No es sencillo construir un ordenamiento de la crueldad, aunque seguramente el holocausto estará en primer lugar, seguido de cerca por el holodomor, el gran salto adelante, la revolución cultural, Pol Pot, y cientos más. Discriminar, entre ellos, si merecen disculpas por su origen ideológico, no solo parece ocioso, sino criminal. Pero así han hecho académicos y medios de comunicación por décadas. Lo hacen hoy mismo.
La Revolución cubana, a la mitad de la Guerra Fría, tuvo un impacto impresionante en América Latina. El cuento de la dominación estadounidense, construido desde el Ariel, de pronto cobraba un nuevo sentido. Un pequeño país, una isla, extirpada de la colonia española apenas en 1898, se enfrentaba a su liberador para construir un sistema diferente, un hombre nuevo. Como cualquier Revolución, destruyó las relaciones sociales previas, incluyendo los derechos de propiedad, lo que sirvió de excusa para aplicar un bloqueo comercial casi de inmediato. En esos años, defender la Revolución, enfrentar el bloqueo, era natural para cualquier latinoamericano.
En 1968, eso llamado “izquierda” sufrió una derrota aplastante en todo Occidente. En Francia, los mismos obreros optaron por la “derecha”; en México y América Latina, los estudiantes fueron aplastados; en EE.UU., después del asesinato de Robert Kennedy, nadie estaba dispuesto a respaldarlos. Fue el tránsito a la clandestinidad, el caimán que se iba a la guerrilla. Pero ese mismo año, antes de todos los hechos mencionados, la Unión Soviética invadió Praga y destruyó el intento democratizador local. La “izquierda” no solo perdía políticamente, sobre todo éticamente.
Defender la Revolución cubana y criticar el bloqueo estadounidense, en los años setenta, era más un acto de nostalgia que un acto político, pero todavía tenía algo de sentido. Para mediados de los ochenta, incluso eso se perdió. Deng diciendo que “hacerse rico es glorioso”, Gobarchov promoviendo la Glasnost, no dejaban espacio. A partir de entonces, para mantenerse en la posición “revolucionaria” era necesario ser ignorante, tonto, fanático o interesado.
Aunque desde los años cincuenta empezaron a aparecer críticas “izquierdistas” del comunismo soviético, y sus satélites, treinta años después sí se requería un gran esfuerzo de ignorancia para no darse cuenta de los crímenes detrás del Muro. Ignorancia que podía suplirse con estulticia, claro. A falta de ellas, lo que queda es la mala fe, otra forma de referirse a una voluntad explícita que enfrenta la ética. Hay dos opciones en este camino, la necesidad de defender las creencias o la necesidad de defender los intereses. Lo primero es fanatismo, lo segundo es sevicia.
La Revolución cubana fue en realidad el ascenso al poder de un grupo que ha logrado mantenerse durante más de 60 años. Indudablemente, la figura carismática de Fidel marcó las primeras cinco décadas, mientras la última ha sido un período de deterioro constante, que realmente exige al ejército de ignorantes, tontos, fanáticos e interesados. Como todas las otras revoluciones de “izquierda”, la de Cuba ha sido solo la excusa para un sistema autoritario, o más claramente, totalitario. El carácter religioso de la “izquierda” les obliga a no controlar solo el gobierno, sino las mentes. Como eso que llamamos “extrema derecha”, desde el fascismo de Mussolini, o el nazismo de Hitler, a los contemporáneos Orbán, Erdogan, Modi, Trump y Bolsonaro, entre otros.
Regreso al inicio. Me cuesta mucho trabajo entender la división moral entre izquierda y derecha. Me es inaceptable que unos crímenes sean considerados peores que otros, a partir de un lente ideológico que no tiene ninguna defensa. Si una familia se apoderó de un país entero durante sesenta años, sobre fusilamientos, asesinatos, delaciones, represión, no encuentro cómo puede justificarse. No puedo coincidir con las decenas de colegas que, en julio de 2021, siguen pensando que el bloqueo comercial estadounidense justifica el totalitarismo fidelista. No me parece razonable estirar la liga del periodismo para ubicarse a la mitad de algo incomparable.
Ignoro si las manifestaciones en Cuba logren derrotar a un régimen violento, armado, totalitario. Desprecio profundamente a los colegas que son incapaces de decir, con toda claridad, que ese régimen es criminal. A aquellos que siguen usando el bloqueo comercial como excusa para no sentarse a evaluar su deficiente interpretación del mundo. A aquellos que son capaces incluso de aprovechar el momento para impulsar sus intereses políticos en su propio país.
Izquierda y derecha fueron malas etiquetas de un siglo que ya terminó. Lo que tenemos enfrente es más simple: libertades y derechos frente a autoritarismo y totalitarismo. Ya no es tiempo de clases sociales, evangelios revolucionarios, intelectuales comprometidos. Es tiempo de entender que no existe un fin de la historia, una revolución que nos hará justicia, o un paraíso al final del arcoíris.
No hay nada sino la posibilidad de entendernos todos como iguales, con los mismos derechos y libertades, e ir resolviendo cada día nuestras diferencias. Que se vaya el caimán, para no volver nunca.
Este artículo fue publicado originalmente en Letras Libres (México) el 15 de julio de 2021.