John List parecía un hombre tranquilo. Quienes lo conocieron y luego testificaron acerca de él, destacaron que tenía una personalidad serena, calma y algo introvertida. Aunque, ante la repregunta, surge la mención sobre sus comportamientos extraños.
Por: Clarín
Hijo único de padres alemanes, la rectitud y el buen obrar eran sus lemas fundamentales.
Siguiendo estos principios, cuenta el sitio chileno Bio Bio, continuó la tradición familiar de profesar en forma muy activa la religión luterana. Solía participar en las actividades y hasta enseñó los preceptos.
Otro de sus hitos, como cuenta la misma nota, es que durante la Segunda Guerra Mundial se enroló en el ejército y llegó a ser teniente. Luego, al finalizar la guerra, ingresó a la universidad y se especializó en contabilidad.
La tranquila vida de John List
Promediando sus veintipico, en los comienzos de la década del 50, conoció a Helen Morris Taylor.
Ella había enviudado muy joven, ya que su marido había formado parte del ejército y murió en Corea.
Al poco tiempo de conocerse, John y Helen se casaron. Helen tenía una hija de su primer matrimonio y en muy pocos años nacieron Patricia, John Jr. y Frederic, los hijos de la nueva pareja.
Paralelamente, fueron años de un fuerte crecimiento económico. John logró un cargo atractivo en un banco y eso repercutió en el bienestar de la familia.
Helen, entonces, pensó que lo mejor era mudarse a una casa acorde a ese buen pasar económico. El lugar elegido, según narran distintas notas sobre el caso, fue una mansión construida en la época victoriana con 19 habitaciones, un magnífico salón de baile y lujosos vitraux con el sello de Tiffany, entre otros atractivos.
Su patrimonio no era acorde a semejante salto. Entonces, recurrieron al préstamo de la madre de John, Alma List. Ella se entusiasmó con la inversión y sugirió una propuesta para poder materializarla. Ella se iría a un departamento independiente, ubicado en el piso superior de la casa. Una costumbre frecuente en la época.
El declive de John List
La familia parecía tener una vida ideal. Hasta que comenzaron los primeros signos de alarma, que nadie atendió.
John perdió su destacado empleo. Tuvo otras oportunidades laborales y tampoco prosperaron. Siempre era despedido. El motivo aparente era su nula capacidad de relacionarse con el resto.
En este contexto, las dificultades económicas empezaron a aparecer. Para solventarlas, John comenzó a recurrir a los ahorros de Alma, la madre de John. Algo imposible de mantener en el tiempo. Además, en su rígida concepción, el fracaso económico era un pecado.
John no estaba dispuesto a verse derrotado y tampoco a mostrar su vulnerabilidad. Entonces, como pantalla, todas las mañanas se vestía con su traje, desayunaba en familia y dejaba la casa. Vagaba durante todo el día y volvía luego de su supuesta jornada de oficina.
?La postergación de Helen
Helen, por su parte, desde hacía un tiempo matizaba su rutina insoportable con mezclas de alcohol y tranquilizantes. Buscaba evadirse, aunque a costa de su salud. Aún sin hablarlo, la situación de John imponía malestar.
Pero había algo más. Helen tenía sífilis, una enfermedad de transmisión sexual que estaba muy estigmatizada. La había contraído de su primer marido.
Jamás había revelado a John su situación y era el momento de hacerlo.
Con sus ideas inflexibles, era previsible que John no tomaría bien el diagnóstico. Y así fue. A tal punto que se cree que fue la gota que lo llevó a planear la decisión más macabra.
Su acción parricida
El 9 de noviembre de 1971 John despertó a sus hijos Patricia, de 16 años; John Jr., de 15; y Frederick, de 13 años. Debían ir a la escuela. En el desayuno, charló como todos los días.
Poco después, Helen también se levantó y se dirigió al comedor. Cuando se disponía a tomar su café, John le disparó en la nuca. Murió al instante.
A los pocos minutos, subió al departamento de su madre, Alma. También le disparó a quemarropa.
Cuando llegó su hija Patricia, repitió su acción. Lo mismo hizo con sus dos hijos varones.
?La hija mayor de Helen ya llevaba una vida independiente.
Después del crimen
Mucho tiempo más tarde John recordó que limpió los cuerpos, cenó en el comedor diario, lavó los platos y se fue a dormir.
A la mañana siguiente, encendió el aire acondicionado para preservar los cuerpos y se sentó a escribir su carta de confesión.
Dejó las luces encendidas. salió de la casa y cerró con llave.
Tomó un tren con destino a Denver -la capital de Colorado-, solicitó una tarjeta de Seguridad Social a nombre de Robert Peter Clark y comenzó a trabajar como cocinero.
Un mes después un par de profesores de los menores se acercaron a la casa, alarmados por la ausencia sin aviso. Como no atendía nadie. Llamaron a la policía e ingresaron al lugar. Allí descubrieron el cruel destino de la familia y la carta de confesión de List.
En ese texto, el hombre detalló su accionar y como justificativo puntualizó que había querido “salvar sus almas”. Porque tanto su mujer como su hija se habían alejado de Dios.
El prófugo casi eterno
Los esfuerzos por dar con él resultaron en vano. Mientras tanto, con su nueva identidad, se volvió a casar y retomó su trabajo como contador.
Hasta que en 1989, dieciocho años después, relataron su caso en el programa de televisión America’s Most Wanted (AMW) -los más buscados de América.
Para mostrar una imagen actualizada, además de los gráficos de reconstrucción facial, pidieron a un escultor forense que creara un supuesto busto de John.
Al ver el programa, Wanda Flanery y su hija Eva Mitchell descubrieron que el busto era idéntico a Robert Clark, su vecino.
Decidieron contactar a la policía y once días más tarde Clark fue arrestado.
Por sus huellas dactilares, se determinó su identidad y luego del juicio se lo declaró culpable de los cinco crímenes.
La condena fue a prisión perpetua. El 21 de marzo de 2008 John List falleció murió. Tenía 82 años y había pasado sus últimos 18 en prisión.