Argentina adora el fútbol. Y hoy juega su peor partido. El equipo local se fue a los vestuarios en el entretiempo con tres goles en contra, y en lugar de planear la estrategia para dar vuelta el resultado el entrenador y los jugadores se cruzaron a golpes de puño. El público asistió atónito al espectáculo de pugilismo.
Federico Rivas Molina // Mar Centenera // EL PAÍS
Cuando arrancó el segundo tiempo, la derrota definitiva parecía consumada. El país sudamericano juega contra si mismo y los protagonistas tienen nombre y apellido. De un lado, el presidente, Alberto Fernández; del otro, Cristina Fernández de Kirchner, su vice. Pelean los Fernández y Argentina sufre.
El domingo pasado, la coalición peronista que gobierna el país sudamericano desde diciembre de 2019 sufrió una paliza sin precedentes en unos comicios para habilitar candidatos para las legislativas de verdad, previstas para el 14 de noviembre.
Como la elección fue abierta y obligatoria, el resultado anticipó lo que puede esperar el oficialismo dentro de ocho semanas: sus candidatos perdieron en 18 de los 24 distritos y el control del Congreso está en riesgo. La catástrofe fue 3-0 en el primer tiempo y dinamitó la alianza peronista que forman los Fernández más Sergio Massa, el presidente de la Cámara de Diputados. La pelea puso en evidencia lo que muchos argentinos sabían y otros presumían: el poder en Argentina es de Cristina Fernández de Kirchner.
El presidente, ungido por ella como candidato hace dos años, está en su sitio solo para obedecerla, piensan, y ahora dicen en voz alta, los kirchneristas. Cuánto debe obedecerle está en el origen de la crisis que ahora paraliza a Argentina.
“La estrategia de coalición de Alberto Fernández fue darle a cada uno un pedazo y no construir poder”, dice Pablo Touzon, politólogo de la consultora Escenarios.
El Gabinete de ministros fue evidencia de ese reparto. Sin partido propio, Fernández guardó para si la jefatura de Gabinete y el ministerio de Economía y entregó otras piezas clave. La relación con las provincias, en manos de Interior, y otras direcciones con altos presupuestos quedaron para el kirchnerismo.
Tras la derrota, Cristina Kirchner se sintió en el desierto y presionó a Fernández para un cambio de colaboradores. El presidente prefirió esperar a las Legislativas y se inició la guerra. En la noche del viernes, finalmente, cedió a la presión, se deshizo de su jefe de ministros y mantuvo en su sitio a todos los cargos de la vicepresidenta. La relación entre ambos nunca fue fácil, porque el presidente “se veía como el DT de la coalición”. “Pero para que funcione tiene que haber un poder que ordene, sino aparece la balcanización. Fernández debió construir poder cuando tenía un 80% de popularidad porque ahora, de apuro, lo tiene que hacer en 48 horas”, agrega Touzón.
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