Desde que el productor de Hollywood Edward Pressman había visto al fisicoculturista austríaco en el documental “Pumping Iron”, no pudo imaginar otra cara que la de él para su héroe. Arnold no era actor y tenía dificultades para hablar en inglés. El guión fue escrito por el prestigioso Oliver Stone empujado por la cocaína. El rodaje en España, con extras que tardaban en morir. El éxito que nadie vio venir y el camino hacia la fama del protagonista que llegó a ser gobernador de California
Por Infobae
Un fisicoculturista devenido en actor, con una dicción y apellidos imposibles, que pasó más de cinco años esperando su oportunidad. Un guión escrito en un enloquecido rush empujado por la cocaína. Actores clásicos para darle algo de prestigio al elenco. Escenas inspiradas en clásicos japoneses. Un género difícil como el sword and sorcery. Un director empecinado en no utilizar grandes efectos especiales. La muerte de un dictador tras la Cortina de Hierro que cambió los planes de filmación. Estos fueron algunos de los ingredientes, a simple vista incompatibles, que hacían creer que fuera imposible que Conán, el Bárbaro tuviera un buen rendimiento en taquilla o se convirtiera en memorable. No sólo se transformó en un enorme suceso sino que lanzó al estrellato a Arnold Schwarzenegger.
Conan, el Bárbaro fue un guerrero creado por Robert Howard en 1932. Tuvo varias reencarnaciones a lo largo de las décadas como cómic, novela pulp, radioteatro y folletín. El género era el sword and sorcery, espada y brujería, una épica del fantasy.
Edward Pressman, un productor de Hollywood, mostró en 1975 por primera vez su deseo de llevar a la pantalla la historia de Conan. Parecía imposible por la magnitud de la empresa y por el desarrollo rudimentario que tenían los efectos especiales en la época. En ese momento, Pressman, no sabía que sería un viaje que duraría siete años, en los que varias veces estuvo a punto de despeñarse y hasta de fundirse. Pero su obsesión, casi una manía, terminó consiguiendo un éxito que nadie vio venir, aunque al final él no tuviera el control del proyecto.
La compra de los derechos fue complicada. Llevó largas tratativas, negociaciones y hasta presentaciones judiciales. El pago por ellos fue de 25.000 dólares pero el productor debió gastar 100.000 dólares adicionales en gastos de abogados para lograrlo.
En 1977 se dio a conocer Pumping Iron, un documental que buceaba en el mundo del fisicoculturismo. Allí Pressman descubrió a Arnold Schwarzenegger. Supo que él debía interpretar a Conan. Ya no pudo imaginar al personaje sin la cara del musculoso austríaco. Arnold aceptó la oferta de inmediato: 250.000 dólares asegurados aunque el film no llegara a rodarse. Él quería convertirse en actor. Y ser millonario. Había interpretado unos pequeños papeles en series y alguna película de bajo presupuesto. Pero su físico enorme, su escasa ductilidad histriónica y en especial su mal manejo del inglés eran elementos que morigeraban, y hasta parecían liquidar, sus posibilidades (y sus ilusiones). Cuando se encontró con esta oportunidad decidió no dejarla pasar. Cualquier cosa que haya imaginado en el momento de la firma del contrato, por más ambiciosa o disparatada que fuera, se quedó corta ante lo que el estreno del film provocó y en el camino que le permitió iniciar.
En 1978 un estudio se interesó en el proyecto. La condición que puso fue que el guión fuera escrito por un profesional prestigioso. Oliver Stone fue el elegido. Trabajó febrilmente empujado por su adicción a la cocaína. El resultado fue una historia gigantesca desde todo punto de vista. Ambientada en un futuro post apocalíptico, llevar a la pantalla lo escrito por Stone costaría 40 millones de dólares (un presupuesto demencial para la época: algo así como 300 millones de ahora) y la película duraría cuatro horas y tenía su gran clímax en una batalla final en la que Conan enfrentaba una horda de 10.000 enemigos. Sin embargo con esa historia, el productor salió a buscar un director. Ridley Scott fue un candidato, pero se inclinó por Alien. Oliver Stone se postuló para el puesto, ya que hacía tiempo quería dar el salto, pero no fue considerado. Apareció John Milius quien había participado en una de las primeras fases y venía de participar en Apocalypse Now y en Tiburón. Milius puso como condición poder modificar el guión. Ubicó la historia en un pasado incierto, con algún dejo medieval, mucho de fantasy, épica y le agregó referencias al cine de Kurosawa y de otros maestros japoneses.
Con Milius al frente del proyecto no cambió el protagonista. Fue el único actor que él no pudo elegir. El director confiaba en la potencia de la imagen de Schwarzenegger. Los siguientes dos papeles también los eligió por la imagen, por el aspecto físico, a pesar de que los actores no tenían demasiada experiencia. Los productores trataron de convencerlo de que eligiera caras más conocidas pero Milius se negó. Tanto Subotai como Valeria fueron otorgados a dos novatos. Gerry Lopez era un ex campeón de surf y Sandahl Bergman, una bailarina que había participado en algunas puestas en Broadway y recomendada por Bob Fosse.
Para compensar tanta inexperiencia, buscaron actores con prestigio para el resto de los personajes. Sean Connery y John Huston fueron algunos de los varios que rechazaron participar en este proyecto algo estrambótico. Pero los que aceptaron, gracias a salarios muy generosos, para darle una pátina de respetabilidad fueron James Earl Jones y el sueco Max von Sydow.
A esta altura, Milius había modificado el guión a su antojo y había conseguido que estuviera dentro de un presupuesto alto pero realizable.
Pressman no conseguía los fondos necesarios para poner en marcha la producción hasta que apareció Dino de Laurentis, especialista en grandes proyectos. El italiano se apoderó de la película e hizo posible su realización.
Pero De Laurentis venía con el dinero y con sus propias ideas. Una de ellas era buscar para interpretar a Conan un actor que pudiera articular el inglés. Milius le dijo que eso no era posible. De Laurentis comenzó a hacer correr el rumor que Arnold era nazi, lo cual no era cierto (su padre había tenía pasado en las juventudes hitlerianas). La leyenda cuenta que, una vez elegida España como lugar principal del rodaje, Milius entró a la oficina con muñequitos de Franco que compró en la Gran Vía y los puso encima del escritorio del productor y le dijo: “¡Acá el único nazi soy yo”, gritaba enloquecido.
Pero España no había sido el primer país elegido. La filmación se iba a realizar en la antigua Yugoslavia pero la muerte de Tito, el hombre fuerte del país convirtió todo en un tembladeral y De Laurentis y Milius debieron optar por otro lugar. Fue cuestión de hacer cuentas. En Estados Unidos era imposible de filmar: otra vez el presupuesto superaba los 40 millones de dólares. En Italia las cuentas daban 32 millones. Mientras que en España, De Laurentis debía conseguir 19 millones. La elección fue obvia.
Almería, Madrid y Sevilla fueron algunas locaciones. Y Jorge Sanz, actor que luego tendría una larga carrera, consiguió con sus 9 años un papel en esta súper producción. También tuvieron trabajo más de mil extras. Pero los extras españoles sacaban de quicio a Milius por un particular exceso histriónico: tardaban mucho en morir. Todos, cuando eran atravesados por una espada o derribados con una pesada arma, morían con grandes gestos, bastante aspaviento y notorios estertores. “Sólo muéranse”, gritaba desesperado Milius que llegó a ofrecer un pago extra para los que se morían con velocidad, a los que sin más se derrumbaban con destino al polvoriento suelo y ya no se movían.
Schwarzenegger, a pedido del director, perdió kilos de músculos. Milius no pretendía a un fisiculturista nada más, sino a alguien atlético, con movimientos más gráciles. Arnold practicó escalamiento, natación, prácticas de hipismo y salidas diarias para correr varios kilómetros.
Pero al rodar la primera escena lo evidente, lo que todo el mundo preveía, sucedió. Arnold Schwarzenegger debía decir una frase atribuida a Gengis Khan, pero lo que salió de su garganta fue algo ininteligible, que apenas se parecía al inglés, cada palabra parecía sonar como una moneda cayendo en el fondo de una lata profunda. Las clases de dicción que había tomado el novato actor no habían resultado. Milius le cambió el profesor y el avance fue notable (también simplificaron varios parlamentos). Gerry Lopez fue, finalmente, doblado en la mezcla final.
Milius prefirió, al modo clásico, efectos ópticos y mecánicos. Muchas miniaturas y grandes decorados que salieron millones de dólares para darle verosimilitud a las escenas y para volver convincente ese mundo de fantasía.
Los primeros anuncios de la película se vieron a fines de 1980. Pero todavía faltaba un año y medio para el estreno. De Laurentis tenía fe en la película y dedicó 12 millones más a la promoción. El estreno en Estados Unidos estaba pensado para el fin de semana del Memorial Day, la primera fecha de los grandes estrenos del verano norteamericano, el momento en el que los grandes tanques llegan a la pantalla. Pero a principios de 1982 decidieron adelantar la fecha para mediados de mayo. Para no luchar con esos gigantes. Se estrenó cuarenta años atrás, el 14 de mayo de 1982. Los críticos maltrataron bastante a Conan, el Bárbaro. Se rieron de su protagonista repleto de músculos, de ese mundo de fantasía, de la ambición de Milius. Pero el público dio su total apoyo. Se convirtió en uno de los grandes sucesos del año. Y transformó a Schwarzenegger en una gran estrella.
Arnold pasó de fisiculturista a actor protagónico de grandes Blockbusters. La elección de las siguientes películas fue inteligente y progresiva. De Conan a Terminator, héroe de acción en Comando o Predator y hasta actor de comedia. Fue dirigido por James Cameron, John McTiernan, Reitman, Verhoeven y muchos otros. Después, un matrimonio con una Kennedy y llegó a ser gobernador de California durante dos períodos. En el medio también tuvo su escándalo amoroso con infidelidad e hijo oculto incluido.
Conan tuvo una segunda incursión por la que Schwarzenegger cobró un millón de dólares, un salario que había quedado muy desfasado para la estatura estelar que había adquirido. Pero ese valor estaba fijado desde hacía casi una década, cuando firmó el contrato original. Allí se establecía que si existía una secuela él cobraría esa cifra. También tuvo un gran rendimiento de taquilla.
En aquel contrato se establecía la posibilidad de una tercera película. Pero nunca se filmó. El salario del actor debía, según la cláusula original, ser de dos millones de dólares. Pero para ese entonces, ya casi a finales de la década del ochenta, por ese dinero no se conseguía ni una uña de Arnold Schwarzenegger.