“¿Entiende que esta es una zona de guerra?”. Un policía ataviado con uniforme militar y casco de combate se desespera mientras una joven con la mirada fija rechaza ser evacuada junto a sus dos hijos de la ciudad ucraniana de Lysychansk, cerca del frente.
Poco antes, volvieron a caer proyectiles en algunos edificios de la ciudad industrial, destrozada por la guerra.
El policía Viktor Levshenko, exasperado, apunta al cielo y trata de convencer a Angelina Abakumova de subirse a una camioneta blindada.
El vehículo debe llevarlos a un rincón ligeramente más seguro de Ucrania, pasando por posiciones de artillería rusas.
“En serio, dígame lo que aún está haciendo aquí con los niños”, pregunta el atleta profesional, que se reconvirtió en jefe de la policía de tráfico regional.
“¿Entiende que esta es una zona de guerra?”, insiste, aparentemente molesto.
La mujer, de 30 años, asiente en silencio y se mantiene firme. Pero Levshenko sigue insistiendo y le dice que podría morir con sus hijos.
Su presencia, asegura, está minando el esfuerzo de Ucrania ya que el ejército tiene que centrarse en los civiles en vez de combatir a los rusos.
Frente a la insistencia de la mujer, abandona.
“Regresaremos mañana y espero verte lista con tus cosas. Estos niños tienen que ser evacuados a un lugar seguro”, le dice.
“No cambiaré de opinión”, susurra Abakumova, mientras regresa al refugio.
“Ahora es peligroso aquí. Luego cambia y se vuelve peligroso en otro lado. ¿De qué sirve ir y venir?”, expresa.
– “Por desgracia, no todo está bien” –
Como Abakumova, algunos civiles en el este de Ucrania deciden quedarse en sus hogares, entre bombardeos incesantes de las fuerzas rusas y a la espera de que termine la guerra.
Entre las razones para permanecer están la falta de dinero para empezar una nueva vida y el miedo a perder sus hogares. Pero estas justificaciones no satisfacen a Levchenko.
“Creo que la gente no entiende del todo la situación”, señala después del encuentro con la joven madre.
“Tenemos que evitar los bombardeos y abrirnos paso en condiciones muy difíciles para llegar a estas personas y alimentarlas e intentar evacuarlas”, explica.
“La gente que está aquí piensa que todo va a estar bien”, dice, en referencia a las decenas de personas que se esconden en los pasillos subterráneos y los sótanos entrelazados de uno de los edificios de la ciudad.
“Pero, por desgracia, no todo está bien”, continúa el joven, de 33 años.
– “Carne de cañón” –
Los voluntarios que distribuyen alimentos en los refugios estiman que de los 100.000 residentes de Lysychansk, 20.000 aún tratan de sobrevivir en la ciudad, asediada.
No hay electricidad ni servicio de telefonía. El suministro de agua está cortado desde abril y se espera que en los próximos días, se cierre el grifo del gas.
Los civiles que aún caminan por las calles de la ciudad parecen casi ajenos a la escalada de tiros de cohetes y artillería de las unidades rusas, que intentan aislar a esta cuenca minera del resto de Ucrania.
Cuando el jubilado Volodimir Dobrorez se despertó, contó más de 30 impactos de artillería cerca de un puente que lleva a Severodonetsk, una ciudad vecina que ahora está bajo control parcial de Rusia.
“Los últimos tres días fueron especialmente malos”, dijo el hombre, de 61 años.
Muchos de los que se quedan entienden sin embargo que su vida no será nunca más la misma que antes de la invasión rusa, el 24 de febrero.
Abakumova dice que tuvo que sopesar el destino de sus hijos con el de su marido y su hermano.
“Los hombres en edad de combatir que son evacuados son llamados inmediatamente y enviados al frente como carne de cañón”, dice, mientras su hijo y su hija juegan en el suelo del búnker.
“No dejaré que mi marido y su hermano se vayan. Morirían el primer día”, concluye.
AFP