Claudio habla rápido. Apurado. Agitado. Lleva más de dos días sin dormir. Desde Buenos Aires, él vivió la guerra en primera persona. Es una historia más la que carga sobre sus espaldas de las tantas que se desarrollaron –y desarrollan– en Ucrania, pero no por eso deja de ser impactante. El tenebroso hilo que unió a un padre en Argentina con su hijo cruzando Ucrania de punta a punta para escaparle a la muerte entre el riesgo permanente. Claudio es el padre de Claudio Paul Spinelli, aquel delantero de rasgos físicos similares a Caniggia que rápidamente se ganó el apodo del Pájaro y sumó popularidad en el torneo argentino antes de marcharse al fútbol europeo. Pero esta no es una crónica deportiva, es el descarnado relato de la odisea que atravesó un deportista durante dos días para poder huir de la guerra: un llamado en la mañana, un escape con lo puesto, interminables viajes por la ruta y caminatas en temperaturas bajo cero.
Por Infobae
“Están atacando, agarrá tus cosas y andate”. Palabras más, palabras menos, es lo que recuerda que le dijo Claudio a su hijo por teléfono durante las primeras horas del jueves en Argentina. Era de madrugada en el país cuando Cielo López, su nuera, le avisó que estaba en una escala en París a punto de embarcarse a un Kiev que se sorprendía con los primeros ataques rusos al territorio ucraniano. Claudio le indicó a Cielo que se quedara en Francia y empezó a llamar al delantero. Tardó más de una hora en comunicarse.
El Pájaro desembarcó hace casi seis meses en el Oleksandria de la Premier League de Ucrania, un club de una ciudad al sur y a unas cinco horas de la capital Kiev. También a unos 300 kilómetros de la frontera con Rusia. “Cuando le escuché la voz, respiré… Fue difícil, él se levantó con que el padre le decía que estaban atacando…”, se sincera Claudio padre ante Infobae para relatar el inicio de esta odisea que se inició hace ya más de 48 horas y tuvo un final positivo en el mediodía del sábado cuando su hijo logró escapar a Polonia.
El futbolista de 25 años se comunicó con su club apenas tomó conocimiento del ataque ruso: le ofrecieron refugiarse, pero no podían darle facilidades para marcharse del país. La decisión, igual, la tomaron entre el deportista y su padre en “cinco minutos”. Guardó las pertenencias fundamentales en dos valijas y abandonó su departamento y su vehículo. A bordo de una camioneta que le consiguió el Oleksandria, inició un periplo que se extendería por dos días. Casi mil kilómetros lo separaban de la frontera con Polonia.
Hablando el poco ucraniano que pudo aprender en estos meses, Claudio Paul apostó por el inglés para comunicarse. El viaje en vehículo le permitió mantener la batería de su celular y cada vez que tenía señal hablaba con su familia vía Whatsapp. Su padre mataba los nervios del tiempo exponiendo la situación del deportista ante los medios con el fin de buscar un canal diplomático que le diera indicaciones sobre los pasos a seguir y con la idea de concientizar ante este suceso cargado de violencia. Y veía las noticias. Día y noche. Buscaba información sobre nuevos ataques rusos.
Los alrededor de 800 kilómetros entre Oleksandria y Lviv, la última ciudad antes de la frontera, le demandaron más de 24 horas a Spinelli. El viaje a paso de hombre se desarrolló entre controles militares, tanques de guerra y el despliegue del ejército ucraniano que estaba afrontando los primeros coletazos de la “operación militar” que impulsó Putin con el singular argumento de “desmilitarizar y la desnazificar de Ucrania”.
“Él iba en el micro e iba viendo los tanques a los costados”, grafica su padre. Una vez que terminó la primera parte de la odisea, de más de un día, llegó la siguiente etapa. Más cerca de la frontera, mayores eran las complicaciones para ponerle un punto final a su estadía ucraniana. Rentaron un auto en Lviv, pero debieron desistir a los pocos kilómetros. Era imposible avanzar. Con dos valijas, inició una caminata de 20 kilómetros. Una maleta no duró mucho: debió dejarla tirada en una orilla de la ruta. Con escasa batería en el celular y sin señal, del otro lado del mundo su padre sufría a la espera de un contacto.
La situación se volvió tensa. En el medio de la noche, con temperaturas bajo cero, el frío empezó a permear su convicción. El frío le “perforaba el cuerpo” a pesar de que tenía tres camperas y un gorro. Ya entraba a su segundo día de viaje y el movimiento en la frontera era nulo. Le comunicó a su familia la idea de regresar: “Se iba a volver a la primera ciudad del límite con Polonia. Pensó en desistir…”. Estuvo alrededor de 12 horas para cruzar la frontera, con su última valija a punto de flaquear.
Mientras tanto, cruzaba mensajes con el entrenador de la selección argentina de vóley, Marcelo Méndez. Le comunicaba con audios su deseo de llegar a Varsovia para viajar a París y allí encontrarse con su esposa, Cielo, con la que se casó hace un mes en una iglesia de Puerto Madero.
El hombre que guio al país a conquistar la medalla de bronce en vóley durante los Juegos Olímpicos de Tokio llegó hace semanas a Asseco Resovia, que está en una ciudad a 100 kilómetros de la frontera polaca/ucraniana. Escuchó la situación de Spinelli por los medios e inmediatamente se puso a las órdenes de la familia de su compatriota. Mantuvieron contacto constante para ver si podía colaborar con él una vez que cruzara la línea divisoria entre los países. No había mucho espacio para formalismos durante esas horas. “Se está re cagando de frío en la cola”, se contaba sobre la situación que estaba viviendo mientras el canal de acceso tenía horas y horas de demora. El termómetro en Lviv llegó a descender hasta temperaturas bajo cero y el cuerpo agotado, intranquilo, del futbolista ya lo sentía. Méndez mientras tanto buscaba en el Waze cuánto le demandaría un posible viaje hasta la frontera para ir a buscarlo. “Tengo una hora y media”, calculó en voz alta.
Hasta que llegó el mensaje más esperado: la cancillería confirmaba que Claudio había sido evacuado del territorio en conflicto al mismo tiempo que su colega y compatriota Francisco Di Franco, quien pudo abandonar Ucrania a través de la frontera con Rumania.
“Lo jodido fueron las madrugadas. Veías por la TV todos los bombardeos como en las películas”, se sincera su padre horas después de conocer que su hijo pudo albergarse en la casa de un contacto polaco que consiguió la embajada. Claudio Paul –en la casa de la mujer que finalmente lo fue a buscar a la frontera– pudo bañarse, comer y frenar el delirio de vivir en guerra durante esas horas. Previo paso por Cracovia, se marchó a Varsovia y tomó un vuelo a París. El domingo por la mañana se reencontró con su pareja.
“La mujer polaca una genia total. Se la jugó y lo fue a buscar. Él venía de 40 horas en micro con todo lo que eso implica: dejar todo el departamento tirado, su auto, sus pertenencias. Todas ese viaje con amenazas de todo tipo, mientras se bombardeaban todos los lugares. Con el miedo que eso te puede pasar a vos. Llegó ahí, tuvo que caminar 20 kilómetros y encima se encontró con un caos de gente. Fue de película. Una de terror…”. Claudio resume en unas pocas palabras la dolorosa travesía que tuvo que vivir su hijo durante más de dos días para salvar su vida.
El caso del Pájaro Spinelli es uno más de los miles y miles que se están replicando en el territorio ucraniano. Su colega Fabricio Alvarenga compartió en sus redes sociales las extensas colas con las que se topó en la frontera con Polonia y otro argentino que está en la Premier League local, Francisco Di Franco, pudo huir vía Rumania. Futbolistas brasileños del Dinamo Kiev y Shakhtar Donetsk lograron abandonar su refugio en la capital en medio de los ataques rusos y tuvieron una dramática huida con destino a los límites del país con Rumania y Moldavia. Los relatos de estas características se repiten ante la escalada bélica.
“Ayer me hablaba de fútbol y yo no le decía nada… Su carrera no me importa nada ahora, que venga acá conmigo y ya está”, se precipita Spinelli padre sobre su hijo. El deporte quedó en un último plano. Vidas humanas inocentes están en juego sin distinción de origen, sexo o religión. Lo cierto es que Claudio Paul dejó atrás sus pertenencias, pero también un sueño y un trabajo. Cuando las horas más difíciles de su vida empiecen a esfumarse evaluará cómo seguir su vida laboral, porque el fútbol al fin y al cabo es eso: su medio para vivir. En tal caso, esperan que haya una excepción en el fútbol local para que pueda ejercer su profesión. Pero es demasiado pronto para pensar en eso. La vida de ese futbolista de elite, que llegó a ser dirigido por Diego Maradona en Gimnasia de La Plata, sumó una huella indeleble.
“Sufrimos muchísimo. Cuando no le escuchaba la voz por una hora, la pasaba mal. No podías apagar la tele y no ver la realidad: veías los bombardeos por todos lados y él estaba ahí. Cada vez que hablaba era volver a vivir. La pasamos muy mal. Hay que cuidar la vida, disfrutar las cosas. Ya mi hijo está por volver a casa, pero estuve un mes allá y me encariñé con esa gente hospitalaria. Estoy dolido por ellos. Imaginate que nos pase esto a nosotros, que bombardeen así la ciudad. Es una locura. No lo podes entender”. Claudio empieza a respirar con mayor tranquilidad, a volver a vivir. Ahora será tiempo de recuperar esos tres días sin dormir mientras su hijo escapaba de la guerra.