Ojalá, no seamos dulcificados por el espejismo de una supuesta recuperación. El oropel de unas cuantas boutiques ficciona luz a la salida del túnel, pero no resplandece ni pálidamente para dispersar las tinieblas que envuelven la cotidianidad de la inmensa mayoría, de sus penurias de alimentación, salud, educación, empleo, seguridad, unidad familiar…
Nuestros años de sombra se alargan peligrosamente. Corremos el riesgo de acostumbrarnos, o “aprender”, a vivir en la oscuridad. Unos, a racionalizarse en la resignación, en el escepticismo, este último estimulado en alguna medida por los desatinos del liderazgo democrático. Habrá quienes sobrevivan en la práctica de la picaresca. Pero todos cada vez más seremos empujados a guarecernos en la burbuja personal y familiar, indiferentes a que cada día se profundice nuestra condición de país atrasado.
El país nos pide luz para redimir la huella histórica de nuestra vida republicana. Que lo alumbremos, pero con genuina luz del entendimiento, una cuya fuente de poder comprenda: unidad, creatividad, pasión, esprit de corps, honestidad y altruismo. Bastante difícil tal propósito, pero es nuestro mejor deseo para este 2022.