Emile Cioran
El mal no es otra cosa que la parte oscura que el ser humano lleva en su alma, que rompe las ligaduras y sale a nutrirse de sangre, crueldad y dolor cuando siente que la línea que separa la razón de la locura se ha disuelto, provocada por el calor de una colera infundada.
¿Quién les devuelve la dignidad, quién el bienestar, quién la vida? ¿Qué parte ha sufrido más del alma eslava, ucranianos o rusos? Nadie lo sabe, solo Dios. Sin embargo, por la superioridad manifiesta de una fuerza sobre la otra, y por las informaciones recogidas gracias a la valentía de los periodistas y divulgadas por las cadenas de noticias —con ayuda adicional de la pura intuición—, se puede concluir que las bajas deben ser, por cada ruso, cinco o más ucranianos, sin agregar la destrucción de gran parte de la infraestructura defensiva, económica, y urbana de Ucrania, a lo que se suma el dolor físico y moral infligido a miles de mutilados, viudas, huérfanos y lo más grave, la partida de cuatro millones de ucranianos que saltan al vacío en diáspora hacia el sacrificio, las calamidades y la incertidumbre.
De una manera consustancial a mi existencia, he sido un ser profundamente sensible a las imágenes que disminuyen la condición humana: el maltrato, las vejaciones, las humillaciones, las torturas psíquicas, morales y físicas. No logro que se borren, por más que mediante ejercicios busco que mi inconsciente las disuelva en el olvido.
No se me borran, e insisten en la pantalla de mi memoria, las cruentas imágenes de Waterloo, donde tanto bregaron incansables Napoleón sobre Marengo y Wellington en Copenhague; las macabras, de caballos y cuerpos de soldados destripados y despaturrados entre alambradas durante la Primera Gran Guerra; los fusilamientos en masa, los campos de concentración, las cabezas rapadas y los uniformes de grandes rayas negras plagados de piojos, la violación indiscriminada de mujeres y las decenas de miles de cadáveres dejados al sol al finalizar el célebre desembarco en las playas de Normandía. Debo confesar que mi alma llora de vergüenza cuando esto escribo.
Se cumple hoy, de forma reiterada, la máxima popular de que el ser humano es el único de los animales que no aprende de la experiencia: se repite y se repite, habitando un tiempo lineal que vive dentro de él de manera circular y que nos recuerda las Meditaciones de Marco Aurelio:
Observa otra vez lo que fue antes, los cambios tan abundantes de lo que es. Se puede también prever el futuro. Pues será todo parecido y no es posible que se salga del ritmo de lo que ahora mismo sucede. De ahí que sea lo mismo hacer la historia de la vida humana de cuarenta años que la de diez mil. ¿Qué más podrás ver?
Todas las ceremonias en las que culminan los tratados de paz son celebradas con un vigoroso y emotivo ritual de mea culpa de los implicados en la confrontación, que en buena parte el tiempo desvanece. Vendrán otros gobernantes, otras visiones, otros sentires y la historia volverá a repetirse; da la impresión de que siempre importaran más los intereses de las clases que gobiernan que la condición humana inocente de la mayoría de las víctimas futuras.
Lo ocurrido en las localidades de Bucha, Irpin, y Hostomel, en las afueras de Kiev ha sido denunciado ante los organismos internacionales encargados de la preservación de los derechos humanos. Se informa de más 400 cadáveres dejados en las calles por las tropas rusas en su retirada. En algunos videos que se han filtrado de la zona oscura puede observarse la crueldad, el terror y la saña con la que fueron torturadas y abusadas decenas de mujeres. El mundo mira consternado tantas atrocidades, tantos desmanes, tanto dolor, sin que haya fuerza capaz por razones humanitarias de detener tan degradante y bochornoso espectáculo.
La peor parte en materia económica y social, sin duda la llevaran en el corto plazo los ucranianos, quienes van a necesitar mucho de la comprensión y la tolerancia de los organismos multilaterales encargados del desarrollo económico a nivel mundial.
Según el profesor de Harvard Jason Furman, es probable que Rusia sea el mayor perdedor en el largo plazo, pero su población empezará a padecer sus consecuencias también en lo inmediato. Aunque Rusia esta en capacidad para capear administrativamente las sanciones, ya que ha acumulado 630.000 millones de dólares, suficiente para cubrir durante dos años las importaciones, es posible que a la larga sea el mayor perdedor del conflicto.
La economía rusa, así como el bienestar de sus habitantes, han estado estancados desde la anexión de Crimea en 2014. Casi con total certeza, las consecuencias a gran escala serán mas graves en la medida que transcurra el tiempo. Las sanciones, 5.532 -la mitad aplicadas después de la guerra- tendrán un efecto devastador cada vez más dañino y el creciente aislamiento de Rusia traerá mayor incertidumbre para los inversionistas, debilitará el comercio y otros vínculos económicos y políticos.
Ya se observa el aumento en los precios de los combustibles fósiles y es posible que se desate un proceso inflacionario, que se afecten las comunicaciones comerciales; es probable que crezcan rápidamente los presupuestos de defensa de Estados Unidos y el resto de países del bloque occidental como reflejo de una situación internacional ahora más tensa, que no implicará reducción del PIB, pero sin duda afectará el bienestar de la gente, ya que los recursos que vayan a defensa no se podrán aplicar a consumo e inversión.
Los resultados: una crisis humanitaria, un estado fallido y la creación de condiciones para la reestructuración de un nuevo orden global. Los acontecimientos en desarrollo prefiguran el surgimiento de un orden mundial distinto. Para el momento ninguna de las partes en conflicto tiene una estrategia de salida y la crisis de Bucha agrava las tensiones y atiza el fuego entre los bandos.
Es cierto que Putin no puede devolver sus soldados sin un trofeo a casa, donde las familias rusas desasosegadas aguardan, ni Zelenski puede entregar lo que pretende Putin después de tan elevados costos humanos y materiales infringidos a su nación.
La intermediación de los presidentes de Francia, Turquía y el primer ministro israelí seguirá de buena fe a la expectativa. En definitiva, ellos saben interiormente, de antemano, que en ninguna guerra hay vencedores ni vencidos, solo, para nuestro desconsuelo, un nuevo fracaso de la educación, la fraternidad y la solidaridad de la raza humana.
Leon Sarcos, abril de 2022