Díganme si hay un exiliado para mandarlo a buscar, díganme si hay un solo preso político para mandarlo a soltar, porque en Venezuela nos necesitamos todos.
General, Isaías Medina Angarita
Venezuela se mantiene institucionalmente en pie con lo poco que queda de República solo por la grandeza de algunos civiles y la presteza de varios hombres de uniforme que hicieron posible, en un esfuerzo unitario y mancomunado, mediante un ejercicio de inteligencia, coraje e integridad, la gran nación democrática que ayudaron a forjar y a institucionalizar Rómulo Betancourt y todos los ciudadanos libres que lo acompañaron como un solo hombre para hacer posible ese otro sueño, complemento de la independencia.
No hay patria sin militares, por supuesto, pero no hay nación sin civiles. La patria es una demarcación territorial, geográfica, la nación en una gran arquitectura de tradiciones, principios, normas, valores, leyes e instituciones que deben conducir con entereza y ética los ciudadanos y de cuya vigencia y cumplimiento son custodios y defensores los militares. No confundamos una cosa con la otra. Los militares a sus quehaceres, bien delimitados en la Constitución, como cuerpo profesional garante de la seguridad y soporte del desarrollo; los civiles, a la gerencia de la justicia, la educación, la salud, la economía y el bienestar social.
De allí la razón de que un Gran Acuerdo Nacional —para reconciliar al país e iniciar su reconstrucción— constituya el principal desafío del liderazgo nacional. Lograrlo requiere de un riguroso análisis crítico, más allá de ideologías y doctrinas políticas, que interprete el momento histórico internacional y nacional y permita formular los lineamientos principistas y doctrinarios para transformar al país en una sociedad estable y equilibrada política e institucionalmente, de desarrollo económico sano, humano, diversificado y autosostenido, de sólido bienestar social y desarrollo humano creciente y permanente.
Tenemos que repensar a Venezuela e identificar aportes y contribuciones de individuos, partidos y organizaciones de la sociedad sin importar su condición política, civil o militar, social, económica y religiosa, en la construcción y consolidación de la República Liberal Democrática. Los aciertos, errores y omisiones deben ser vistos bajo una óptica científica que examine el desempeño de quienes han ejercido el poder desde 1936, pasando por la instauración de la democracia en 1958, hasta nuestros días.
En otras palabras, evitar para el estudio crítico la sacralización de espacios de tiempo y la vindicación de los dirigentes a quienes correspondió la toma de decisiones en esa parte de la historia, o la satanización y la excomunión de otros, es decir, sin el antes o después de 1958 o el antes o después de 1998. La óptica de la historia sin prejuicios políticos y como una continuidad donde cada uno en su momento dio cuanto estuvo a su alcance desde su personal perspectiva para sacar a Venezuela adelante.
Debemos hacer un esfuerzo conjunto, militares y civiles, por deslastrarnos de fanatismos y radicalismos políticos e ideológicos que contaminen la percepción de los ciudadanos, y de los que aún no lo son, acerca de nuestros fines últimos: el rescate de la política como pedagogía social semejante a la de los maestros y como oficio sagrado al modo de los médicos; la democracia como un sistema perfectible de autoridad limitada, arbitraje equilibrado y pluralismo político, y el logro de un estadio de desarrollo institucional, económico, social y humano que haga posible de forma permanente la expansión y posibilidad de ser.
En otras palabras, implica que desde el inicio apartemos las etiquetas de los viejos patrones de derecha e izquierda, de centro-izquierda o centro-derecha o cualquier otra denominación que prejuicie la percepción de la gente sobre nuestra actuación en la vida política. Serán el quehacer cotidiano de cada uno, guiado por el sentido común, la sensatez, la integridad moral y ética, y la calidad científica en la elaboración y la aplicación de políticas públicas eficientes, lo que defina el juicio último de la historia acerca de nuestro quehacer político.
En consecuencia, se trata de una evaluación crítica y desprejuiciada para desmontar la cultura política populista y demagógica, el personalismo, el presidencialismo, el constitucionalismo, el centralismo, el militarismo, la corrupción y la impunidad. Solo desterrando esos flagelos de la cultura política nacional será posible una democracia moderna, ya no solo de electores sino de ciudadanos, que haga real y efectiva una sociedad más justa y una vida más digna donde cada individuo pueda ser el protagonista de su propio destino.
Asumir la tarea de la reconstrucción nacional, del rescate de la política, de la democracia y sus instituciones, pasa en primer término por realizar una lectura inteligente y objetiva de la realidad internacional a partir de esas nuevas señalizaciones que cambiaron la forma de hacer la mayoría de las cosas en el planeta: la caída del muro de Berlín en 1989 y la ampliación y consolidación de Internet, que dieron paso a la globalización y a la sociedad del conocimiento. En especial, para lograr incorporar al país a ese proceso vertiginoso de transformaciones que opera a nivel mundial, estamos obligados a hacer una evaluación de la historia en positivo, como lo dijimos al comienzo, donde sean los aportes y la buena voluntad de los gobernantes, evaluados con ánimo científico, lo que defina su actuación, y no la visión ideológica, que en la mayoría de los casos desfigura interesadamente el análisis de la gestión pública de los distintos gobernantes.
¿Cómo lograrlo? solo asumiendo el desarrollo de la historia sin anteojos prestados que nos encadenen a la visión ideológica del pasado y a las doctrinas políticas fallidas que tantos desaciertos y sufrimientos han costado a América Latina. Sin dividir logros y conquistas entre civiles y militares para hacer posible y perfectible la democracia. Se trata de repensar a Venezuela con una alta valoración moral y ética, con sentido común y sensatez, con integridad y grandeza y especialmente con un instrumental científico que nos permita hacer un acopio de los mejores aportes de hombres y mujeres que prestaron servicio público a la sociedad.
Para que eso sea posible, el primero de los pasos debe ser la total imparcialidad de un nuevo Consejo Nacional Electoral, de las Fuerzas Armadas y una convocatoria a elecciones generales de todos los cuerpos legislativos y de la Presidencia de la República con observación internacional calificada.
Leon Sarcos, abril 2022