Transcurría la noche del 3-F de 1992 con absoluta normalidad en casa de mis padres. Pasó la hora de la cena, la del noticiero y la de la novela de la época y, entre las 10 pm y 11:00 pm, cada uno fue retirándose a su habitación. Al día siguiente seguía la cotidianidad, que en mi caso consistía en ir a trabajar como asistente del Magistrado José Rafael Mendoza en el entonces Consejo de la Judicatura, mientras esperaba mi acto de grado como Abogado en la UCV, el cual tendría lugar el 30 de abril de aquel año.
Pero de repente el teléfono de la casa repica casi a medianoche y ocasiona el alboroto y la expectativa que una llamada a esa hora suele provocar. Era mi tía Velma Soltero de Ruán, quien para entonces vivía en un edificio de Chuao sobre la Av. Río de Janeiro y desde su ventana presenciaba atónita cómo se libraba un duro enfrentamiento militar en la base aérea de la Carlota.
Inmediatamente hacemos llamadas, pero casi nadie sabe qué pasa a esa hora. La mayoría de quienes contactamos se están enterando por nosotros, hasta que logro comunicarme con la casa del Dr. Pedro París Montesinos -para entonces Presidente del Congreso Nacional- y hablo con una de sus hijas, quien me informa que hay un alzamiento en marcha y que el Presidente ha tenido que salir de Miraflores. También hay fuego cruzado en la Casona y se reportan levantamientos en varios sitios del país. Le pregunto por su papá y me dice que está en casa recibiendo y haciendo llamadas. Para esa hora reina la incertidumbre. Nadie sabe a ciencia cierta dónde está el Presidente, ni se maneja con exactitud la magnitud de la conjura.
Cuelgo el teléfono y sin pensarlo mucho, a escondidas de mis padres y mis hermanas, tomo las llaves del carro en silencio, salgo de la casa y me dirijo a la de París Montesinos. Al llegar me pongo a la orden para lo que tenga que hacerse y acompañarle. Ya casi a la 1:00 am el Dr. París decide salir y nos vamos en un solo carro con un conductor y un escolta. Las placas oficiales se cambian por unas normales y nos dirigimos a la casa del Senador Lewis Pérez, a la cual concurren otros líderes de AD.
A los pocos minutos de estar en su casa, Lewis recibe la noticia de que el Presidente está en Venevisión, e inmediatamente partimos todos a la estación de la Colina. En plena subida nos interceptan varios soldados. Afortunadamente son tropas leales que están custodiando el canal. Al entrar, ya CAP ha transmitido su primer mensaje. Hacen presencia también los dirigentes copeyanos Eduardo Fernández, Gustavo Tarre y Luis Alberto Machado, así como muchos líderes de AD. Una señora que está presente –seguramente esposa de algún dirigente-, le pregunta a CAP angustiada: “Presidente, cuénteme, ¿cómo se escapó de Miraflores?”. Y CAP le responde con su particular tono y estilo: “Pues, cómo uno se escapa de esas cosas”. Luego de lo cual nos ofrece a todos una brevísima y tranquilizadora sonrisa.
Al rato CAP transmite otro mensaje aún más tajante pero sereno. Atrás una cortina negra y la bandera nacional. El Presidente luce sobrio y aplomado mientras ordena en tono grave a los insurrectos, apelando a su carácter de Comandante en Jefe de las FFAA, rendirse de inmediato y deponer las armas. Ya cerca de las 4:00 am uno de los oficiales que está presente recibe una llamada e inmediatamente le pasa el enorme celular –tipo ladrillo- al Presidente, anunciándole que se trata del General Oviedo. CAP toma el teléfono, saluda y escucha al General como por 20 segundos, luego le hace un par de preguntas, e inmediatamente cuelga y nos informa a los presentes que Miraflores ha sido retomado por fuerzas institucionales y que parte inmediatamente hacia el Palacio.
El carro de la presidencia del Congreso lleva esta vez al Dr. París acompañado de un par de dirigentes de AD. Me toca irme ahora con Luis Emilio Rondón y Liliana Hernández, quienes habían llegado también a Venevisión. La insólita caravana de más o menos 12 vehículos, en la que no va ni un solo carro con placas oficiales ni de tipo militar, se desplaza con precaución por la Cota Mil hasta alcanzar la Av. Baralt, la cual baja parcialmente, se mete a la derecha en una esquina y cruza a la izquierda hacia abajo en otra, para desembocar finalmente cerca del “Palacio Blanco”, y luego entrar a Miraflores por la llamada “Prevención 1”: entrada principal sobre la Av. Urdaneta.
Al llegar a Miraflores el espectáculo no podía ser más lamentable. Se escuchan tiros aún a lo lejos, pasan frente a nosotros varios soldados insurgentes detenidos, todos llevan los brazos arriba y las manos sobre la cabeza, mientras caminan en fila custodiados por efectivos de la Casa Militar. Hay un charco de sangre considerable frente al pasillo que conduce al interior del Palacio, y dos soldados fieles a la Constitución ponen en orden sobre la acera el armamento incautado a los rebeldes. Es considerable la cantidad de huecos que hay en las paredes externas causados por los impactos de bala.
Dentro de Miraflores las cosas no son diferentes. Al caminar por los pasillos es inevitable pisar pedacitos de escombros de las paredes, techos y columnas que han quedado regados por todos lados. Se observan más charcos de sangre y huellas de disparos por doquier, incluyendo uno en la puerta del Despacho Presidencial. Me asomo a la Sala de Edecanes y está el Ministro Ochoa en traje de campaña dando instrucciones por teléfono, mientras que el Ministro Ávila Vivas es quien ya ha entrado y recibe al Presidente.
A partir de ese momento Miraflores empieza a llenarse de gente. Todo el mundo político se da cita en Palacio, y los medios toman por asalto el escenario con el amanecer. A las 08:00 a.m el Dr. París sale de una reunión con el Presidente, nos vemos en los pasillos y me dice que se retira. Debe prepararse para dirigir la sesión del Congreso que se realizará pocas horas después, para considerar y aprobar la suspensión de garantías que el Presidente está decretando en ese momento.
Acto seguido me invita a irme con él de regreso, y aunque el deseo de quedarme allí me invade, atiendo a su gesto y pienso que es un gran momento para escuchar de sus labios lo que en realidad pasó. Así es que me subo tras él en el mismo vehículo en el que comenzó nuestro periplo de esa insólita madrugada, no sin antes recoger del suelo un par de pequeñas piezas de las muchas que había por todos lados, las cuales guardo como excepcional recuerdo de la fatídica experiencia que Venezuela vivió aquella nefasta madrugada, cuyos destructivos efectos se han extendido hasta el sol de hoy para desgracia de todos los hijos de esta arruinada Nación.
Para finalizar, siendo que en este 2022 se cumplen 30 años de aquel hecho y también es el centenario del natalicio del Presidente Carlos Andrés Pérez, valga la ocasión para reconocer en él no sólo al decidido y valiente líder que enfrentó aquella vil insurrección con gallardía y éxito, sino también para poner de relieve su talante de gran demócrata, civilista, visionario, institucionalista y Jefe de Estado, cuyo perfil, trayectoria y méritos contrastan de manera profunda con los de quienes intentaron derrocarlo esa noche, así como otros que luego se arrimaron a esa sombra y han devastado a Venezuela.
Email: cipriano.heredia@gmail.com
Nota del autor: Esta es una nueva versión del artículo original “Al lado de CAP aquel 4-F” publicado en 2012.