A principios del siglo pasado, la región de la Patagonia fue el epicentro de una escabrosa y horrible historia que quedó registrada las crónicas antiguas como “La matanza de los turcos”, pues sus principales víctimas eran comerciantes de origen árabe que cayeron en las garras de una banda de ladrones caníbales que comían su corazón y sus genitales para nunca ser descubiertos.
Por infobae.com
Los hechos quedaron consignados en el Archivo Histórico de la Provincia de Río Negro, y han sido contados a retazos a través de los años por medios principalmente argentinos y por el periodista Walter Raymond que se dedicó a revivir la impactante historia.
“La matanza de los turcos” ocurrió entre los años 1904 y 1909 y su saldo de muertes, según los registros del oficial que la investigó, fue de cerca de 130 víctimas, la gran mayoría de ellas de origen sirio-libanés, que por esos años llegaban por cantidades a Chile y Argentina buscando establecerse en actividades de comercio.
A estos vendedores trashumantes de ascendencia árabe se les llamaba genéricamente -y aún se les llama- “turcos”, indistintamente del lugar específico de su procedencia. Pero también se les llamaba “mercachifles” pues tenían la costumbre de anunciarse en las poblaciones o estancias donde llegaban haciendo sonar una especie de silbato o “chifle”.
“Eran libaneses apenas llegados al país, que salían desde Neuquén y General Roca, en grupos de dos y tres, acompañados por algunos peones y baquianos, con caballos o mulas cargados de ropa, telas y otros artículos”, escribió en un reportaje de 2009 el escritor e historiador Elías Chucair.
“Mercachifles” desaparecidos.
El primer caso de un “turco” desaparecido se reportó en abril de 1909, en el paraje de El Cuy, en el centro de la provincia de Río Negro, al norte de la Patagonia argentina. Un lugar que por esos años tenía apenas un centenar y medio de habitantes.
La denuncia fue hecha por un comerciante de nombre Salomón El Dahuk (o Eldahuk, depende a la fuente histórica) pues uno de sus “mercachifles” de nombre José Elías y el peón que lo acompañaba (también árabe) Kesen Ezen, se habían internado en la patagonia hace meses y no se había vuelto a saber de ellos.
El desaparecido José Elías había partido de General Roca en agosto de 1908, con mercancía de Dahuk, bajo el pacto de que volvería antes de noviembre. Esta era una tradición habitual de los sirio-libaneses, que solían ayudar a sus paisanos recién llegados a establecerse con mercancías en préstamo para que pudieran comenzar rápidamente una actividad rentable.
La última vez que se supo de ellos estaban en un lugar conocido como “Lanza Niyeo” y unas semanas después sus mulas y el caballo de Elías se vieron deambulando por la meseta. Esto tenía preocupado a Dahuk, pues creía que los podían haber asesinado.
Para ese entonces los rumores de que en la Patagonia mataban “turcos” estaban corriendo desde hace años, pues desde 1905 no regresaban los “mercachifles” que se internaban en la meseta ofreciendo sus productos en las poblaciones y estancias alejadas.
El propio Salomón, que tenía una compañía llamada El Dahuk (o Eldahuk) Hnos, tenía registro de cincuenta y cinco vendedores ambulantes, todos de origen árabe, que no habían regresado a pagar su deuda de mercancías.
Ante la magnitud de las denuncias el gobernador de Río negro, Carlos Gallardo, designó al jefe de la policía, José Torino, uno de los alguaciles más férreos y estrictos de la región, a que se trasladara hasta el lugar de las desapariciones e investigara lo sucedido. Torino lo hizo y con él se llevó a diez hombres conocedores del clima y la bravura de la región y se propuso a recorrer el mismo camino de los mercachifles.
Una banda de caníbales liderados por una bruja
La tarea probó ser dura, Torino interrogaba a los habitantes en busca de información pero aunque varios afirmaron haber visto pasar a los “turcos”, nadie sabía más, ni daba luces de su paradero o destino.
La empresa parecía ser un total fracaso hasta que lograron capturar un mapuche que era responsable de varios crímenes, pero que tampoco sabía nada de los “turcos” desaparecidos. Eso le dio una idea a Torino y decidió ir a “Lagunitas”, un paraje en la ruta de los mercachifles cercano a Chile, en donde encontró la confesión que encausaría su búsqueda.
El joven mapuche que detuvo se llamaba Juan Aburto, y él le dijo que hace apenas tres días que en el toldi (choza) de un tal Ramón Sañico habían matado a tres sirios. No solo eso, en otras oportunidades habían asaltado y matado a otros turcos que llegaron al lugar.
Cuando llegó al toldo no encontró al hombre que buscaba, pero sí recuperó varios objetos robados. Definitivamente estaba en el lugar correcto.
Torino implementó métodos brutales para encontrar a la banda, capturó y torturó a toda persona que considerara sospechosa, métodos cuestionables pero efectivos, porque en poco tiempo apresó a casi todos los integrantes de la banda y recolectó pruebas de sus horribles crímenes.
Todo quedó documentado en sus diarios, en especial las referencias a Antonio Cuece, el líder de la banda.
Este era un personaje especial, pues vestía de mujer y era conocido con el apodo de “Macagua”, una “machi” -bruja o curandera- que había convertido a su banda de atracadores y asesinos en caníbales.
Los miembros de la banda eran en su mayoría indígenas mapuches procedentes de Chile, que se dedicaban a criar ovejas, caballos, cazar avestruces y guanacos. Pero también delincuentes de la más baja calaña que ante la ausencia de una fuerza policial en la región habían encontrado terreno fértil para robar, asesinar y cometer todo tipo de delitos.
Sus principales víctimas eran los “mercachifles” que llegaban a la región, a quienes invitaban a departir asado de cordero, vino y otras atenciones, pero en cuanto se descuidaban los mataban, les robaban el dinero, la ropa y la mercancía que transportaban.
Bajo las directrices de la bruja “Macagua”, les extraían el corazón, el pene y los testículos. Con estas partes hacían amuletos para la buena fortuna y el éxito en sus empresas criminales, pero también los consumían en rituales canibalistas con la creencia de que los dotaría de virilidad.
Esas partes y otras más extraídas de los cadáveres de los “turcos” asesinados, eran cocidas, asadas y repartidas entre todos los integrantes de la banda.
“Antes de comer un pedazo del corazón del turco José Elías, Julián Muñoz les dijo a los presentes: ´Antes, cuando era yo capitanejo (subalterno de un cacique indio) y sabíamos pelear con los huincas (hombres blancos), sabíamos comer corazones de cristianos; pero de turco no he probado nunca y ahora voy a saber qué gusto tiene´”, dice en uno de los relatos consignados en el Archivo Histórico de Río Negro.
Después, lo que quedaba de los cadáveres y pertenencias los quemaban y los huesos eran molidos y guardados para que la “machi” (bruja) hiciera “gualichos” (conjuros) con los que evitaban ser descubiertos.
De acuerdo con los testimonios que recogió y documentó Torino, fue ella quien los llevó al canibalismo, pues era la encargada de extraer las entrañas de los hombres asesinados y cortar sus partes íntimas, prepararlas y darlas al resto. Muchos afirmaron que comenzaron a consumir a sus víctimas por miedo de que “Macagua” los hechizara o maldijera, y otros dijeron que comieron personas porque “los demás habían incitado al resto”.
Fue tal la matanza, recogerá Torino, que uno de los capturados le dijo que se le había hecho costumbre desayunar “filetes de turcos recién carneados (muertos)”.
Los poderes ocultos y la desgracia de Torino
En los cuatro meses que duró la cacería de caníbales del alguacil Torino fueron capturados más de 80 personas, todas señaladas de ser parte de la banda que, según el propio jefe policial, habría asesinado y consumido cerca de 130 comerciantes “turcos”.
Pero entre sus capturas no estaba la supuesta líder de la banda, la machi “Macagua”. A ella Torino la describe como “una mujer vieja y moribunda, postrada en una cama con tuberculosis avanzada y sífilis, y que por eso no la llevó con el resto de los detenidos”.
Así se lee en uno de los reportajes de Walter Raymond hechos en 2017, quien además afirma que semanas después de la partida de Torino, se supo que la bruja estaba vagando por el desierto. Cuando este quiso volver a arrestarla, enviando una comisión policial por ella, encontró sobre una mesa un papel firmado por un poderoso patrón de la zona en la que se le pedía al comisario dejar de perseguir a la mujer “porque era una buena persona y no le había hecho mal a nadie”.
Eso fue lo último que se supo de la machi “Macagua”, o Antonio Cuece, como era su verdadero nombre, quien desapareció tras ese episodio y por años se transformó en una leyenda, una especie de espanto que los habitantes de la Patagonia decían ver deambulando por la pampa.
Del que sí se sabe el final fue del comisario Torino, quien pasó rápidamente de ser héroe por desmantelar una banda de caníbales, a caer en desgracia por la misma razón.
Los métodos implementados por Torino no fueron los más ‘amables’ y muchos de los presos que capturó terminaron muriendo en prisión por las brutales torturas a las que fueron sometidos para forzarlos a confesar sus crímenes, e incluso, en algunos casos, para que aceptaran culpas que no eran de ellos.
T
odas esas acusaciones por abuso de autoridad y procedimientos ilegales llevaron a Torino y a sus hombres a enfrentar un juicio por cuatro largos años que terminó llevándolos a ser suspendidos y encarcelados. Ninguno regresó a la institución, pero la mayoría de sus procesados recuperaron su libertad al poco tiempo.
¿Funcionaron los hechizos de “Macagua”? Algunos podrían pensarlo, pero de acuerdo a las investigaciones de Raymond, todo apunta a que los arrestos de Torino desarmaron una red de comercio ilegal que excedía a los “capitanejos” detenidos, incluso a la propia “machi”, y de la que participaban políticos ocultos y comerciantes de la región de los que nunca se tuvo certeza. Uno de ellos era Pablo Berbránez, un “huinca” (hombre blanco) de origen chileno que era el verdadero poder oculto tras la bruja.
Ellos dirigían una red grande, que movía mucho dinero, y Torino había encarcelado a la mano de obra barata de los mapuche que la mantenían con vida, a costa de las vidas de los mercachifles turcos.