El uso del llamado “dinero plástico” es una añoranza para muchos usuarios del sistema financiero local, pero las estadísticas muestran que el instrumento sí ha venido acumulando cierta recuperación en el tiempo, aunque esté lejos todavía de lo que fueron sus mejores épocas, así lo reseñó BANCA Y NEGOCIOS.
Las tarjetas de crédito (TDC) pueden ser consideradas como un símbolo de status, un sistema de clasificación de la calidad del récord crediticio o un mecanismo de apalancamiento destinado a financiar el consumo, en términos más concretos. Pero en el caso del sistema bancario venezolano, son apenas un complemento de lo que otrora fue un poderoso rubro dentro de la cartera comercial.
Preaprobaciones automáticas, tarjetas diseñadas para segmentos y necesidades específicas del mercado, productos ligados a marcas, sectores y cadenas comerciales; además de las categorías Black, Platinum o Signature, entre otras, llegaron a ser parte común del paisaje en la competencia diaria por conseguir la adopción y fidelidad de marca.
Y a pesar de las limitaciones debido a la crisis institucional, política, económica y a las sanciones internacionales que aún pesan sobre aspectos fundamentales de la economía nacional; las principales franquicias de tarjetas de crédito han continuado activas, en lo que podríamos denominar un proceso de “hibernación” a la espera de recuperar su sitial e impulsar la capacidad de consumo de las personas, sus compras planificadas e imprevistos que escapan de los presupuestos familiares.
Muchas veces el venezolano, sobre todo en épocas de elevada inflación, recurrió a sus TDC como un mecanismo para adelantar compras de alimentos y medicinas, o para aumentar el inventario de bienes que pudiesen escasear en los momentos de mayor desabastecimiento.
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