El actor se sobrepuso a un hogar inestable y una adolescencia entre pandillas para convertirse en un icónico luchador primero y luego una superestrella de cine.
Cuando Dwayne Johnson se paró en el escenario de los MTV Movie Awards en 2019 protagonizó una escena que se hizo viral. No fue el grandilocuente show de un ejército de bailarines que combinó pasos de breakdance al golpe de We will rock you. Tampoco la trayectoria cinematográfica que coronó a “The Rock” con el premio a una Generación. Lo que llamó la atención fue lo que dijo. “Cuando llegué a Hollywood no sabían qué hacer conmigo. Era un luchador profesional mitad negro, mitad samoano y de casi dos metros de altura. Entonces me dijeron cómo tenía que ser”. Delante de una pantalla gigante inflamada con las letras de su nombre, su historia estremeció al teatro Barker Hangar de Santa Mónica. Los aplausos estallaron al unísono cuando esa mole de casi dos metros desnudó su corazón ante el público. Los asistentes no lo sabían: antes de pelear con monstruos inverosímiles, el hombre rudo del cine tuvo que hacerse lugar enfrentando a toda clase de demonios fuera de cámara. Una infancia inestable, depresión y una fallida carrera como atleta profesional lo obligaron a tocar fondo; la Roca tuvo que desmoronarse para construir su mito.
Por Infobae
El 2 de mayo de 1972, Dwayne Douglas salió del vientre de Ata Johnson y amagó con unos golpes al obstetra. Desde ese momento mostró que en su sangre había un ímpetu guerrero. Sus abuelos maternos, Peter y Lia Maivia, pertenecían a una dinastía de luchadores profesionales oriundos de Samoa Americana, los Anoa’i. Su madre se enamoró de Rocky Johnson luego de un combate con su hermano, Peter, y a pesar de la negativa familiar. El padre de “The Rock” había llegado al ring luego de una infancia peliaguda: “Cuando mi padre tenía 13 años, su padre murió y él se convirtió en el hombre de la casa. El día de Navidad su madre llevó a un novio borracho a casa y orinó en el pavo. Al verlo, mi padre agarró una pala, dibujó una línea en el jardín y dijo: ‘Si pasás de esta línea, te mato’”. Enfrentado a la pareja de su madre, no le quedó otra opción que irse de la casa y buscárselas solo. Luego de aquel episodio, Rocky se metió de lleno en el mundo del boxeo entrenando a la par de figuras como Muhammad Alí, pero no fue hasta los 80´s que hizo historia cuando formó parte del primer equipo de afroamericanos en la World Wrestling Federation. Los gladiadores que compartían el ring con su padre se convirtieron en modelos a seguir.
Uno de ellos fue el célebre luchador francés, André “El Gigante”. Su apodo no era exagerado: en una foto descolorida por el tiempo, el pequeño Dewey posa a su lado y no le llega al ombligo. Promediaba los 10 años cuando no tuvo mejor idea que desafiar al gigante y decirle que todo lo que ocurría en el ring era falso. André levantó ese cuerpo esmirriado como una hoja y apuntando al blanco del ojo, le preguntó: ¿esto también te parece falso? El episodio que lo marcó a fuego y formó parte de su serie televisiva Young Rock, le infundió un nuevo respeto por el oficio de su padre. Poner en suspenso el principio de realidad, ahí estaba la magia del catch. Fue un mantra que comprendió años más tarde: “Los fans tenían que ver a los luchadores como estrellas, ellos debían tener un Cadillac y joyas”. Lejos de las peleas coreografiadas, los trajes llamativos y el glamour de las apariencias, la realidad económica de la familia pendía de un hilo.
En un ambiente de inestabilidad financiera y trashumancia, su infancia transcurrió a los ponchazos. De California a Honolulu, los Johnson solían alojarse en hoteles cuando no en casas rodantes siguiendo los pasos de Rocky. O mejor dicho, los cuadriláteros de sus peleas. Junto a su compañero, Tony Atlas obtuvieron el primer cinturón en el campeonato de la WWF en 1983. Al dúo conocido como Soul Patrol le iba bien y era una novedad. Pese al éxito en el ring, no conseguía asegurar el mínimo de 120 dólares semanales que su esposa e hijo necesitaban para vivir.
A los 14 años, Dwayne fue testigo del derrumbe familiar el día que llegó a su casa y encontró una notificación de desalojo colgando de la puerta. “Mi mamá comenzó a llorar. Ella simplemente comenzó a llorar y a desmoronarse. ‘¿Dónde vamos a vivir? ¿Qué vamos a hacer?’”. El adolescente que ya estaba formateando sus músculos en el gimnasio comenzó a desfilar por las comisarías de Waikiki cuando se unió a una banda de ladrones. Los turistas de alta gama que circulaban por los locales de Chanel, Prada y Gucci eran el blanco perfecto para hacer dinero con las joyas y objetos de lujo que vendían. Así intentó aportar a las cuentas del hogar pero no logró detener el colapso de su madre.
Abrumada por las deudas, las permanentes mudanzas y los embargos, Ata Johnson no tardó en hundirse en una profunda depresión. Luego de perder su departamento en Nashville, intentó suicidarse frente a su hijo. “Se bajó del auto en la ruta interestatal 65 y caminó hacia el tráfico”, relató Dwayne muchos años después, “la agarré y la tiré hacia atrás sobre la grava del camino”. El drama de aquel episodio se borró de la memoria de ella pero quedó indeleble en el chico de 15 años. La depresión fue para Dwayne un asedio constante, no solo para la salud de su madre sino también para la suya.
Como a su padre, le había tocado una adolescencia problemática. Ya contaba una serie de arrestos por robo y lo habían expulsado de cuatro colegios distintos cuando cayó en la cuenta de que sus músculos iban a ser su arma más fuerte. “Lo único que podía hacer era entrenar. Los hombres exitosos que conocí eran hombres que construyeron sus cuerpos”. Con una masa muscular que engrosaba su metro 95, a los 16 años encontró en el fútbol americano un pasaporte hacia un futuro más promisorio. Todo comenzó con un encontronazo en un baño de profesores en la Freedom High School de Bethlehem. “Hey, no podés estar acá”, lo interceptó el entrenador de fútbol. La furia del docente pronto se disipó para ofrecerle la oportunidad que torció el rumbo de su vida. De chico problemático a un atleta destacado, Dwayne ganó una beca en la Universidad de Miami y se convirtió en uno de los tackles defensivos estrella. Pero los 39 juegos, 77 tackles y un campeonato nacional no fueron suficientes para salvarlo de la depresión.
En 1995 se graduó de la universidad y se encontró con un panorama incierto. Las lesiones que había acumulado en el campo de juego y una performance en declive lo dejaron al borde de la apatía: “No quería hacer nada, no quería ir a ningún lado. Lloraba constantemente”. Un año después de firmar con la Liga Canadiense de Fútbol, lo “liberaron” del contrato. La ruptura con su novia caló un poco más profundo en su ánimo. Con tibios prospectos en el fútbol profesional decidió reencontrarse con la tradición familiar.
Mientras intentaba remontar su carrera de atleta, pisó firme en la WWF por primera vez en 1996. Maridando el linaje de sus padres, “Ricky Maivia” debutó en un ring de Texas clavando en el piso a su oponente con una llave magistral. El aliento que no encontraba en el público del estadio, clamaba con fanatismo con cada toma en el ring. Luego de una lesión en la rodilla que lo dejó definitivamente fuera de juego, se volcó de lleno al código de la lucha libre. Vestía spandex, gruñía a la cámara y hablaba de sí en tercera persona. The Rock está aquí: pelado, enorme y carismático.
En una década de derribos, llaves y saltos en el aire, Dwayne Johnson conquistó al público y también ocho títulos en los campeonatos de la World Wrestling Entertainment (WWE). La actuación parecía un paso lógico y era cuestión de tiempo, pero su aspecto parecía ser un problema para los agentes: “‘Tenés que perder peso’, ‘tenés que ser alguien diferente’, ‘tenés que dejar de ir al gimnasio’, ‘tenés que dejar de llamarte a vos mismo ‘The Rock’”. No los escuchó. En 2001, Hollywood necesitaba a alguien que pudiese interpretar a un guerrero egipcio, mitad hombre, mitad espectro para la película “La momia regresa”. ¿Había alguien mejor? Fue el inicio de una carrera meteórica plagada de diálogos autoconcientes, autos rápidos, escenarios apocalípticos, dinosaurios y gorilas gigantes.
En 2017 se subió al podio del actor mejor pago del mundo. Y dio un nuevo salto al vacío cuando amagó con presentarse a las elecciones presidenciales del 2020 (luego desistiría y anunciaría su voto por Biden). Cuando ahorró el suficiente dinero para comprar una casa, le dio la sorpresa a su madre para Navidad. Por fin, Ata Johnson iba a tener un lugar propio, también Dwayne. Un año después, terminó de contar su historia en la gala de los MTV: “Así que tomé una decisión, yo no me iba a adaptar a Hollywood, Hollywood se iba a adaptar a mí”, terminó su discurso con el premio en la mano. Su vaticinio se había hecho realidad.