Freddy Marcano: Los empleados de la política

Freddy Marcano: Los empleados de la política

La política es una profesión inevitable. Muchas veces, el político se entrena, desde muy pequeño, a través de nexos familiares o de algún amigo cercano y, por más que alguien la deteste y sea paladín de la anti-política, es una de las profesiones necesarias para la construcción y el manejo de un país. El tiempo que le invertimos al país exige una creciente formación política, un acopio de experiencia, un adiestramiento en su aplicación y un aprendizaje de algo que es inherente a ella: la articulación de ideas e iniciativas con los demás. Éste dato es fundamental porque la política no puede hacerse en soledad, desde el altura de un ego, por más iluminado que el político se crea. La política, lo político y los políticos constituyen la parte especializada de la sociedad civil en el bien común que, por cierto, no es una noción de exclusivo uso socialcristiano o la social democracia. Y esto es importante tenerlo en cuenta, porque – contrario a la prédica neoliberal – hace tanta política el dirigente de una asociación de vecinos como el de un partido, por ejemplo. Por supuesto, la única diferencia es que uno de ellos busca el pan por cuenta propia y, el otro, llega un momento en que deben ayudarlo a buscarlo porque come, va al médico y paga su casa como cualquier mortal.

Desde Max Weber para acá, mucha agua ha corrido bajo el puente sobre la vocación, la profesión, el estudio y el desempeño de la política. Cada época y cada sociedad tiene sus particularidades. Digamos que la Venezuela de la extraordinaria y más que centenaria renta petrolera determinó el perfil del profesional de la política con dirigentes atornillados por años al frente de los colegios o las federaciones de colegios profesionales y de los partidos políticos; igualmente, también hubo empresarios que se embolsillaron los bonos de exportación de Eleazar López Contreras y los presidentes siguientes sin producir nada, en otras palabras, se reprodujo el fenómeno como en cascada. Todavía en los años sesenta del siglo anterior, los dirigentes de partidos podían ejercer como abogados en las mañanas, por citar un caso, dar clases en una universidad, atender a la clientela en las tardes, y ocuparse del partido tres veces a la semana y el fin de semana; dedicándole a la familia poco en la semana y sólo exclusivamente en unas vacaciones de quince a veinte días al año. Debía fajarse en varios frentes, pero las exigencias del oficio eran crecientes y, cuando no, tenían ocasión para activar como concejal, diputado o senador, y devengar un sueldo para hacer política, manejar una asesoría por aquí o un puesto público por allá, si su partido era gobierno. Después vino el desmadre, ya que el político se hizo empleado de los grupos económicos y esto vale para el siglo XXI, porque el madurismo, como ocurrió con el chavismo, los pone a cobrar a todos a cuenta del Estado. Por ello, lo más importante para un dirigente oficialista intermedio y en ascenso es pegar o conectarse con una de las mafias económicas que se alimentan del Estado. Y no queda todavía claro el financiamiento de los partidos de la oposición porque unos parecen más iguales que otros, y ha quedado en el aire el destino de 98% de la ayuda humanitaria proveniente de la USAID.

Ahora bien, hay que distinguir entre el dirigente político y el empleado de un partido. Este último, por lo general, se sobrepone al primero porque no sólo accede a un salario que le consigue al líder al que le trabaja con exclusividad, aunque afirma hacerlo para toda la organización, sino que se cree agraciado por todas las virtudes de la política. Una cuota importante de los parlamentarios de 2015 perteneció a este ámbito tan especial de los empleados de partidos que siguen al pie de la letra aquella vieja consigna: “Si no hay leal, no hay lopa”. Y como puede ser consecuente con esa consigna, si de otros lados le ofrecen más. Este tipo de empleado político simplemente se va y cambia de prédica con la elegancia de un deslizamiento oportunista. Frente a los humildes militantes del partido, el empleado se agiganta, pedantemente, porque tiene acceso a los líderes, la data esencial y las relaciones públicas de la jefatura. Este ser no es, entre otros deberes, el que patea la calle, lidia con los problemas económicos de los compañeros, está fichado por los organismos de inteligencia y pega los afiches cuando se debe. Y, por supuesto, los empleados se agremian e influyen en la conducción de una política para la cual no tienen trayectoria o experiencia y, mucho menos, formación. Y de llegar a colarse en una concejalía, a guisa de ilustración, abandonan sus funciones o pegan el salto al estrellato mientras haya honorarios.





En muchos partidos europeos existe una diferenciación y regulación entre el dirigente y el empleado del partido. Éste pertenece al ámbito de la administración, coadyuva en la tarea común de sacar adelante a la organización de acuerdo a su especialidad, asesora y aconseja a cambio de un salario por el cual, en algunos casos, concursó con currículo en mano. Por supuesto, este ejemplar no conduce el partido ni participa en el proceso de la toma de decisiones, con la excepción de las recomendaciones que les son solicitadas como un profesional, más no como dirigente. Y, cuando se confunden los terrenos y no hay una nítida distinción de funciones, opta por la profesión o la política, pero no por ambas a la vez. El gerente y su personal no pueden ser delegados a una convención, por ejemplo. Y quizás, el día que abran públicamente los archivos del CNE sobre los partidos, descubriremos que todos, absolutamente todos, confundieron al empleado con el partido, por lo que se explica la quiebra de la institución partidista en Venezuela. Y, ahora, bajo este socialismo el siglo XXI, todos, absolutamente todos los partidos, tienen por eje a un líder que ante todo es un empleador.

Si queremos un cambio en la forma de conducir la política, es necesario tener presente esta gran diferencia entre el dirigente y el empleado, de lo contrario, seguiremos arrastrando esta mala praxis que ha destruido la institución política a lo largo de los años. No podemos insistir, resistir y persistir en un vacío. Es determinante aprender sobre política, quienes la ejercen y cómo hacerlo para cultivar y expandir nuestros derechos ciudadanos, pues solo así podremos tener y ser políticos nuevos que lideren la recomposición de la política nacional y los políticos que la aplican para recuperar el camino democrático.