Conocí a Oswaldo Trejo (1924-1996) en 1981. El autor de Metástasis del verbo (1990) gustaba ir cada tarde al Gran Café de Sabana Grande, y pasar hasta entrada la noche, conversando con sus amigos y conocidos. Era un rostro infaltable en la Venezuela de la euforia decadente en la Caracas de finales del siglo XX.
Precisamente sobre ello recuerdo cierta vez que le increpé indicándole que la decadencia no dejaba nada bueno. –Por el contrario, mi apreciado Juan. Los tiempos decadentes como estos que vivimos, han dado buenos escritores y artistas. También han dejado al descubierto tanto político de pacotilla y reforzado la hipocresía y la banalidad.
Era sarcástico y se burlaba de esa sociedad de tanta pacatería que era la Caracas de siempre. –Porque desde los tiempos de los mantuanos esta ciudad fue un enjambre de miseria humana, mentirosa, hipócrita y chismosa, -sentenciaba, Oswaldo. Era puntilloso, directo y brutalmente sentencioso. –La historia de Venezuela nos la fueron contando los mantuanos vencedores, de a mentiritas, deletreada para no olvidarnos de sus abuelos. Era su manera de hablar de una historia oficial, esa de la que siempre he dudado.
Ahora, después de tantos años de esas conversaciones, sigo dudando de tantos momentos, discursos, estrategias y declaraciones que aparecen registradas por oficiosos historiadores y montadas, con bastante rojo visceral, como en las escenas de Eduardo Blanco y su Venezuela heroica.
Es que, para comenzar, hablar de una Latinoamérica unida, ya estaba dada por la práctica de tres siglos, sobre la base de una misma lengua, una misma historia y una misma religión. Basado en esa fuerza cultural hispánica, la aparición de una nueva concepción de la sociedad, transformada a partir del siglo XIX (1810) en sociedad republicana, no creo que se pudo dar, como hecho cultural, inmediatamente. Además de ello, la vida en las provincias hispánicas (no colonias) fue en gran medida, un florecimiento cultural, social y económico registrado y demostrado por la riqueza de una clase social, culta y adinerada y que competía con aquella capitalina (madrileña), previo a los acontecimientos de inicio de los movimientos insurreccionales de emancipación.
Creo que la marca cultural de tres siglos (XVI-XIX) conforman un verdadero progreso que ha sido silenciado por quienes quisieron implantar la causa de una supuesta libertad, sobre la base del republicanismo, que no fue alcanzado definitivamente en la Capitanía General de Venezuela, de la cual hablamos. Porque los mantuanos lo que buscaron fue hacerse con el poder político para administrar ellos, directamente, el inmenso territorio y sus riquezas.
Nunca fue implantado un proceso cultural y menos educativo, para formar ciudadanos libres capaces de vivir y convivir en una república. Los anhelos de los ideales republicanos quedaron en quienes, teóricamente, vislumbraban una vida republicana a imitación de los países europeos o de los Estados Unidos de Norteamérica. La nueva realidad política que se dibujó a comienzos del siglo XIX, en el territorio que fue Capitanía General del imperio español, era un departamento que después, ya entrado el siglo XIX, se convirtió en República de Venezuela y su padre fundador fue, José Antonio Páez.
El concepto de país, nación y república fue gradualmente fusionándose en la mentalidad del pisatario de este territorio, después de 1830. Este concepto de estado autónomounificado solo fue asimilado y después, usado, ya entrado el siglo XX, con Juan Vicente Gómez, cuando se logra anexar la región de la Guayana (Angostura) a la república. Región esta, perteneciente desde hacía varios siglos al virreinato de la Nueva Granada. Definitivamente se logra, de hecho, su anexión, al construir, a comienzos de 1967, el puente de Angostura, con lo cual se logra que esa región se incorpore al resto del país de manera directa.
En la práctica, debemos más a la vida imperial monárquica hispánica, su ser y hacer culturales, que a una ilusoria vida republicana que nunca ha terminado de construirse como tal. Apenas llevamos poco más de un siglo en esos vaivenes frente a una segura, firme, trascendente y constante cultura hispánica, que nos otorgó lengua, historia y religión; una práctica cultural de la cual sentirnos orgullosos, tanto por nuestros ancestros como por nuestro mismo destino cultural.
Es falso que los 300 años de vida cotidiana imperial monárquica sean considerados como atraso y menos fracaso cultural. Todo lo contrario. Más bien, hemos de hurgar, someter a duda y verificar tanta historia y episodios de ella, tratados de manera truculenta, interesada y mal comentada por quienes han querido escribir la mal llamada ‘leyenda negra’ contra España y la cultura hispánica.
Falsear la historia de Venezuela ha sido cruel, y ha traído esta miseria de vida decadente, con sus miserables protagonistas.
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