Un golpe del destino. Letal. Eso fue lo que se interpuso entre el modelo que pretendía revolucionar el mercado automotriz norteamericano y su trágico final como un puñado de chatarra olvidado en el fondo del mar.
Por Clarín
Durante la década del 50, el gigante Chrysler hacía diseñar varios de sus modelos en Italia, en el centro estilístico del ya prestigioso estudio Ghia. Eran épocas en donde los carroceros italianos empezaban a hacer gala de su creatividad y, por otra parte, en los Estados Unidos los modelos toscos y ampulosos tendían a estilizarse. Los costos de enviar gente a Europa a trabajar con los italianos y luego embarcar los modelos hacia Norteamérica no representaban obstáculo alguno.
En ese contexto, Chrysler le dio forma a uno de sus proyectos más importantes de aquellos años: el Norseman. Se trataba del primer prototipo de una cupé futurista que el equipo de diseño de la automotriz había desarrollado en conjunto con el carrocero italiano. El Norseman asomaba como un cambio de paradigma en la compañía norteamericana y pretendía revolucionar no sólo su catálogo de productos, sino también el de la competencia.
Del novedoso Norseman inicialmente sólo se hizo un único ejemplar, destinado a los auto shows que también empezaban a convertirse en furor en las distintas metrópolis del mundo. Lo más llamativo era su formato deportivo, con la caída del techo tipo fastback como remate de sus líneas agresivas y angulosas.
Como indicaba una tendencia de aquellos tiempos, el interior contaba con un instrumental que copiaba su estilo de la aviación. Y sorprendía con un detalle de vanguardia: en la parte de atrás, los respaldos de los asientos delanteros tenían pintura luminiscente para mejorar la iluminación del habitáculo.
A pesar de ser un prototipo, el modelo funcionaba perfectamente: equipaba un V8 de 5.4 litros y 235 CV asociado a una caja de cambios automática de dos marchas que se controlaba a partir de pulsadores, un sistema como se pudo ver décadas más tarde, por ejemplo, en el Aston Martin DB9.
La tragedia del barco “más seguro del mundo”
“El barco más lujoso y seguro del mundo”. Así se consideraba en los años 50 al Andrea Doria, un trasatlántico italiano de enorme reputación que el 25 de julio de aquel año asomó frente a la costa de Massachusetts para atracar luego en el puerto de Nueva York. Lujoso e imponente, fue el primer barco con tres piscinas exteriores, mientras que la Societá Italiana de Navegazione no había escatimado en gastos: solamente su decoración había costado un millón de dólares.
La tragedia del Titanic se mantenía vigente en la memoria de aquellas generaciones y por lo tanto el Doria ya había sido dotado con las mayores medidas de seguridad: contaba con doble casco, botes salvavidas suficientes para los 1.241 pasajeros y los 500 miembros de la tripulación y la última tecnología en radares. En ese buque que parecía a prueba de todo viajaba desde Italia el Chrysler Norseman.
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