Jamás pensó el líder patriótico, que su rostro serviría hasta para sellar los empaques de cocaína, que el cartel de los soles exporta en los aviones bolivarianos, pilotados por terroristas de las diversas estirpes existentes en la faz de la tierra.
Ese Bolívar es otro, no el de los Venezolanos, que alguna vez vivimos en democracia, el de “carne y hueso”, a decir del excelso historiador, Francisco Herrera Luque.
En este infierno que es Venezuela, observamos la distorsión del conocimiento de un hombre que fue brillante militar y estadista, pero que cometió errores y muchos; lanzado por el chavismo, al precipicio de la irresponsabilidad, han destruido su memoria histórica, como todo lo que tocan estos gazmoños impresentables.
La espada es otro cuento. La verdadera se la robo Fidel Castro, el expoliador, maestro de estos asaltantes que se han apropiado de Latinoamérica, rematándola y creando falsas historias.
La que trajeron en aquel rocambolesco acto, permite recordar que guerrilleros del M19, no solamente la hurtaron, sino que esa acción trajo consigo los peores actos terroristas que regaron las calles de Bogotá de sangre inocente, cuyo río azaroso sigue rodando por la plaza de Bolívar y en los recuerdos de las familias y amigos de aquellas victimas y cuyos victimarios han sido premiados con los más altos cargos del Estado Colombiano. De esas cenizas vienen estos volcanes chavistas, que azotan el continente. La espada de Bolívar no puede ser símbolo de delincuentes organizados como los que han destruido Venezuela.
Existen dos Bolívar y dos espadas. El verdadero Libertador y la caricatura chavista que mancilla su honor. Una espada que es símbolo de un momento histórico, y otra que está secuestrada en Cuba y cuyas réplicas caminan por América Latina, degollando inocentes y asaltando todo lo que consiguen a su paso.