Querido amigo(a)
Siento la navidad y el fin de año, no como una época, si no como un sentimiento
que desde que era un niño me hizo ver la vida como una inagotable veta de oro,
de la que podía extraer toda la magia y la felicidad del mundo.
Todas las hojas se vuelven flores; todas las aguas, manantiales; todos los vientos,
caricias y todas las estrellas sonrisas de fuego divino. Los campanarios del mundo
se mecen a un compás sonoro, desde la más humilde de las Iglesias en Nazaret, un
pequeño pueblo indígena donde nació mi madre, hasta las de San Pedro,
que nos convocan a la alegría, la paz y la concordia.
No falta nada en la gran mesa, que luce colmadas de manjares y mieles y que espera
ansiosa a toda la familia a su alrededor, donde estarán todos, y también para nuestra
dicha, el espíritu y la gracia de los que temporalmente se han ido.
Unidos y en santa fe, elevaremos la más bella plegaria que brote de nuestra alma,
para pedir a Dios todopoderosos y a todos los hombres de buena voluntad:
fin al cautiverio, prosperidad y libertad para elegir de nuevo nuestro destino.
¡Dios bendiga a Venezuela!
León Sarcos, diciembre 2021