Este día miércoles santo, como en el resto del mundo católico, en las iglesias de Venezuela, salen en procesión imágenes de Jesús con su cruz a cuesta. De entre todas las imágenes sobresalen el Nazareno de San Pablo, en Caracas; y el Nazareno de Achaguas, en Apure. Las multitudes los veneran y agradecen sus incontables favores.
Por Ramón Antonio Pérez / Aleteia
En este reportaje, sin embargo, no se hablará de esas multitudinarias eucaristías y procesiones. Sí, del calvario que vivió Juan Francisco Díaz Ramírez, conocido como «El Nazareno Caminante»; un venezolano natural de Achaguas. Sucedió cuando estuvo en Caracas.
Actualmente se desconoce su paradero y únicamente se revivirá el episodio en la madrugada del lunes 13 de febrero de 2012, en Caracas. Porque el mensaje de Dios se expresa de muchas maneras, y a veces, no se le entiende. Llegó desde su nativa Achaguas. Seguramente allí aprendió a imitar a Jesús, y tomó para sí lo de “Nazareno”.
Su intención era cumplir tres días de promesa, pernoctar con su Cruz frente a la estatua de Simón Bolívar y asistir a las misas en la catedral de Caracas. Sus deseos fueron apagados por las autoridades y los realizó en pocas horas. Los milicianos les exigieron un permiso e impidieron que con su «mal aspecto» estuviera en la capital venezolana.
No se quedó callado
«Pero bueno chico, ¿cómo se te ocurre pedirme que le solicite un permiso a la alcaldía para presentar mi Cruz ante el Libertador? ¿Por qué en lugar de impedirme cumplir mi promesa no te dedicas a buscar delincuentes? ¿Por qué no les pides el permiso a ellos?», era su sonoro y renuente clamor, apenas recibía los primeros rayos del sol.
La incomprensión y el autoritarismo, males sociales tan parecidos a los que en su época vivió el verdadero Jesucristo, eran los gestos y respuestas de los envalentonados Guardias Patrimoniales, una especie de milicianos o custodios paramilitares de la plaza.
Lo echaron del lugar para justificar de alguna manera el empleo político que disfrutan, y no entender el mensaje que les pudo dejar a los caraqueños.
El caminante vestido de Nazareno
“Mi caminar de hombre, se hizo camino en Dios, cuando tú, Jesucristo, te hiciste como yo”.
Juan Francisco llegó con su traje de Nazareno, chispoteado de marcas sucias por el trajinoso camino. Tenía dos cordones a manera de cíngulos religiosos amarrados a la cintura, uno gris y otro amarillo casi hasta el piso, con sus nudos a la mitad de ellos.
Una espesa barba con canas le escondía el rostro agreste y duro donde se asomaban dos ojos negros muy vivos pero tiernos, una nariz achatada y dentadura incompleta.
La primera impresión, para aquellos de corazón pudoroso era el temor que pudiera causar su condición. Seguramente creerían que sufría algún tipo de locura. Visto así era una reacción normal. Esa pudo ser la razón de la actitud entre los milicianos.
También llevaba una bufanda tricolor sobre su cuello que mostraba ocho estrellas y el nombre de Venezuela. Tenía dos condecoraciones “que la gente me ha dado en algunos pueblos donde he llegado; son reconocimientos deportivos y religiosos”, explicó.
Sobre su espalda un costal de tela con “una túnica morada nuevecita para Semana Santa”, me reveló en la conversación. En su costado derecho una pequeña bolsa donde guardaba las colaboraciones que algunos se animaron a ofrecerle.
“Con ese dinero compro tela y mando a hacer mis túnicas moradas que ya llegan a cien a lo largo del cumplimiento de esta promesa que es de por vida”. En ambas muñecas tenía brazaletes de tela.
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