¿Suena increíble no? Daniel salió de Venezuela para ganarse la vida montando su bici. Cosas que solo imaginamos que suceden en películas.
Lucho Suárez // lapatilla.com
Pero la cosa, ni tan ficción es.
Cuando digo “ganarse la vida montando su bici” me quedo corto. Hay que saber conquistar el mundo como él lo hizo.
Les cuento un poco de cómo va esto. Aquí vamos de nuevo.
Daniel es un chamo muy delgado, ni imaginar que a sus espaldas ostenta un trabuco de galardones, premios y nominaciones prestigiosas de calibre mundial, algo que hace verlo intimidante. Pero todo pasa.
“¿Qué más hermano? ¿Todo bien?“.
Apretón de manos, y una sonrisa de oreja a oreja. Contagioso.
La cortesía primero. Daniel entra a la oficina y saluda a todos con el mismo carisma.
Nos sentamos en el set. Me dice sentirse cansado. Lo entiendo, es parte de la rutina de una estrella.
Como diría Juan Pablo Varsky, “la rutina de lo extraordinario“.
Pese a ello, Daniel se aferra a su profesionalismo. En las entrevistas también se hacen piruetas.
Pero en este caso, guardé el título de periodismo.
Me senté para charlar como panas.
Él accedió, se dio cuenta, y todo fluyó.
Desde sus impresiones de lo que significó Tokio para su carrera. Sus influencias. Su amistad inquebrantable con mi también pana Edy Alviarez. Un coctel de humor, buena vibra y muchas anécdotas.
Al concluir la faena, charlamos sobre lo importante del deporte en tiempos de crisis. Daniel se vio muy abierto a apostar por lo nuestro. Es el momento de trascender. Él lo tiene claro.
Unas foticos, una rápida despedida, pero igual de cálida, sin filtros.
Estoy seguro que los próximos encuentros serán con una birra en la mano. Ahí cuadramos el beta.
En conclusión. Daniel es un atleta que para los venezolanos se erigió como un superhéroe.
Pero en el fondo. Daniel también sigue siendo un chamo de Chacao.