No todo era perfecto cuando cerramos las puertas al siglo XX pero, con los años, la vida y el ejercicio de la política se perfeccionaron. Por una parte, había que llegar a acuerdos mínimos, entendimientos necesarios, apoyándose entre sí: los partidos que controlaban el Congreso, por ejemplo, no eran los mismos que los de las universidades. Asimismo, la opinión pública era una batalla entre los dueños de las emisoras radiales o televisivas y los periódicos o revistas. Había intelectuales de peso en los partidos, frente a los académicos que no podían monopolizar el conocimiento. Podría decir que había tensiones pero también equilibrios y compensaciones que obligaban a todos los actores a ponerse de acuerdo de un modo u otro.
Por otra parte, por muy simpático que alguien pudiera caer, o muchos los almuerzos que pudiera brindar, las políticas no dependían de esas relaciones primarias porque se imponía el peso de la representatividad. Se era político porque se tenía gente atrás para apoyar; se contaba con algo o alguito como delegado de curso, referente gremial, luchador social, experto en alguna materia. Y esto significaba una cierta trayectoria y, sobre todo, experiencia. Hugo Chávez impuso a sus amigos, supieran o no del asunto, los atornilló en ministerios, jefaturas civiles, empresas del Estado, embajadas o consulados; pero, también es cierto, que en ciertos sectores de la oposición se hizo lo mismo, y las responsabilidades partidistas tendieron a imponer a los más pantalleros e improvisados. En esta década, no podemos olvidar a los políticos de las redes sociales, donde están más pendientes de los likes que de las relaciones y el contacto directo con las comunidades.
Como un ecosonograma, a veces, uno se sorprende de la lisonja o las alabanzas que prodigan muchos a los líderes o jefes partidistas. Siempre ha existido el “jalabolismo”, término muy venezolano que Edecio La Riva Araujo trató en un libro al elogiar a la adulancia, pero hoy en el gobierno y en la oposición ha llegado a extremos asombrosos y vergonzosos. Toda ocurrencia del jefe del partido es celebrada como una genialidad y, por mucha confianza que se tengan, el adulante se refiere al adulado con nombre y apellido para decirlo como el máximo líder, inspirada estrella que sirve de guía, o cosas parecidas.
La política y los políticos venezolanos siempre contrastaron con los demás políticos de América Latina, fruto de una larga tradición que nos llevó a una cierta madurez política, ya que los problemas políticos no se manejaban de manera personal sino sobre la base de la consideración y el respeto. Ejemplo de ello es la manera como se relacionaban la centro izquierda y la centro derecha durante muchos años. Tenemos que recordar que la unidad, por medio de la concreción de objetivos conjuntos, nos llevará a la Venezuela que ya hemos vivido y hoy soñamos. En algún momento debemos retomar la base fundamental de la política para ayudar a mejorar las relaciones y la confianza con nuestros seguidores, de lo contrario seguiremos aislando a la clase política venezolana. Insistir, resistir y persistir no puede haber sido en vano.
@freddyamarcano