Un día de mediados de otoño de 2010, dos venezolanos se reunieron en un local de la cadena de cafés-restaurantes Sant Ambroeus en Manhattan.
Por Carlos Crespo / ArmandoInfo
Uno era Isaac Moisés Sultán Cohén, empresario del sector naviero que amasó parte de su vasta fortuna cuando administró los almacenes de los principales puertos venezolanos, durante la primera década de la autodenominada Revolución Bolivariana y cuya empresa insignia, Braperca, acababa de ser abruptamente ocupada por el chavismo apenas un año antes de aquel encuentro.
El otro comensal era una mujer de 24 años de edad. La joven, Ana María Celis Atencio, apenas completaba dos años, hasta entonces, como catalogadora junior en Sotheby´s, una de las principales casas de subastas del mundo.
Para la fecha, noviembre de 2010, Celis Atencio, precoz y brillante -según la califican algunos de sus conocidos en el mundillo del arte en Nueva York-, se había convertido en lo que este tipo de corporaciones denomina Key Client Manager (KCM), la persona que maneja la cuenta de un cliente relevante.
También para entonces, y a pesar de lo reciente de su aparente revés con Braperca, Sultán Cohén calificaba como un Key Client. La propia Ana María Celis lo certificó en un reporte para su empleador. La ejecutiva auguraba buenos negocios con el magnate, también joven -aunque no tanto: 45 años- y desconocido para el público. “[Venezuela] depende de las importaciones, así que este es un negocio muy rentable”, escribió Celis en su informe. A su cálculo no le faltó razón: en los próximos cinco años, Sultán Cohén pasaría a ser uno de los diez mejores clientes del departamento de Arte Contemporáneo de la institución, tras gastar más de 27 millones de dólares en la compra de 35 piezas de arte y muebles de colección.
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