José Gregorio Contreras: La autenticidad y la templanza que me enseñó un vergatario

José Gregorio Contreras: La autenticidad y la templanza que me enseñó un vergatario

Reinicio la publicación de mis artículos en una fecha que coincide con la del nacimiento de mi padre; Jesús Vidal Contreras Contreras fue un hombre feliz y auténtico, que supo vivir la vida con un sentido ético que le hizo mirar, y anteponer sin complejos, la vida propia o la vida del individuo y no la abstracción de un supuesto colectivo, por donde siempre terminan colándose las más aviesas intenciones. 

Su predisposición natural y los temores que sentía y expresaba contra esas falsas predicas de justicia social han terminado confirmándose en estos tiempos de tiranía socialista y estatismo exacerbado, y nos duelen en la carne y en el alma. 

Lo hizo con absoluta honestidad y transparencia, inculcó el valor de la propia vida, la necesidad de apostar al desarrollo personal e individual y de conseguir lo propio, sin mirar con malas intenciones la vida y los éxitos de los demás; de modo que en la propuesta de esa mirada al individuo estaban presente, en sus justas dosis, el amor propio y el egoísmo racional, los cuales no manejó como concepto o categoría política porque no fue este un hombre de academia o de estudios. 





Mas no implicaba su propuesta de vivir la propia vida, dejar de hacer el bien al otro y menos una renuncia a la solidaridad que profesaba la doctrina política a la que adscribía; tampoco dejó por ello de irradiarla en su entorno de conocidos, amigos y familiares ni de contagiar esa felicidad y autenticidad, que combinaba con una gran energía vital, entusiasmo y una permanente disposición a hacer lo que debía hacerse ante las diferentes circunstancias de la vida, produciendo buenos momentos de esparcimientos que muchos hoy recuerdan y agradecen.

Partió de este plano el año 2016, dejando con su vida de hombre sencillo del pueblo, claras demostraciones del amor que tuvo a sus semejantes y especialmente a todos sus hijos; sus acciones estaban orientadas por ese código de amor sencillo que creó para intentar simplificar al máximo posible la complejidad creciente que significó para él que todos sus hijos crecieran y se hicieran profesionales; en un esfuerzo de síntesis pudiera decirse que la línea principal de ese hipotético digesto de premisas éticas era: vive tu vida, construye tu propio negocio,pelea tus batallas con valor y fuerza, procura el bien de los demás, ayuda en lo que puedas, no hagas mal a nadie, unión, responsabilidad familiar y cumple con tus obligaciones. 

Hombre de palabras precisas, sabias y oportunas, con ellas procuraba siempre atender, solucionar e incluso anticiparse a los diversos problemas que la vida, con sus afanes, nos planteaba en distintos momentos; palabras seguidas por acciones consecuentes, que conformaron esa autenticidad a toda prueba que lo acompañó hasta sus últimos días, en los cuales, lejos de temores o flaquezas, fue más agradecido y auténtico, mostró más serenidad, entereza y templanza que nunca.

Esta feliz coincidencia de fechas, las influencias que esa fuerte personalidad ejerció sobre mi y los perjuicios que, en la actualidad política del país, produce la evidente falta de autenticidad y templanza de los actores políticos, me motiva a compartir, con la venia de mis apreciados lectores, algunas facetas y expresiones de la personalidad de mi padre, advirtiendo que más que el amor y el agradecimiento eterno que siento por él, me anima la idea de resaltar, en este momento de desvarió e inconsecuencia política, los valores encarnados por un hombre consecuente con lo que decía, administrador de una modesta bodega, un bar y de una humildad que no significó jamás renuncia a la firmeza, recio de carácter y de espíritu festivo; en fin, una vida sencilla y alegre, orientada por el amor, la pasión y un sentido innato del compromiso que tanta falta nos hacen. 

Mi padre creía en el trabajo como único medio de generar riquezas y disfrutaba como nadie de una fiesta y de una velada con su familia o sus amigos. Decía que el hombre que trabajaba y cumple con sus obligaciones tiene derecho a festejar y a pasarla bien. Y él lo hacía como el típico venezolano que reside en el oriente del país, con buenos amigos de toda una vida, buena comida y bebida, la música, el canto y el baile que ellos mismos producían, con la más sana diversión y contagiosa “gozadera” que mis ojos hayan presenciado .

El 10 de enero siempre fue una fecha especial y un día de fiesta en nuestro hogar, cumplía año papá.  Cuando se aproximaba esa fecha, lo veíamos con ese entusiasmo  y energía de siempre preparando la fiesta de su cumpleaños: el pavo o el chivo para la comida, las invitaciones a sus amigos y el cuidado de todos los detalles ocupaban esos días previos al evento. Decía: “la vida es una sola y hay que vivirla”.

Sus amigos acudían a su llamado, siempre lo acompañaron en sus agasajos, aquel encuentro era tradicional y contagiosa la alegría que Vidal trasmitía al celebrar su nacimiento, con cantos, ocurrencias, chistes y una peculiar y graciosa forma de bailar que hacían reír a  todos. No hacía invitaciones por conveniencia. Era una fiesta para pasarla bien con los amigos. 

Poseedor de un increíble dominio en el arte de festejar y pasarla bien, fue descubriendo una suerte de estética en esto que pudiera llamarse el arte de compartir, lo que le permitió percibir y medir el ritmo y el calor de la fiesta y el ánimo de sus participantes, de modo que además de escoger buenas canciones que cumplieran la misión de alimentar el fuego o reanimar a los presentes, con cierto sentido poético se inventó o descubrió posturas y gestos, frases, fórmulas o jocosos gritos de guerras que se convirtieron en elementos constantes de cada celebración, al punto que cuando no los pronunciaba, comenzaban los justos reclamos de sus amigos: qué pasa Vidal que estas callado, hoy no has dicho nada, y entonces con la alegría y la gracia de un hombre serio y circunspecto, tomaba la palabra el animador natural que era Vidal, y haciendo gestos de comprobada eficacia histriónica, demandaba la atención y comenzaba a pronunciar sus famosas y divertidas freses, entre otras, al inicio o después de un buen bolero, se escuchaba: “palo carajo”, “enamórate para que sufras”, “un viejo enamorado es peligroso”… 

Para dejar claro que su espíritu no envejecía y que por el contrario permanecería en eterna juventud, se inventó una fórmula que se convirtió en un juego muy gracioso del que todos participábamos: después de cumplir 38 años, siguió celebrando sus cumpleaños pero no cumplió un año distinto a esos 38, se quedó en los 38 años para siempre; por ello cada vez que le preguntábamos cuántos estas cumpliendo o cuántos años tienes Vidal, su respuesta era enérgica y con sonrisa pícara: “38, pero no se lo digas a nadie”.

Sin la fortuna de haber estudiado asimiló y comunicó con singular maestría, y además con el ejemplo de su vida, el valor de la unión familiar, siempre decía: “mi mejor pastilla es la unión de mis hijos”; el valor familiar de la responsabilidad paterna, y con insistencia nos repetía: “cuidado que ustedes tienen hijos para desampararlos o dejarlos morir de hambre”. 

E igual fue muy celoso con el cumplimiento de las obligaciones y de la palabra: “paguen sus deudas, no le queden debiendo medio a nadie”.

De igual modo, sin teorización alguna sobre el liberalismo y sin el conocimiento de una compleja categoría filosófica como lo es la libertad, con su actuar independiente, autónomo y responsable, dejaba claro que amaba y defendía la causa de la libertad que ejercía con extrema responsabilidad, como si hubiere intuido siempre que ambas categorías están unidas indisolublemente.

Liberal también en lo económico, pues no solo trabajó durante toda la vida en el negocio que heredó de su padre, Vidal solía decir, que en lugar de trabajar para otros, lucháramos por tener siempre lo nuestro; tengan lo suyo, se le escuchaba decir a cada rato; nunca cambió de parecer respecto a esto, defendió siempre con firmeza la idea de que las personas fueran dueñas de su propio negocio. Y fue eso justamente lo que él hizo durante toda su vida, junto a nuestra madre, para sostener una familia conformada por ellos y ocho hijos. 

Defensor de la democracia y enemigo irreconciliable de las dictaduras, militaba en un partido político de vocación democrática y votaba para que los candidatos postulados por ese partido ganaran las elecciones; lo hacía porque creía en un sistema electoral que si bien tenía sus defectos y fallas aun transmitía la confianza a los ciudadanos para salir a manifestar su voluntad en elecciones libres y competitivas. No transigía con el fanatismo de sus adversarios políticos, porque fue un hombre de posiciones que asumió la política como un acto de confianza en la racionalidad y la justicia del programa o cuerpo de doctrinas discutidas democráticamente y proclamadas por un partido que conciliaba el progreso individual con la solidaridad social y la subsidiaridad del Estado; la palabra empeñada ante esos valores políticos y la autenticidad con la que conducía su vida le imponían un voto de lealtad, aunque terminó entendiendo que la dirigencia de ese partido cambió motivaciones y traicionó principios.

Menos transigió con las promesas de justicia social y otros cantos de sirena de la izquierda venezolana. Como muchos pensó en esa posibilidad, pero de inmediato comprendió que ese camino nos llevaría al abismo del totalitarismo, la pobreza y la servidumbre. Siempre cuestionó y combatió a los alacranes de su época, a estos, que eran conversos menos perversos, eran llamados camaleones y su transgresión de la ética política consistía en adoptar el color y las banderas de otro partidos para acceder a cargos y otras prebendas.

Mi padre fue un hombre que vivió y murió como quiso, nunca se amilanó ante los momentos duros que enfrentó en la vida, siempre en las adversidades decía “hay un día tras otro y si aguanto esta las aguanto todas”. Sin ser un religioso practicante nos enseñó a tener mucha fe en Dios, nos decía: “con él nunca nada les faltará”, nos repetía, sin cesar, que no debíamos envidiarle nada a nadie, que eso era lo peor que podía hacer un ser humano e insistía: “bendigan siempre lo de los demás y luchen ustedes por tener lo suyo”, añadiendo, aprendan de mi, que con estos dos negocios (la bodega y el bar), los mantuve a ustedes, no le debo nada a nadie y he disfrutado todo lo que he querido. He allí el secreto, insistía.

Son muchísimas las enseñanzas de mi padre que podría relatar, pero la que más impactó mi vida fue su lección de autenticidad y templanza, pues demostró durante su enfermedad y al momento de morir que era un hombre consecuente con lo que decía y que su vida encajaba perfectamente en la palabra que había escogido para definirse, apartando falsas modestias: el caso es que ante cualquier situación o dificultad que le comunicáramos, su respuesta era invariable, “déjese de pendejadas, encare ese problema con el valor y la fortaleza que reclama, ante toda situación sea siempre un vergatario como yo” y si el momento lo aconsejaba, nos brindaba un wiskys para que nos relajáramos y pensáramos mejor el asunto. Pues bien, esas cualidad de vergatario o de valor y fuerza que siempre se atribuyó, con las que incluso animoso siempre respondía al saludo de los demás, y con la que nos indicaba, debíamos resolver cada situación de nuestras vidas, salieron a relucir cuando enfrentó con absoluta firmeza e integridad moral, los duros momentos de la enfermedad y de la partida. 

Consecuente con ello, no dejó de vivir ni de atender las responsabilidades del hogar, lo recuerdo en etapas avanzadas de su enfermedad dando órdenes y suministrando dinero para que se adquirieran algunos productos que se requerían para elaborar la comida, no permitió que lo relevaran de esos deberes, los cuales, estoy seguro, siempre le produjeron orgullo y placer; no dejo de celebrar sus cumpleaños ni el cumpleaños de mi madre, a pesar de las dolencias que lo aquejaban ordenó la organización de estos cumpleaños y participó en ellos; entendió además, con heroica serenidad y temple, que más allá del sufrimiento que nos produciría su partida él debía darse el permiso para partir, y para hacerlo como lo hizo, agradecido de Dios y de la vida, escuchando boleros junto a todos nosotros, poniendo con ello fin al que nos producía su convalecencia. 

Sin duda que mi padre fue un hombre auténtico y vergatario que nos aleccionó con su vida. Un vergatario en la exacta denotación y connotación de la palabra y además un hombre que siempre fue consecuente con lo que decía en el ámbito de su vida sencilla, laboriosa y festiva. Esa lección de autenticidad, de valor, fuerza y de templanza me han marcado la ruta y me han impuesto su emulación en el orden axiológico, esta circunstancia sin duda ha impactado y determinado parte de mi ser, el como soy y el como he querido ser desde mi niñez; sus claras referencias me  impiden además ser de otro modo; me impiden, por ejemplo, decir que soy un demócrata liberal y al mismo tiempo cohonestar con dictaduras o generar (o participar en) contactos con personeros que le representen bajo cualquier pretexto distinto a las claras rutas que se han trazado; ser inconsecuente con mis postulados y premisas, deshonesto en mis acciones o fracasar de forma estrepitosa e injustificada con las misiones políticas que me han sido asignadas. Me impiden también aceptar que otros lo hagan y además que haciendo uso de excusas espurias demanden nuestra comprensión y pretendan que sigamos considerándoles políticos auténticos. 

El don de la autenticidad y la virtud de la templanza requiere de comprobaciones que comparen palabras y acciones a los fines de establecer las debidas correspondencias, suponen además pasar con éxito la dura prueba de las tentaciones; estas no puede ser declaradas sin méritos probatorios, al igual que el respeto, debe ganarse por esta vía; la comprobación de estas inconsecuencias y carencias absolutas de autenticidad y templanza justifican y legitiman plenamente la disidencia y el retiro de apoyos…