Vamos, reconozca que lo hace. Ya sea en compañía o cuando creemos que nadie está mirando, todos nos hurgamos la nariz en algún momento. No estamos solos en eso: otros primates también lo hacen.
Por 20minutos
El estigma social que rodea a hurgarse la nariz está muy extendido. Pero, ¿deberíamos hacerlo o no? Y en caso afirmativo, ¿qué deberíamos hacer con nuestros mocos?
Los científicos Mark Patrick Taylor, Gabriel Filippelli y Michael Gillings publicaron un artículo en ‘The Conversation’ donde se plantean estas cuestiones para buscar una respuesta científica.
“Somos científicos que hemos investigado los contaminantes ambientales en nuestras casas, nuestros lugares de trabajo, nuestros jardines. Por eso tenemos alguna idea de lo que realmente nos metemos ahí dentro cuando nos hurgamos la nariz”.
¿Qué hay en un moco?
Hurgarse la nariz es un hábito totalmente natural: los niños que aún no han aprendido las normas sociales se dan cuenta muy pronto de que el ajuste entre su dedo índice y una fosa nasal es bastante bueno. Pero hay mucho más que mocos ahí arriba.
Durante los ~22 000 ciclos respiratorios diarios, la mucosidad que forma esos mocos crea un filtro biológico fundamental para capturar el polvo y los alérgenos antes de que penetren en nuestras vías respiratorias, donde pueden causar inflamación, asma y otros problemas pulmonares a largo plazo.
Las células del conducto nasal, llamadas células caliciformes por su aspecto de copa, generan mucosidad para atrapar virus, bacterias y polvo que contenga sustancias potencialmente nocivas como plomo, amianto y polen. La mucosidad nasal, junto a sus anticuerpos y enzimas, son la primera línea del sistema de defensa inmunitaria contra las infecciones.
La cavidad nasal también tiene su propio microbioma. A veces, estas poblaciones naturales pueden verse alteradas, lo que provoca diversas afecciones como la rinitis. Pero en general, los microbios de nuestra nariz ayudan a repeler a los invasores, luchando contra ellos en un campo de batalla de moco.
El polvo, los microbios y los alérgenos capturados en la mucosidad acaban siendo ingeridos a medida que esa mucosidad gotea por la garganta. Esto no suele ser un problema, pero puede agravar la exposición ambiental a algunos contaminantes.
Por ejemplo, el plomo –una neurotoxina presente en el polvo doméstico y en la tierra del jardín– entra en el cuerpo de los niños de forma más eficiente a través de la ingestión y la digestión. Por lo tanto, puede empeorar la exposición a determinados tóxicos ambientales si se aspiran o se comen los mocos en lugar de sonarse.
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