Pero resulta curioso (esta es la mejor palabra que encuentro) que nuestra literatura venezolana aparezca en pleno siglo XXI como eso, una curiosidad para quienes se encargan de catapultar (diría, más bien, promocionar) a los autores venezolanos.
Se sabe que en el mundo literario existen agencias que por ciertos ‘emolumentos’ se encargan de promocionar a los autores, darles visibilidad hasta acercarlos a las propias oficinas de las editoriales, e incluso, hasta los jurados de algunos ‘prestigiosos premios’, para colocarlos como los mejores.
Sea porque el Estado venezolano se encargó de promocionarlos hasta bien entrado en siglo XX, sea porque a la gran mayoría de los escritores venezolanos no les interesaba dicha promoción hacia afuera, salvo Blanco Fombona que buscó hacerse con el nobel, lo cierto es que la literatura venezolana sigue siendo, en el siglo XXI, una rareza para el resto del mundo literario y cultural en general.
La literatura venezolana, sin embargo, tanto por su variada temática como por la lucidez de sus autores, desde que los ‘cuatro poetas-soldados’ allá en Cubagua a inicios del siglo XVI, describieron con sus versos la Tierra de Gracia, al decir de Juan de Castellanos, no ha parado de construir y reconstruir su mundo y con ello, la lengua nacional.
De suprema importancia esta nueva realidad que se vive por estos tiempos, tanto por los creadores, nuevos escritores y la incorporación de nuevas temáticas. Lo vemos en los jóvenes narradores y poetas que, sin aparecer en los registros y catálogos de las ‘agencias’ que promocionan, supuestamente estudian y analizan las obras de los jóvenes escritores (lista Granta, 2021, o Bogotá-39), ellos siguen escribiendo, muchos a pesar de estar viviendo en circunstancias totalmente adversar, tanto por razones políticas o socioeconómicas, con presencia en las editoriales independientes.
Esta experiencia ocurrió en el siglo pasado con la generación de los escritores que iniciaron el llamado ciclo de la ‘literatura en la democracia’. Varios de ellos incorporaron nuevas estructuras narrativas (País portátil, de Adriano González León) al mundo de la literatura del llamado “boom” de la literatura Latinoamericana. Incluso antes, con adelantados como Julio Garmendia y la creación de su mundo fantástico.
Pero es cierto que la literatura venezolana sigue siendo ‘el secreto mejor guardado del Caribe’. Ella sigue y seguirá existiendo, independientemente de las carencias, intereses o recelos de segundos o terceros, quienes, o no leen o lo hacen a destiempo y con muy mala información metodológica para evaluar, literariamente, la real y verdadera creación literaria venezolana.
Esto, incluso, ocurre dentro del propio territorio nacional. Hoy, sin embargo, por razones político-económicas finalmente el centro tradicional donde se circunscribía la actividad del hacer literario venezolano perdió ese privilegio. La capital venezolana, Caracas, no es centro sino parte de una serie de enclaves culturales, donde Mérida-San Cristóbal, Maracaibo, Maracay-Cagua, Ciudad Bolívar-Puerto Ordaz-Upata, Puerto La Cruz-Cumaná, se han consolidado como centros autónomos donde la actividad literaria, tanto en la creación, como en la investigación, producción y promoción de la literatura, conforman un quehacer que adquiere fisonomía propia.
Además, la conformación de editoriales independientes y la coproducción con empresas de edición internacionales, está dando cada vez más autonomía, tanto a los creadores como a los promotores. Así, apartando los intereses políticos del Estado, tanto autores como editoriales independientes lanzan sus propias actividades literarias, eventos, congresos, talleres, y encuentros nacionales e internacionales.
Esta actividad viene apoyada desde el exterior, tanto por conocidos intelectuales venezolanos como miembros de editoriales independientes. Además, desde hace tiempo la literatura venezolana viene estudiándose en centros universitarios estadounidenses e incluso hasta en universidades japonesas.
No, no creo que la literatura venezolana de estos tiempos esté reducida a la falta de escritores, ni menos jóvenes. Tampoco por su calidad ni mucho menos por exclusión de eso trillado, como género. No, es más un recelo y mezquindad de quienes siguen, bien por razones políticas, bien por razones de ‘ventas’ y otros asuntos, contra el esplendor que por estos tiempos se evidencia en la proliferación narrativa (cuento y novela), como por la más importante construcción poética que se tenga noticias en todo el mundo de habla castellana.
En esto último (poesía) puedo indicar la total y absoluta actualidad, tanto por la cantidad de poetas (termina de salir una antología, Hacedoras, tomo I, donde se registran 250 poetas, todas mujeres), así como en las propuestas de nuevos lenguajes, mixturas de voces, variedad de temas, llevado a cabo por una generación, tanto de la diáspora como del ‘insilio’ que rompe definitivamente con las anteriores maneras de escritura. Esto lo encontramos también en la narrativa, sobre todo el cuento y la novela venezolana que asume finalmente su propio camino. Ya Venezuela no es el país del cuento y los cuenteros.
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