Filmó todos los géneros; marcó para siempre a cuatro generaciones; se convirtió en el director comercial más exitoso de todos los tiempos. Tiburón, E.T., Indiana Jones, La Lista de Schindler, Rescatando al Soldado Ryan, Jurassic Park… Todos tienen su preferida y él, una sola fórmula, que mantiene a rajatabla: “Me gano la vida soñando”
Por Infobae
Parece mentira, pero Steven Spielberg le tiene miedo a la oscuridad. Excepto en las salas de cine. Para el genio creativo que hizo su primera película casera a los 12 años, ese instante en que las luces se apagan para iniciar la proyección, se siente demasiado parecido a la felicidad del sueño cumplido. Aunque los sueños para él nunca son una meta, sino la constante que ha regido toda su vida, como dice su frase más célebre: “Sueño todo el tiempo; me gano la vida soñando”.
Spielberg nació en Cincinnati, Ohio, el 18 de diciembre de 1946 en una familia de judíos ortodoxos. Su madre, Leah, era pianista y restauradora; su padre, Arnold, un ingeniero electrónico ligado al desarrollo de computadoras, y al niño Steve le gustaba llevarse prestada su cámara Súper 8 para hacer videos de sus campamentos con los boys Scouts. Llegó a filmar un corto de 9 minutos al que llamó The last gunfight. Para cuando cumplió los 13, ya había hecho un mediometraje de guerra titulado Escape to Nowhere con varios de sus compañeros de colegio en el casting.
Cuando la familia se mudó a Phoenix, Arizona, encontró un nuevo pasatiempo, impostergable, que comenzó a realizar cada sábado, sin excepción ni perjuicio del Shabat: ir al cine a ver los estrenos. En esas tardes se fascinó con Peter Toole, Omar Sharif y Anthony Quinn en el clásico de clásicos que lo lanzaría según él “al gran viaje”, Lawrence de Arabia (1962).
La épica del film de David Lean marcaría para siempre su carrera con una sutileza que estaba preparado para percibir: “Los sueños no aparecen gritando en tu cara, frente a tus ojos. Aparecen sin aviso. Lo más difícil de escuchar son los instintos, porque la intuición humana y personal siempre susurra. Hay que estar siempre preparado para escuchar lo que te dice al oído muy de vez en cuando”, dice cada vez que le preguntan por sus secretos quien estaba destinado a convertirse en el director cinematográfico más taquillero de todos los tiempos, capaz de abarcar todos los géneros con igual maestría.
Su primera película independiente, que rodó 1963, fue sin embargo un rotundo fracaso. “Cuando era adolescente, me quedé despierto toda una noche escribiendo un guion y sentí algo que hasta hoy no me canso de sentir. ¡Estaba tan cerca de la sensación de volar! –contó hace años sobre aquel proyecto de Ciencia Ficción que con el tiempo serviría de base para Encuentros Cercanos del Tercer Tipo (1977)–. Me refiero a cuándo estás tratando de poner las palabras en el papel, pero vas tres pensamientos adelantado, y es una carrera para escribirlo todo antes de que vuelvan a donde sea que se originen esas cosas. Se llama inspiración y, de hecho, yo hice una película con ese guion que escribí en una noche. Se llama Firelight y, en realidad, fue horrible”.
Lo que el inabarcable director, guionista y director, premiado apenas con tres Oscars de la Academia –dos como director, por La lista de Schindler (1993) y Rescatando al Soldado Ryan (1998), y uno por mejor Mejor Película, por la primera– capitalizó de aquella experiencia de su juventud fue la obsesión por una idea a fotografiar como fórmula a repetir: “Esa ha sido una posición mágica para mí desde entonces. Es lo que me encanta: crear imágenes para poder mirarlas, para que puedan mirarlas, y para que yo pueda ver cómo las miran, que para mí es la mejor parte”.
En el verano del 64, los Spielberg se mudaron a California, y Steve hizo una pasantía en los estudios Universal. Al año siguiente, cuando los padres se divorciaron, él se fue con Arnold a Los Ángeles, ya había escuchado el susurro: no tenía ningún interés en otra cosa que no fuera hacer cine. Para 1968, Universal le ofreció un contrato de siete años para dirigir producciones para televisión que lo convirtió en el director más joven en firmar un acuerdo a largo plazo con un estudio de Hollywood. Tenía sólo 22.
Desde entonces, un sueño llevó al otro. Y la experiencia, el prestigio, los contactos y el dinero que acumuló filmando capítulos de series y películas para TV (El diablo sobre ruedas y Loca evasión), se convirtieron en un valor de peso cuando David Brown y Richard Zanuck le dieron la oportunidad de su vida. Aunque ese chico obsesivo –prácticamente un nerd de las películas– podría haberse matado en el rodaje que inició realmente su carrera cinematográfica.
Cuando filmó Tiburón (1975), Steven Spielberg tenía 27 años y casi se ahoga dos veces, además de salvarse de milagro del choque de dos de los botes que se usaban en el set montado sobre el Atlántico porque –error de principiante o genialidad de un visionario–, se negó de plano a rodar en un lago. No fueron los únicos problemas que afrontó durante la filmación del primer blockbuster que, protagonizado por Roy Scheider, Richard Dreyfuss y aquel tiburón mecánico de siete metros y medio capaz de aterrorizar a cuatro generaciones, cambió la historia de los consumos culturales. Más de cien días de un rodaje de horror amenazaron con cancelar la producción que, contra todo pronóstico, fue el primer gran éxito comercial y de crítica de Spielberg. Tiburón ganó tres Oscars, y desató una verdadera “Tiburonmanía”.
En cuanto a filmar en el mar en vez de armar un set que lo imitara en un lago donde la situación pudiera controlarse y se evitaran por ejemplo problemas como la sal que corroyó los mecanismos del tiburón metálico, más de cuatro décadas después, es posible ver ahí otra de las claves de la fórmula obsesiva para no dejar escapar sus sueños. “Si tuviera que decir qué es a lo que más energía le dedico –explicó durante una charla con estudiantes hace unos años–, es a defender ideas que otros no entienden”.
Tras el éxito de Tiburón, Spielberg tenía todas las credenciales para hacer lo que quisiera. Rechazó la oferta para hacer la secuela y se embarcó con Dreyfuss en el gran sueño de su adolescencia: la película de extraterrestres Encuentros Cercanos del Tercer Tipo. Durante las audiciones, en 1976, él mismo tuvo el suyo: conoció a la actriz Amy Irving (a quien Brian De Palma había dirigido en Carrie), que aunque resultó demasiado joven para el papel de Jillian Guiler, muy pronto comenzó un noviazgo con el director y se mudó a su departamento de soltero. Lo mejor estaba por venir.
Tenía 35 años cuando se alió con George Lucas para filmar Los pasajeros del arca perdida (1981) con Harrison Ford, en Han Solo de Star Wars, como protagonista. Sería la primera aventura de la saga de Indiana Jones, y también la que le abrió el camino de las coproducciones como método de trabajo, algo que hizo, por ejemplo, en esos años con Poltergeist (en cuyo guion colaboró).
Se dice que en el estreno de E.T. (1982) en el Festival de Cannes la gente lloraba y gritaba tanto que nadie oyó el final. Alguien, otra vez, sí había escuchado el susurro de su intuición para elegir ese casting tan perfecto que, hasta hoy, Drew Barrymore –que entonces tenía sólo siete años– lo sigue sintiendo como su padrino. Esa seguidilla de números puestos le dio la espalda para fundar su propia productora, Amblin. Desde mediados de los ochenta, su nombre estuvo en los créditos de la mayoría de los grandes títulos para público infantil y adolescente. Las más destacadas: Gremlins (1984), Los Goonies (1985), ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988), Volver al futuro (1985), Hombres de Negro (1997).
El 13 de junio de 1985 nació su hijo mayor, Max. Y Spielberg se casó con Amy Irving en noviembre de ese año. Su divorcio, en 1989, fue considerado en su momento el más caro de la historia. La relación, que siempre había sido tormentosa –estuvieron cuatro años separados antes del nacimiento de Max–, se rompió cuando él se enamoró de la actriz Cate Capshaw durante el rodaje de Indiana Jones y el templo maldito.
Spielberg quiso hacer valer el acuerdo prenupcial, pero los abogados de su mujer no le dejaron pasar la infidelidad: tuvo que pagarle US$100 millones. Eso sí, la carrera de Irving se resintió para siempre.
Unos meses después, el 14 de mayo de 1990, nació Sasha Rebecca, la primera de sus cinco hijos con Capshaw. Se casaron el 12 de octubre de 1991, y la actriz, de origen protestante, se convirtió al judaísmo antes de la ceremonia. Había pasado más de un año estudiando. “Esta ‘shiksa’ hizo de mi un mejor judío que mis propios padres: me hizo recuperar mis valores religiosos”, dijo ese día Spielberg.
Tal vez no fuera casual que después de eso el siguiente sueño al que se entregara fuese La lista de Schindler (1993). El film sobre el hombre que arriesgó su vida para salvar a más de mil durante el Holocausto había sido una de esas ideas obsesivas que el director prefirió mantener en el rumor de sus sueños durante más de diez años porque no se sentía “lo suficientemente maduro” para encararla.
Cuando por fin el nacimiento de sus hijos lo hizo llevar “la responsabilidad de la herencia judía” sobre sus hombros, comenzó el rodaje en Polonia mientras editaba Jurassic Park (1993). Eso, y la compañía de su mujer y sus hijos menores, “fue la única manera de hacer la filmación tolerable”, dice en la biografía de Joseph McBride. Además de su primer Oscar como Mejor Director, y el premio a la Mejor Película, está considerada una de las cien mejores películas de la historia.
Un año más tarde, se unió a Jeffrey Katzenberg y David Geffen, y con Bill Gates como uno de sus principales inversores, fundó su productora Dreamworks, de vanguardia en animación con films como Antz (1998) y Shrek (2001). El sueño creativo había terminado de tomar forma. O no. Porque el sueño siempre está en movimiento. De hecho, su segundo Oscar como Mejor Director por el drama bélico Rescatando al Soldado Ryan (1998) fue una prueba en ese sentido. Y, sin embargo, tuvo que tolerar, entonces, ser víctima de la trampa de Harvey Wenstein, que habría operado para que el film no ganara también en la categoría Mejor Película, que entonces fue para Shakespeare in Love, de su propia productora.
Es imposible enumerar todos los títulos de un director consciente de que fue tocado por la varita mágica de Hollywood. Minority Report (2002), Atrápame si puedes (2002), La terminal (2004), La guerra de los mundos (2005), Munich (2005), Las aventuras de Tintin (2009), Lincoln (2012), The Post (2017), son sólo algunos entre los tantos que han mantenido la rueda de los sueños girando en estos años.
En junio pasado, en plena postproducción de la remake del musical West Side Story –se estrenó en las salas la semana pasada–, uno de los pocos géneros que le faltaba cubrir firmó un contrato con Netflix para producir varias películas por año, y tiene en los planes una secuela de Indiana Jones y otra de Jurassic Park. Además está rodando el drama semi-autobiográfico Los Fabelmans, con Michelle Williams en el papel de su madre, y Seth Rogen como su tío favorito. “Cualquiera puede tener una técnica más o menos correcta –explica una y otra vez en cada Masterclass–. La diferencia está en contar nuestras propias historias. Hablen con sus padres y, si pueden, hablen también con sus abuelos. Pregúntenles sobre sus historias. Les prometo, como les prometí a mis hijos, que no se aburrirán.” A los 75, él nunca lo hizo. Y todavía nos entretiene como siempre, cada vez que se apaga la luz en la sala, vence el temor inicial a la oscuridad, y el sueño del cine vuelve a comenzar.
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