Es difícil saber si el biólogo y etólogo norteamericano John Bumpass Calhoun había leído De ratones y de hombres – la extraordinaria novela de John Steinbeck publicada en 1937– cuando a principios de la década de los 70 dio a conocer su trabajo “Muerte al cuadrado: el crecimiento explosivo y la desaparición de una población de ratones”, basado en un experimento que había realizado –y repetiría hasta el cansancio– en el Instituto Nacional de Salud de Bethesda, en Maryland.
Por infobae.com
Si la experiencia realizada con ratones en condiciones de laboratorio llamó la atención, mucho más provocativa era la afirmación que Calhoun hacía en la presentación de su trabajo: “Se trata en gran medida de ratones, pero mis pensamientos están en el hombre. Busco extrapolar estos comportamientos y tendencias a lo que ocurre en sociedades humanas, en ciudades y hasta en países”, escribía.
Desde principios de la década de los 60 el problema de una posible superpoblación mundial desvelaba a científicos de todo tipo. En los últimos doscientos años las grandes ciudades venían creciendo al modo de las metástasis, se hipertrofiaban y se anticipaban invivibles. Mientras que la producción de recursos parecía crecer aritméticamente, la población mundial lo venía haciendo de manera exponencial.
Sociólogos, psicólogos sociales, antropólogos, economistas producían y publicaban trabajos que, en no pocos casos, anticipaban un futuro apocalíptico, donde la escasez de recursos provocada por el aumento desproporcionado de la población humana en el planeta potenciaría las guerras y los desastres ambientales.
Calhoun también pensaba en eso, pero en lugar de estudiar el comportamiento humano se propuso –de la misma manera en que se hacen los primeros ensayos de una vacuna– hacerlos con un animalito que desde hacía décadas era su obsesión: el ratón.
Así nació “Universo 25?, como llamó al experimento, un nombre más adecuado para una novela o una película distópica que para un trabajo científico. Los resultados fueron tan sorprendentes como escalofriantes: si ése era el futuro de la Humanidad, como especulaba Calhoun en su hipótesis, en poco tiempo los seres humanos estarían realmente fritos.
El “momento cero” de Universo 25
El 9 de julio de 1968, Calhoun introdujo ocho ratones –cuatro hembras y cuatro machos– en una caja de aproximadamente 6,5 metros cuadrados, provista de todo lo necesario para su supervivencia: tenían agua y comida ilimitadas, la temperatura era la ideal y no tenían depredadores que los pusieran en peligro. También disponían de túneles, nidos y lugares para trepar.
Empezar con una población pequeña –en lugar de meter en la caja a cientos de ratones de una sola vez– era fundamental para el objetivo del experimento. Para poder estudiar cómo cambiaban los roles “sociales” de los ratones y cómo los afectaba el crecimiento poblacional, la comunidad tenía que crecer a partir de unos pocos individuos, como ocurre en la naturaleza.
Sin embargo, al hacerlo así, Calhoun desechó variables que son fundamentales. En el mundo real, ninguna población crece ilimitadamente, porque la limitan los depredadores y los recursos disponibles. Por lo general, las poblaciones crecen hasta que hay más individuos que los que el entorno puede cobijar. Entonces crece la tasa de mortalidad y baja la de natalidad hasta volver a equilibrarse.
Ese equilibrio inestable también se aplicaba a la población humana hasta que los avances científicos y tecnológicos prolongaron las expectativas de vida y enfrentaron a las enfermedades.
Un crecimiento explosivo
Los ocho primeros pobladores del Universo 25 no tardaron en emparejarse y comenzar a reproducirse, provocando un crecimiento exponencial de la población. El número de habitantes de la comunidad iba duplicándose cada dos meses y después más rápidamente.
A medida que la población crecía, Calhoun aumentaba también el suministro de agua y alimentos. A los ratones no les faltaba nada, hasta que empezó a faltarles lugar.
Para agosto de 1969, había 620 ratones conviviendo en la caja. Hasta ese momento, la vida de los ratones confinados había sido prácticamente perfecta. Tenían todo lo que necesitaban y ningún depredador ponía en peligro sus vidas.
Pero 620 pronto demostró ser el número crítico de población. A partir de allí, las cosas empezaron a cambiar.
“En ese momento empezaron los problemas”, escribió Calhoun en su artículo.
El “drenaje conductual”
A los ojos del biólogo, hasta ese momento Universo 25 era un verdadero “paraíso” para los ratones, pero entonces empezaron los cambios de comportamiento dentro de la población.
Aunque todavía todos tenían espacio dentro de la caja, muchos comenzaron a tener conductas erráticas, como chocarse en el camino cuando iban a buscar agua o comida a los lugares de suministro desde sus nidos.
Esos choques no tardaron en convertirse en peleas territoriales que llevaban a algunos de los ratones a trasladarse a otros lugares de la caja, como si quisieran alejarse de la zona de conflicto. Los conflictos vecinales eran constantes y era difícil encontrar algún ratón que no contase con alguna herida o cicatriz provocados por una pelea.
La sociedad aparentemente igualitaria, en la que todos los ratones gozaban de espacios propios y acceso fácil a los recursos para su supervivencia, empezó a dividirse en jerarquías. Un grupo numeroso dejó de “tener un lugar” en la comunidad, quedó raleado y empezó a mostrarse apático. Según Calhoun, dejaron de tener utilidad para la comunidad y bautizó el fenómeno como “drenaje o hundimiento conductual”.
Casi al mismo tiempo, observó que muchas hembras dejaban de reproducirse y que los machos se alejaban de los nidos para instalarse todo el tiempo en la zona donde estaban los suministros de agua y alimento.
También aparecieron nuevas prácticas sexuales, hasta entonces no detectadas en el estrecho espacio de Universo 25. Mientras muchos machos dejaron de copular, otros se volcaron frenéticamente a la práctica, sin discriminación de sexo. Eso les duraba un tiempo, luego pasaban a una abstinencia completa.
“Calhoun quiso reproducir una población humana, pero sólo pudo construir a Sodoma y Gomorra”, señaló por entonces uno de los críticos del experimento.
Las luchas territoriales seguían, pero ahora también había conflictos intrafamiliares, en los que algunos ratones expulsaban a otros integrantes de su nido, o las hembras se comían a sus crías recién paridas. Aparecieron, además, prácticas caníbales entre ratones adultos.
Otro grupo se hizo fuerte y eso le permitió ser “respetado” por los demás. Luego de algunos conflictos, los demás les dejaron un territorio libre, donde se dedicaron a alimentarse, dormir y a lamerse el pelo.
La extinción
A pesar del ambiente conflictivo, la población siguió creciendo, pero de manera más lenta. La tasa de natalidad bajó, mientras que la de mortalidad aumentaba.
En 1970 – a dos años del comienzo del experimento– nació el último ratón de Universo 25, donde la población ya era de 2200 animales. De ahí en más empezó a bajar de manera meteórica.
“La progresión poblacional dibujó una parábola cuya cúspide se situó en marzo de 1970, momento en el cual la tendencia empezó a ser negativa, hasta llegar a 1973, cuando el Universo 25 definitivamente dejó de existir al morir el último ratón sobreviviente. Su población máxima llegó a ser de 2200 individuos. Calhoun esperaba que en ese espacio podía albergar hasta 3500 ratones. Debido al drenaje conductual, un factor que los investigadores no habían tenido en cuenta, la población colapsó mucho antes de ni siquiera acercarse a esa cifra.”, explica el psicólogo español Luis Martínez-Casasola Hernández, que estudió a fondo la experiencia de Calhoun.
Calhoun no se rinde
“Se puede dar un colapso en el comportamiento de los individuos en sociedad así como el cambio del mismo debido a la superpoblación”, sostuvo Calhoun al presentar los resultados de Universo 25. Para entonces, seguía creyendo que la experiencia podía extrapolarse a la población humana.
Veía el destino de la población de ratones como una metáfora para el potencial destino del ser humano. Llegó a hablar del colapso social como una “muerte espiritual”, con referencia a la muerte corporal como la “segunda muerte” mencionada en el Apocalipsis bíblico.
A pesar de las críticas que recibió, no sólo por la selección caprichosa de variables al crear un espacio pretendidamente “ideal” para su experimento sino por la evidente crueldad con los animales utilizados, en los años siguiente Calhoun intentó repetir una y otra vez la experiencia.
Ratón más, ratón menos, los números de la población daban siempre igual, lo mismo que la curva de crecimiento y caída de la población. También los cambios de comportamiento –su evolución – se repitieron.
Seguidores, detractores y ficciones
También tuvo sus seguidores, que quisieron ir más allá trasladando el experimento a grupos humanos. En 1975 el psicólogo Jonathan Freedman reclutó estudiantes secundarios y universitarios para llevar a cabo una serie de experimentos que medían los efectos de la densidad en el comportamiento. Midió su estrés, incomodidad, agresión, competitividad, y antipatía general. En los resultados, señaló: “El trabajo de Calhoun no era simplemente sobre la densidad en un sentido físico, como el número de individuos por unidades de área, sino sobre grados de interacción social”.
“Establecer una comparativa con seres humanos es complicado, pues la sociedad humana es sustancialmente más compleja y en ningún caso cuenta con recursos infinitos para hacer crecer la población indefinidamente hasta que colapse por otros factores, como el drenaje conductual”, retruca el psicólogo Luis Martínez-Casasola Hernández.
John Bumpass Calhoun murió en septiembre de 1995, sin reconocer que su intento de extrapolar el comportamiento de una comunidad de ratones al de la sociedad humana había sido más digno de una novela distópica que de un experimento científico.
Y es en la ficción donde hoy ha encontrado un lugar: fue convertido en personaje de una historieta de Batman, inspiró el libro infantil Mrs. Frisby and the Rats of NIMH, de Robert C. O’Brien, y la película animada de 1982, The Secret of NIMH.