“Allá atrás había como una bulla, un clamor, y yo dije: ‘Qué bueno que yo pueda calmar a las personas mientras aparece la espada’. Si esa espada no aparece, no sé qué hubiera pasado”.
Por eltiempo.com
Teresita Gómez recuerda con gratitud su providencial intervención al piano durante la posesión presidencial del 7 de agosto, que cayó como un bálsamo pacificador ante la multitud en la plaza de Bolívar. El ambiente estaba crispado desde que Gustavo Petro, en su primera intervención tras ser investido, ordenó: “Como Presidente de Colombia, le solicito a la Casa Militar traer la espada de Bolívar”.
Pasaron 30 minutos de incertidumbre desde la posesión de la vicepresidenta Francia Márquez hasta el final del discurso de Roy Barreras. Y el arma emblemática no llegaba. Mientras la muchedumbre gritaba consignas, Barreras, como presidente del Congreso, pidió diez minutos de receso en la sesión y el director general de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, David García, tuvo que llenar ese vacío imprevisto. “La intervención de Teresita se produjo en un momento en el cual hubo mucha tensión, ella ‘salvó la patria’ ”, afirma García.
Al director le encomendaron que la orquesta improvisara alguna melodía colombiana, pero él aclaró que no era posible. “Para que eso sucediera –sigue García–, con 250 músicos que estaban ahí, tendrían que haber ensayado, tener partituras, etc. Me respondieron: ‘¿Entonces qué hacemos?’. Y yo vi a Teresita, a unos 50 metros, así que llamé a alguien de producción para que me la pasara al teléfono. Ella tiene un repertorio muy grande, y como el momento era terrorífico, sin preparación, sabía que ella podía tocar alguna pieza”.
A sus 79 años de edad, Teresita había desempolvado sus mejores galas para un momento de reivindicación social y personal. Su vestido azul oscuro de terciopelo estaba coronado por una capa “para llegar muy elegante”, según sus palabras. Pero del afán se le olvidó. Ella vive en Medellín, estaba de vacaciones en Palomino, y al ser convocada a Bogotá, ensayó de urgencia el himno nacional con la orquesta.
Ese domingo tuvo que echar mano de su experiencia: “Siempre he tenido algunas piezas que no se me olvidan. Toqué Hacia el Calvario, del maestro Carlos Vieco. Y toqué el segundo Nocturno de Chopin. No sé qué pasó ese día, pero no me equivoqué. Me concentré mucho y creo que toqué más lento. Luego pensé que debía tocar otra, pero me dijeron: ‘No, ya viene la espada’ ”.
De la cárcel a la diplomacia
Para la experimentada concertista, era también un momento de redención que tardó más de cuarenta años en llegar. “De alguna forma, el M-19 me ha perseguido a mí. Hasta pagué cárcel por ellos”, dice Teresita.
Su memoria retrocede a la década de 1970, durante la presidencia de Julio César Turbay, cuando la persecución a la guerrilla disparó sospechas sobre muchos artistas. “Yo estaba trabajando en la Ópera de Colombia, con Gloria Zea –relata la pianista–. Y fui a Medellín para una consulta médica. Acababa de llegar de Cuba, adonde había ido a tocar. Venía feliz, con los teléfonos de amigos que había conocido, como el poeta Mario Benedetti, como Pablo Milanés… Y allá caminando en Medellín, de pronto sentí que me tomaron por la cintura. Eran dos señores. Dizque: ‘Camine hacia abajo, allá hay una camioneta gris, no mire hacia atrás porque disparamos’. Quedé fría”.
“Me hicieron 18 interrogatorios con el B2, en el DAS. Yo no sé si por estar en Cuba o por qué. Me decían que yo había estado con el M-19, pero yo solo había estado con unos poetas tan pobres que solo podíamos comprar una botellita de brandy, que bajábamos con Coca-Cola. Me acusaban de haber estado en un atraco a la Caja Agraria, de un asalto a Telecom, y eso me daba 40 años de cárcel. El último interrogatorio fue con el que me había acusado, que parecía soldado y les decía: ‘Sí, ella es, la ‘concercionista’ del piano. Ella tenía una falda de jean y una blusa de flores’. Y resulta que en ese momento yo era la única negrita que no me ponía flores ni tenía falda de jean. ¡Ahora es que soy alborotada, ya de vieja!”.
El director de la Filarmónica de Bogotá recuerda que en esa época también detuvieron al maestro Luis Vidales, al gran musicólogo colombiano Guillermo Abadía, que tenía 90 años, y a otras figuras de las artes. Según narra García, a la pianista la amenazaban con quebrarle las manos si no confesaba algún delito.
“Me ponían a ir al baño dentro de la celda –continúa Teresita–, no me dejaban bañar y me hacían tortura sicológica. Como no podía dormir, me ponía a leer a Agatha Christie. Los que cuidaban la celda me pasaban una velita y yo leía a la luz de la vela, para no pensar en los gritos que se escuchaban de los que estaban torturando. Había uno que gritaba: ‘¡Asesinos a sueldo, acábenme de matar!’. Finalmente, salí gracias a María Luisa Henao, una abogada que ayudaba a los presos políticos y era esposa de Mario Yepes, uno de los fundadores de la Facultad de Artes de la Universidad de Antioquia. Si no, todavía estaría allá”.
Al terminar el período presidencial de Turbay, fue elegido Belisario Betancur, amigo de las artes y de Teresita Gómez. Su suerte cambió radicalmente, pues fue enviada como agregada cultural a la embajada de Colombia en Berlín Oriental, entonces República Democrática Alemana (RDA).
“Una vez estuve en Roma –cuenta la intérprete–, en la embajada colombiana, donde estaban la cantante Carmiña Gallo y su esposo, Alberto Upegui. Me recibió Camacho Leiva (exministro de Defensa y entonces embajador ante Italia) y me dijo: ‘¿Cómo se siente?’. Yo le dije: ‘Muy contenta, porque el pasado gobierno me metió a la cárcel y este me mandó de diplomática’ ”.
Manoseando pianos
La vida de Teresita Gómez no ha sido fácil, y no solo por el color de su piel. La música fue su ruta de superación, desde que se enamoró de los teclados. “Yo nací en 1943, y entonces ver a una niña negra tocando Mozart o Beethoven era rarísimo. Cuando yo estaba chiquita, iban a verme a Bellas Artes y, a veces, yo me escondía debajo de la cama. Es que uno de niño no se da cuenta de esos pormenores. Pero yo solo quería tocar piano”.
Les debe su virtuosismo a dos maestras: Marta Agudelo de Maya y la italiana Ana María Penella. Ellas no repararon en su origen humilde y siempre la apoyaron para que siguiera su vocación.
“Yo comencé en el piano a los 3 años y medio, pero todo al escondido, porque yo era la hija de los porteros del Palacio de Bellas Artes en Medellín. Yo vivía en ese edificio, y mi mamá siempre me reprendía: “No te pongás a manosear los pianos porque echan a tu papá”.
Su padre fue una figura comunal, un hombre trabajador que organizaba bazares y buscaba el progreso de su comunidad. “Hoy hubieran dicho que era un comunista. Yo lo amé mucho –suspira Teresita–. Siempre he sido una persona con sensibilidad social, porque a un negro no le luce otra cosa… Pero nunca fui del mundo de la política. Es más: alguna vez me invitaron a que oyera la lectura de El capital, de Marx, pero no entendí nada, me aburrí y no volví”.
En su juventud fue muy rechazada por la sociedad de Medellín. Según recuerda su buen amigo Cristóbal Peláez, director del Teatro Matacandelas, la clase alta la veía con malos ojos: “Como era amiga de pintores, poetas, artistas, llevaba una vida muy bohemia, e incluso se involucró como actriz, trabajó en obras de teatro contestatario. Trabajaba con Bernardo Ángel, director del grupo teatral La Barca de los Locos, un iconoclasta e irreverente. Y se involucró con los nadaístas, era amiga de Gonzalo Arango, toda esa gente”.
En 1959 viajó a Bogotá para incorporarse al Conservatorio de la Universidad Nacional. Allí compartió butaca con el clarinetista Raúl García, fundador de la Orquesta Filarmónica de Bogotá y padre del actual director, David García. A este último lo alzó cuando era niño.
De allí proviene su amistad y por eso, cuando Teresita se enteró de que García estaba preparando la música de la posesión presidencial, no lo pensó dos veces. Lo ubicó en Suecia, cuando él estaba de gira con la orquesta: “Me decía que en el himno nacional no había piano, pero a mí me habían contado que había un arreglo con piano. Finalmente, David dijo que sí, que se podía arreglar y yo estaba muy feliz de poder estar ahí en un momento tan fuerte y tan histórico, tan bonito”.
Ella tuvo que cambiar de tonalidad, porque suele tocar el himno en Do mayor, pero la orquesta lo interpretó en mi bemol mayor, para ajustarse a las voces de los niños del coro Hijos de la Paz, compuesto por hijos de firmantes del acuerdo con las Farc.
“Preparando el concierto –dice Teresita–, una noche tuve una pesadilla: yo tocaba el himno nacional y me equivocaba. Y lo arruinaba todo. Me desperté asustada, pero ya después del ensayo me relajé”.
En efecto, la orquesta trabajó arduamente para montar otras dos piezas, que no utilizaban el piano: dos fragmentos de la Sinfonía Patética de Tchaikovski y el Réquiem de Mozart. Para García, fue un esfuerzo descomunal: “Sucedió algo muy bonito y es la primera vez que lo viví en una posesión: todos los músicos del país querían estar. La discusión era cuántos podía mandar cada orquesta. De la Filarmónica, llevamos al coro juvenil y al coro Hijos de la Paz. En total, con nuestros jóvenes de las orquestas filarmónicas, había alrededor de 120 músicos. Entre los otros 120, estaban la orquesta Sinfónica Nacional, la orquesta Sinfónica de Cartagena, dos orquestas de Medellín, la orquesta sinfónica de Caldas, la banda de Pereira, la orquesta de Nariño, en fin: Un mensaje de unificación nacional”.
El momento de los afro
También fue una reivindicación étnica, pues además de Teresita, otra estrella invitada fue la soprano Betty Garcés, nacida en Buenaventura y residente en Alemania. “Es la primera vez que salen mis inclinaciones políticas –aclara la pianista–, desde cuando vino Francia Márquez a mi casa, en julio. Estuvo en Medellín y me llamaron a decir que me quería conocer. Yo casi me muero de la emoción, qué mujer tan poderosa y tan fuerte. Hablamos y nos reímos, es una mujer tierna, pero cuando le toca ponerse dura, lo hace”.
Al final de la posesión presidencial que ella ‘salvó’, fue invitada a la Casa de Nariño, pero la tensión y sus 79 años le pasaron factura. “Realmente, yo terminé muy cansada, ya no daba más. Me fui a descansar. A lo mejor alguna vez podré saludarlos”.
Esta semana tiene una cita con su amigo Cristóbal Peláez, en el Teatro Matacandelas, para contarle su experiencia: “Tengo tantos chismes para contarte, te visito en el teatro y nos tomamos unos vinos. Dame una noche larga para que hablemos”, le dijo.
Mientras tanto, Teresita seguirá enseñándoles a sus alumnos los secretos de las teclas blancas y negras del piano. “Además, estoy estudiando alemán con Duolingo”.
– ¿Y por qué alemán?
– Tengo que ponerme en paz con ese idioma, me gusta por la música clásica y a lo mejor no lo llegue a hablar con nadie, pero al menos entenderlo para cumplir conmigo misma. Cuando estuve en la RDA, los embajadores no me dejaron estudiarlo… Pero de eso no le voy a hablar.