Al parecer, no es suficiente entregar en manos castrenses las empresas básicas del Estado, la administración civil del país y hasta las minas de Guayana. Piden o se les ofrece más. Pero transformar un centro cultural y educativo en una caserna debería ser motivo de vergüenza para los propios militares.
Es deseable una fértil interacción entre la cultura y los uniformados, pero de otro orden. Sería un orgullo para todos los venezolanos que quienes tienen las armas de la República luciesen un alto nivel cultural y educativo. Porque no hace gracia escuchar a algunos referirse a una “circunferencia de 365 grados” o afirmar “hemos mejorado la seguridad en 130%” o sugerir “la tala de árboles para cocinar con leña como lo hacía mi abuela”.
Esto de militarizar la sede de un ateneo se emparenta con otra conocida frase, atribuida a Goebbels, “Cuando escucho la palabra cultura saco mi pistola”. Aunque en algunos casos quizás sea más certera la versión de aquel personaje de una película de Jean-Luc Godard, titulada El desprecio: “Cuando escucho la palabra cultura saco mi chequera…”
Venezuela, además de justicia y libertad, exige decencia.