Los talibanes avanzaron en forma indetenible en Afganistán, tras haber logrado el control de 20 ciudades en una semana. Al momento de escribir esta nota se conoce que cayó la importante base aérea de Bagram, que los insurgentes entraron a la capital, Kabul, y que el presidente Ashraf Ghani abandonó el país, y entregó la negociación con los talibanes a líderes políticos, concretando el derrumbe del gobierno y el control del poder por parte de los talibanes. Con todo, se buscaría tratar de evitar una ofensiva armada en la capital, mientras se discuten los términos de la transición del poder a los insurgentes. Ese hecho tendrá consecuencias geopolíticas en toda Asia Central, en particular en sus vecinos: Pakistán, Tajikistán, Uzbekistán y Turkmenistán, pues a Irán, en la frontera occidental, no parecen preocuparle en demasía los acontecimientos en Afganistán. La comunidad internacional vio con ojos críticos la decisión de Estados Unidos de retirar sus fuerzas de ese país antes del 31 de agosto de este año, pues alentó la arremetida talibán ante la debilidad de las tropas del gobierno afgano presidido por Ghani, ello a pesar de que habían recibido entrenamiento y apoyo de occidente. Incluso Rusia la consideró precipitada, en tanto que la OTAN había alertado en 2020 sobre el alto precio que se pagaría si Estados Unidos y las fuerzas aliadas se retiraban de Afganistán demasiado rápido. Siendo objetivos, hay que recordar que el retiro militar norteamericano había sido decidido por Donald Trump en 2020, cuando anunció que en 2021 debían estar de regreso entre 8 y 9.000 soldados desplegados en Afganistán e Irak, así como 12.000 soldados asentados en Alemania, decisión esta última que fue revertida por Joe Biden al asumir el poder, no así en lo relativo a Afganistán, pues la medida ha sido defendida con determinación por el actual gobernante.
Los soldados de Estados Unidos en Afganistán fueron enviados desde el año 2001 tras el ataque terrorista a las torres gemelas de Nueva York y al Pentágono, tomando en cuenta que la organización responsable del ataque, Al Qaeda, tenía su base en ese país. De hecho, Osama Bin Laden y varios de sus dirigentes principales fueron abatidos entre Afganistán y Pakistán, tras lo cual el Talibán se reagrupó y se convirtió en una fuerza insurgente activa en más de dos terceras partes del territorio afgano, generando amenazas preocupantes sobre Pakistán, país que, es bueno recordar, constituye una de las naciones del mundo que posee armamento nuclear. Trump intentó adelantar negociaciones para un acuerdo que condujera a un alto al fuego en Afganistán y a una solución pacífica de la guerra, para lo cual se celebraron reuniones en Catar, lamentablemente sin resultados. También hay que recordar que, tras la invasión soviética a Afganistán en 1979, y la guerra afgano-soviética (1978-1992), el Kremlin decidió en 1988 el retiro de sus tropas de Afganistán, luego de lograrse un acuerdo afgano-soviético, y otro entre Pakistán y Afganistán en Ginebra, pero ello no condujo al fin del conflicto, sino que la lucha entre guerrillas llevó al país a una guerra civil, y al avance del movimiento Talibán. Podríamos así afirmar que tanto la URSS como Estados Unidos y los aliados de la OTAN no pudieron contra los talibanes y que, paradójicamente, en épocas de la guerra fría, Estados Unidos brindó apoyo financiero a los rebeldes islámicos muyahidines, con la intención de neutralizar a los soviéticos, y ello se les devolvió trágicamente.
Para Estados Unidos, Afganistán significó un escenario de guerra de 20 años, el más largo de su historia. El conflicto ha dejado según Amnistía Internacional más de 150.000 muertos, de ellos 60.000 soldados y policías afganos, 38.000 civiles, 2.500 soldados estadounidenses, 4.000 contratistas, 20.000 heridos, además de 1,2 millones de desplazados, con un costo para Estados Unidos de cerca de US$ 2.000 millones a lo largo de las administraciones Bush, Obama, Trump, y Biden. Para muchos analistas, el retiro de Estados Unidos en Afganistán y el triunfo talibán, resultaría comparable con la derrota sufrida en la guerra de Vietnam en 1975.
Conviene resumir para los lectores qué es el Talibán, sus objetivos y creencias. Los integrantes del movimiento son discípulos del islam, unidos bajo una facción de orientación sunita que busca establecer el “Emirato Islámico de Afganistán”. Están orientados por una doctrina extremista, basada en la aplicación estricta de la ley islámica (Sharia), todo ello bajo una fachada ortodoxa que idealiza la vida de los “verdaderos musulmanes”, si dar cabida a ninguna interpretación diferente o al “libertinaje”, y que trata de extirpar cualquier influencia cultural extranjera en el país. Para los talibanes la mujer es sacrosanta, por lo cual debe estar oculta y se les obliga a vestir burkas cerradas, pues la cara femenina es fuente de pecado, sin que les sea posible trabajar ni estudiar después de cumplir los 8 años. Reciben así solo una educación elemental, generadora de desigualdad entre los sexos, pues los hombres ocupan los puestos de trabajo y hasta pueden vestirse al estilo occidental. La mujer no puede ser tratada por médicos varones, y está sometida a matrimonios arreglados. Cualquier violación a la ley es castigada con flagelación, lapidación o ejecución.
Afganistán, con sus 655.000 Km2 de superficie, es el principal productor de opio del mundo, con extensos cultivos de amapola que abarcan 224.0000 hectáreas (2020), cifras que reflejan un “boom” de crecimiento con 61.000 hectáreas más que en 2019, equivalentes a un 37%. La producción de opio se estima en 6.300 TM, convirtiendo al país en el gran abastecedor de heroína en su propio mercado, en Europa, Estados Unidos y países vecinos, a través de redes sofisticadas que proporcionan una fuente importante de financiamiento a la guerrilla talibán, a las cuales se suman la extorsión que ejercen sobre los contratos públicos, los “impuestos islámicos” y el desvío de fondos de la cooperación internacional. El mercado mundial de adictos a opiáceos se estima en 60 millones de personas, y representa la causa de dos terceras partes de las muertes relacionadas con el consumo de drogas. Podría hacerse así una indeseable analogía entre la relevancia del negocio de la cocaína en Colombia, como primer productor mundial que es de dicha sustancia psicoactiva, y el financiamiento que reciben las guerrillas y bandas criminales, las cuales encuentran ahora en países como México y Venezuela millonarias redes aliadas, capaces de estimular la violencia, corrupción, e infiltrar o desestabilizar a las instituciones y a las democracias.
Volviendo a Afganistán, ante la previsible toma de Kabul por los talibanes, Estados Unidos y el Reino Unido desplegaron operativos militares para evacuar a sus ciudadanos de dicha capital, y alistaron contingentes emplazados en Kuwait para actuar en caso de que las circunstancias lo ameritaran. Ambos países afirman que no darán la espalda a Afganistán, y que no se trata de un abandono, pero la realidad será diferente. Otras naciones decidieron reducir al “mínimo absoluto” su personal diplomático o cerraron sus representaciones en Kabul, salvo la OTAN, cuya intención sería mantener presencia en el país. Por su parte, la Unión Europea, Estados Unidos, Pakistán y China han advertido que no reconocerán ningún gobierno afgano que se imponga por la vía de la fuerza, y expresan su honda preocupación por el hecho de que, en el último mes, haya aumentado el número de muertos, y cerca de 250.000 nuevos desplazados en territorio afgano. Por todo ello, Afganistán está convertido en el tema de mayor importancia en la agenda internacional del momento, esperando ahora que, ante ese fatal desenlace, la situación no lleve al retrógrado y anacrónico movimiento talibán, a cobrar venganzas o más víctimas inocentes o a desestabilizar a sus vecinos.