Las abuelas arrastran una vida en una maleta con lo imprescindible, apenas pueden caminar para cruzar la frontera y su mente está con los que se han quedado en Ucrania. Los niños abrazan su peluche y miran con estupor a los guardias fronterizos. Son dos generaciones de damnificados de la guerra.
Los suele acompañar siempre una mujer adulta, que tiene el rol de la hija y la madre, la guía del resto de la familia, la persona que rellena los documentos de registro del resto de sus acompañantes en la frontera como refugiados oficiales, la que carga con la maleta más pesada y la que tiene un ojo en sus padres ancianos y agarra fuerte con la mano a los pequeños.
Al menos 1 millón de niños han huido ya de Ucrania desde comienzos de la invasión el 24 de febrero, según datos de UNICEF, que calculó el martes que cada segundo un niño se convierte en refugiado a causa de la guerra en Ucrania, país del que ya han huido tres millones de personas, la mitad menores.
Junto a ellos, huyen los ancianos, algunos con enfermedades crónicas y problemas de movilidad, que sobrevivieron a la Guerra Fría o incluso fueron testigos de la Segunda Guerra Mundial, lo que les trae a la memoria las peores imágenes del horror de una guerra.
Bogdan Potava tiene 14 años y ha llegado a Polonia con su madre, de 40 años, y su abuela de 78. Su padre, empleado del banco nacional de Ucrania, seguirá en Kiev. “Hablo con él todos los días. Está bien”, asegura. Su madre asiente con la cabeza y su abuela observa cómo su nieto detalla el viaje de esta familia desde la capital ucraniana.
La joven Nastia tiene 15 años y ha llegado también al paso de Korczowa junto a su madre y su hermana de 5 años. Vivían en la ciudad de Ternopil, en el oeste de Ucrania, donde la situación “era muy tranquila, no sonaban las alarmas”, pero el temor de que las tropas rusas pudieran alcanzar su ciudad les “daba mucho miedo”.
Además de los productos más básicos, los vecinos han llenado los centros de recepción con juguetes, peluches, pinturas y otros objetos para niños. Olga Zaharova, de 36 años, prueba algunas de las prendas donadas en sus dos hijas pequeñas, que corren y juegan por uno de los espacios reservados para mujeres con niños en el centro de recepción de Rzeszow.
Las pequeñas ignoran que su marcha de Ucrania se debe a una guerra, aunque pintan tiradas en el suelo la bandera de su tierra, en un gesto que Olga aplaude cuando ellas le enseñan el resultado.
“Hemos venido en coche, fueron tres días por carretera. Nos ha traído mi marido hasta la frontera y dio la vuelta hacia Kiev. Mi madre y mi padre se quedan en Ucrania”, explica. Ella va hacia Kielce, en el sur de Polonia, a casa de una amiga.
Los hay que hacen el viaje solos, como Natalia, de 65 años. Vivía “en una casa pequeña” cerca de Zaporiyia, a orillas del río Dniéper y hogar de la mayor central nuclear de Europa, donde ejercía de profesora, hasta que la guerra la obligó a coger una bolsa con lo mínimo y salir corriendo, dejando atrás a su única familia, su hijo de 29 años, quien combate en filas del Ejército ucraniano. “Quiere luchar por el futuro de sus hijos”, le justifica ella.
“Lo he perdido todo. A mi edad, tengo que encontrar un trabajo nuevo porque algo tendré que hacer, tengo que mantenerme. No me hago a esa idea”, dice esta ucraniana, que hizo el viaje en autobús desde el sudeste de Ucrania.
Sobre lo que ha visto, Natalia relata el horror que rodeó Zaporiyia estas últimas semanas, donde se centra ahora la ofensiva de las tropas rusas pese a las negociaciones en marcha entre Moscú y Kiev, y asegura, entre lágrimas, que ha visto cómo le “han cortado el brazo a un soldado que llevaba una banda que le identificaba como militar ucraniano”.
“Putin quiere morir y llevarse por delante al resto del mundo”, concluye esta mujer, que se quedará de momento en Polonia, con la esperanza de poder volver pronto a Ucrania, aunque lamenta que su casa ya ha sido destrozada por los bombardeos y que, de todos modos, tendrá que empezar de cero.
Desde otra ciudad asediada ha venido Helena, de 83 años, que no logra frenar las lágrimas al ser preguntada por el viaje. “Está muy cansada, ha sido un viaje muy largo desde Jarkov, lo más importante ahora es que estamos a salvo”, dice su hija.
EFE