Durante un año y medio hubo que asumir que el Covid, cada tanto, se movía con algún nuevo disfraz, y que ese vestuario implicaba cambios infectológicos, más allá de nuevos rótulos encarnados en alguna letra griega. Nos adaptábamos. Pero hace medio año, la pandemia se estancó en Ómicron, que no solo no es endémica sino que va gestando hijitos que los científicos nombran con irritantes códigos alfanuméricos. Acá, por qué esto es así.
Por Clarín
Para arrancar, una novedad: el mundo está “cundido” de todas las subvariantes de Ómicron (sublinajes, en rigor) consideradas “de interés” o “de preocupación” por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Esto incluye las ya conocidas BA.1, BA.2, BA.4 y BA.5 y, confirmó en off una importante fuente científica, también secuenciaron casos de la BA.2.12.1, detectada en abril en Estados Unidos.
Sin entrar en los porcentajes de contagiosidad de un sublinaje respecto del otro (toda la progenie de Ómicron es ultra contagiosa), ¿qué significa que la pandemia se desenvuelva, ahora, alrededor de una misma pero multifacética variante?
Jorge Quarleri, investigador Principal del Instituto de Investigaciones Biomédicas en Retrovirus y Sida (INBIRS-Conicet), es doctor en Bioquímica, volcado de lleno a la virología y, desde el comienzo de la pandemia, a entender la tozuda persistencia adaptativa del SARS-CoV-2.
Es ese concepto -la destreza adaptativa del virus- el que explica el meollo de estas líneas.
Sutilezas de Ómicron
Para el SARS es adaptación; para nosotros (los hospedadores), una endemoniada habilidad para saltar las barreras inmunológicas que con mucho esfuerzo logramos montar, tanto a través de la infección como por la vacunación. En el caso de Ómicron, Quarleri definió esa habilidad evasiva como “dramática”.
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