de la razón y la verdad. Ya un leguleyo de los nuestros me habría asaltado con vehemencia para gritarme: ¡Eso no es así, eso depende! Y yo preferiría guardar silencio para poder continuar y terminar lo que quiero decir.
Cuando se actúa contrariamente y aparecen motivos diferentes surgidos de la irracionalidad, de lo que me conviene, por razones de cualquier otra índole pretendidamente justificadas en postulados políticos, ideológicos, religiosos o culturales, el sentido común se transforma en el menos común de los sentidos, y generalmente se cae en el delito, el abuso, la violencia, la corrupción y el crimen.
En los sucesos de 2002 que terminaron con la salida temporal de Hugo Chávez del poder, el general Raúl Isaías Baduel pensó e hizo caso a su sentido común, que le decía que el procedimiento para desalojar al presidente electo en ese momento no cumplía con los requerimientos legales para proceder a su destitución, y con un sector del ejército que en ese momento tenía la fuerza, lo rescató y lo devolvió al poder. Eso era lo que le dictaba el sentido común y creyó actuar con sensatez.
El mismo Baduel, en un acto de profesionalismo militar, se molestó cuando se inició la ideologización de las Fuerzas Armadas, se creó la milicia bolivariana y se cambiaron las insignias castrenses; vio también con preocupación que el Estado pretendía controlar todo a partir de la economía y comenzó a disentir; cuando lo hacía actuaba con sentido común y las consecuencias de su sensatez le han costado una parte significativa de su vida, privado de libertad y sometido a grandes humillaciones junto a su familia.
En el año 2003, se produjo el hecho más trágico en la historia de la economía venezolana. Venezuela presenció en primera fila, la destitución de la directiva primero, y luego, con un pitazo y por decreto, el despido de más de 18.000 trabajadores de la industria petrolera. ¿Se pensó en las consecuencias de esa acción? Para nada. ¿Se actuó con sentido común? Para nada; por el contrario, se cometía uno de los actos de insensatez más grande de la historia económica de nuestro país. Esa insensatez no solo fue una falta de sentido común, resultado de la sinrazón revolucionaria, sino un acto demencial que desde ese momento prácticamente decretaba la debacle y el progresivo desmantelamiento de la industria.
Cuando se expropiaban fincas productivas, empresas de todos los ramos, por el solo revanchismo y deseo de venganza, bajo la promesa de que esas decisiones favorecían a los más pobres, no solo se faltaba al sentido común, sino que también se mentía flagrantemente: las haciendas y las empresas se dejaban a buena de Dios; otras eran temporalmente invadidas hasta que los zánganos terminaban por comerse las cosechas y la carne de los animales y cuando no quedaba nada, solo ruina y muerte, entonces las abandonaban.
Nunca he logrado entender quién sembró tan bien ese miserable odio insensato contra los estadounidenses. Nos ayudaron y nos asesoraron en el manejo técnico de la industria petrolera. Fueron extraordinarios socios en las empresas mixtas. Son una sociedad de gentiles y aman el trabajo y la familia. Llegaron a ser un imperio fruto de su capacidad para emprender, su don de oportunidad, su ingenio y su valentía. La verdad para ellos es sagrada y son solidarios con los que más necesitan. El presidente Betancourt los percibió y sintió como nuestro gran aliado y ya les había dejado claro a la juventud insurrecta del MIR y el Partido Comunista: con los americanos todo, sin los americanos nada.
Cuando Hugo Chávez llegó al poder en 1998, ¿qué fue lo que atrajo al electorado? Sin lugar a dudas, el sentido común de su propuesta, más o menos sintetizada así: lucha contra la corrupción, profundización de la democracia, fin del rentismo y de la dependencia del petróleo, guerra a la pobreza y acercar la distancia entre ricos y pobres mediante una mejor distribución del ingreso. La mayoría abrumadora de los venezolanos apostó a un militar humilde y aparentemente honesto que se hizo con la voz del pueblo en un levantamiento militar que tenía de todo menos de sentido común. La gente, sin embargo, apostó a quien venía de demostrar el menos común de los sentidos pretendiendo asaltar el poder mediante un golpe de Estado.
Cumplió un formato o protocolo, convocando una Constituyente que redactó una Constitución muy actualizada y plena de sentido común: la de 1999, para darle curso a un Gobierno que nunca le ha dado vigencia, y fuente de todas las acciones de menos sentido común y sensatez del presente siglo. Mantiene una lucha antimperialista y se pone en manos de los rusos y los chinos.
Nadie que tenga sentido común puede entender cómo un gobernante, en una democracia moderna, nombre su sucesor como un monarca a un príncipe heredero, como si fuera un mandato divino, y lo que es peor aún, que un partido y un ejército lo sostengan de manera incondicional sin tener las mínimos dotes de conductor político ni de jefe militar. Que se reconozca y se le rinda tributo como jefe de estado por sus destacada y eficiente labor al frente del Gobierno es ya el colmo.
Realmente somos países de un comportamiento sui generis, diría de cultura política bellaca, que muy pocas veces en la historia hemos hecho honor al mérito, a la inteligencia, a la ciencia y a la grandeza ciudadana. Somos una cultura de enrevesados ánimos, de idiotas venezolanistas, de muy poca lectura, muy sesgada por el izquierdismo en las opiniones políticas, sociológicas y literarias, complacientes con las infracciones, muy igualitarios —no en la realidad, solo de la boca para afuera—, y díscolos en la gerencia.
Hay potenciales dirigentes en este país, pero requieren formación para gobernar, liberados de ideologías y de academicismos decadentes, que entiendan la política como una profesión que requiere integridad, calidad, ingenio y logros en el desempeño, aunque también discreción, humildad, responsabilidad, carácter y grandeza de alma.
Pero sobre todo, hacen falta dirigentes con una preparación que les permita ir adelante de la ciencia y la tecnología y les ayude a comprender que sin impulso de las artes y sin cultivo del espíritu no es posible el desarrollo humano para enfrentar los retos del futuro con verdadero sentido común y sensatez.
León Sarcos, Julio 2021