Hay bebés que cuando nacen no los espera una mamá. O, por lo menos, no una mamá exactamente como la que la gran mayoría de los mortales entendemos por esa palabra inmensa.
Por infobae.com
Timothy Wiltsey, quien llegó al mundo el 6 de agosto de 1985 en Cedar Rapids, Iowa, Estados Unidos, parece haber sido uno de ellos.
A su historia, a la que le falta un capítulo, es la siguiente.
Ser un estorbo
Los padres de Timothy, George Wiltsey y Michelle Lodzinski, se conocieron cuando ella tenía 16 años. Michelle había llegado desde Nueva Jersey para visitar a su hermano en Iowa cuando se topó con George. Enseguida comenzaron a salir y con esa misma velocidad ella quedó embarazada.
Seis meses después de parir a Timothy, Michelle volvió a su casa aduciendo que su pareja la maltrataba y que Iowa era un lugar demasiado aislado para vivir.
George, por su lado, no hizo nada por retenerlos. Ni los buscó, ni les envió dinero.
Timothy creció con su padre ausente mientras vivía, en la ciudad de South Amboy, con su madre y sus tíos Linda -hermana de Michelle- y su marido David Hisey. Cuando cumplió dos años su madre decidió que ya era hora de vivir solos y se mudaron a un pequeño departamento en la misma ciudad. Michelle había abandonado el secundario y no tenía ningún oficio, por lo que los trabajos a los que accedía estaban siempre mal remunerados y eran inestables. Un empleo temporal en una iglesia, unas horas en una oficina o remarcando precios en supermercados… hacía lo que podía. Por otro lado, se negaba a buscar el soporte de los servicios sociales. Prefería aceptar la escasa ayuda monetaria que le daba su propio padre. Trabajaba tanto que a sus amigos les decía que era una “madre de fin de semana”. Lo importante era subsistir y el escollo para lograrlo era con quién dejar a su hijo. Timothy pasaba de mano en mano: parientes, amigos, baby sitters que pagaba algún miembro caritativo de la familia o, simplemente, terminaba en el trabajo con Michelle.
El 13 de enero de 1990, cuando Timothy tenía 4 años, Linda y David se mudaron al estado de Florida. La vida para Michelle terminó de complicarse. Otro hermano de ella, Michael Lodzinski, quien vivía en Minnesota, accedió a llevarse a su sobrino por dos meses para que ella pudiese trabajar. De esa manera podría ahorrar algo de dinero. Michelle decía que quería juntar plata para cuando llegara el momento de la primaria en el colegio privado St. Marys.
Las opiniones sobre Michelle de sus conocidos eran diametralmente opuestas. Para algunos, ella se ocupaba de su hijo, lo llevaba al dentista y compraba lo necesario para vestirlo y educarlo; para otros, era todo lo contrario. Lo cierto es que Timothy faltaba demasiado al jardín de infantes. En el último año registrado había tenido más de 25 faltas y 63 llegadas tarde. Además, había crecido y se había vuelto un estorbo para la voluble vida amorosa de Michelle.
Sus dos últimos novios, al terminar la relación, le habían dicho lo mismo: se sentían demasiado jóvenes para hacerse cargo de ella y de su hijo. Era muy triste, pero ninguno quería convertirse en padrastro de Timothy.
La última pareja de Michelle, Fred Bruno, creía que ella se comportaba más como una hermana mayor que como una madre. Entre las cosas que contó tiempo después hubo una lo suficientemente seria como para ser tenida en cuenta. Este joven le había advertido a Michelle que no debía dejar solo al niño jugando en el jardín trasero cuando los perros del vecino andaban sueltos. Michelle no le prestó atención y un día Timothy, ante la falta de supervisión materna, terminó seriamente mordido en la cara. Tuvieron que darle 72 puntos.
Harto de ella, este joven abandonó a Michelle y unos meses más tarde se comprometió con otra chica. Treinta días después de ese compromiso, sobrevino la desaparición del pequeño Timothy.
Evaporarse en el aire
El viernes 24 de mayo de 1991 Michelle (23) llevó a Timothy (5) de paseo. Quería comprarle algo de ropa para su próxima graduación del jardín de infantes. También, tenía planes para visitar a su hermana en Florida y de paso llevar a su hijo a Disney World.
Esa misma tarde le dijo a su vecina, Theresa McConnell, quien era madre de una niña que iba con Timothy al colegio, que al día siguiente irían con Timothy a la feria en el parque Sayreville a dónde también llevaría a una sobrina pequeña. Eran planes sobre un futuro que estaba por implosionar.
El sábado 25 de mayo, a las 11 de la mañana, Michelle y Timothy salieron de su casa. Un vecino de ellos los vio irse. Fue el último testigo del pequeño con vida.
Según Michelle esa tarde fueron primero a un parque en Holmdel donde jugaron a la pelota y visitaron el zoológico de mascotas. Luego, sin buscar a su sobrina como había dicho que haría, se fueron directo a la feria de diversiones. Llegaron antes de las 7 de la tarde. Poco después se encontró por casualidad con otra sobrina, Jennifer Blair-Dilcher, quien había ido con una amiga. Michelle se veía nerviosa y las sorprendió diciendo que había perdido de vista a Timothy… Que lo había dejado en la cola de un juego mientras ella había ido a buscar una gaseosa y, cuando regresó, él ya no estaba. Las tres buscaron al policía apostado en el lugar y le contaron lo que pasaba.
La reacción fue inmediata y la feria fue cerrada. Con el correr de los minutos comenzaron a llegar más oficiales de policía y bomberos a los que se sumaron voluntarios. Unas 300 personas buscaban al niño dentro y fuera del área. No estaba por ningún lado.
Un agente le pidió a Michelle ropa de Timothy para que los perros entrenados pudieran seguir su rastro. La llevó en el auto policial hasta su casa y en el camino pararon donde trabajaba Bruno, ex novio de Michelle, ella le contó lo ocurrido llorando. Volvieron con la ropa para los perros entrenados, pero los animales pese a su gran olfato no encontraron rastros de Timothy en el área.
Al día siguiente, los detectives comenzaron a entrevistar a los empleados de la feria y a los visitantes. Era difícil conseguir precisiones sobre qué habían visto en medio de tanta gente. Una empleada dijo que poco después de las 7 de la noche había observado en su stand a un niño con una remera y shorts rojos estampados, similares a los que llevaba puesto Timothy. Otro, recordó haber ayudado a un chico que llevaba zapatillas con dibujos de las Tortugas Ninja. Nada demasiado preciso.
La “traición” de Bruno
La policía no solamente buscó en la feria y sus alrededores. Dos días después requisó, también, el auto y la casa de Michelle. Revisaron hasta la basura que les entregó el dueño de la propiedad que Michelle alquilaba. Y registraron las llamadas salientes y entrantes de su teléfono.
Uno de los primeros en ser eliminados de la lista de sospechosos fue el padre biológico de Timothy. George Wiltsey estaba en Iowa al momento de los hechos y eso quedó probado con facilidad.
Mientras tanto, Michelle le decía a su hermana y a su ex su novio, que no podía ni comer ni dormir. Las versiones que le contó a Fred Bruno sobre lo ocurrido, en los días subsiguientes, fueron todas distintas. En una dijo que lo había dejado en la cola con una mujer; en otra, que había ido con esa mujer y dos hombres a buscar dinero para los juegos a su auto y que esa mujer le había puesto un cuchillo a “Timmy” en el cuello y se lo había llevado en su vehículo. Bruno le preguntó si había anotado la placa del auto, si podía describirlo, si había gritado pidiendo ayuda… Todas sus respuestas fueron “no”.
Él empezó a sentir que su ex decía incoherencias y que nada de lo que le decía era verdad.
Los investigadores idearon un plan. Llamaron a Fred Bruno y lo convencieron para que los ayudara. Tenía que llamarla por teléfono y tratar de que hablara y contara la verdad sobre lo ocurrido aquella noche. Ellos grabarían la conversación.
Accedió, pero Michelle no era tonta. Le dijo que no hablaría de esas cosas por teléfono y que solamente lo haría en persona. Al día siguiente, concretaron el encuentro en el auto de Bruno que ya había sido acondicionado por el FBI con micrófonos. Michelle repitió lo último que había relatado a la policía. Ante la confrontación de su novio de por qué no lo había dicho antes y cambiaba de historia, ella se justificó: había sido por temor a que la gente pensara que era una mala madre por dejar a su hijo con una mujer que apenas conocía.
El caso llegó al show America’s Most Wanted y la foto del pequeño circuló por todos lados. En los cartones de leche y en los papeles pegados en postes de luz.
La prensa encontró una ironía en la fecha de la desaparición de Timothy: había sucedido en el Día Internacional de los Chicos Desaparecidos. Aquel que se había establecido en memoria de la desaparición de otro menor, en 1979 en la ciudad de Nueva York, llamado Etan Patz. Coincidencias de fechas e infortunios.
Inconsistencias y declaraciones contradictorias
Michelle había declarado que esa tarde del 25 de mayo antes de la feria había ido con su hijo, en auto, al parque Holmdel. Dijo que había estacionado en el parking. Pero había un detalle no menor: resultó ser que ese día el estacionamiento del parque había estado cerrado.
Otros detalles que no cerraban para los detectives eran los testimonios de la feria a la que supuestamente habían asistido. ¿Había llegado realmente con Timothy al lugar? No lo podían probar. Era de noche y ninguno de los que dijeron haber visto a un menor parecido lo conocía realmente. Ni siquiera habían conversado con él. Les estaba costando situar a Timothy en el lugar que su madre sostenía.
Un testigo, al revés de esos ocasionales desconocidos, sostuvo que esa noche había charlado con Michelle: “Yo estuve hablando con ella y ¡no estaba con ningún niño! Cuando escuché que faltaba el pequeño me molesté porque yo no lo había visto cuando estuve con ella”. Estos dichos sí resultaron creíbles.
Para la policía el último avistaje serio comprobado de Timothy había sido el de su vecino esa misma mañana. Luego de eso había más incógnitas que certezas.
Una semana más tarde la policía citó nuevamente a Michelle. Ella cambió su versión una vez más y relató que dos hombres la habían amenazado con un cuchillo y se habían llevado a su hijo. Le habían exigido que guardara silencio. Los detectives ejercieron presión con sus preguntas y la madre explotó: les dijo que la acusaran si no le creían. Se fue furiosa.
La novia de un hermano de Michelle, quién había cuidado muchas veces por las noches a Timothy, testimonió que Michelle solía volver después de la hora pactada y que una vez la había llamado para decirle que estaba demorada y que dejara al pequeño con un hombre que lo cuidaría. Como la baby sitter no conocía a ese sujeto, se negó. Michelle volvió enojada y obligó a Timothy a subir al auto que manejaba su novio Fred Bruno. A la ocasional niñera esto le preocupó porque, según ella, Timothy le tenía terror a Bruno.
Cuando Fred Bruno fue interrogado, negó haber sido violento con el pequeño, dijo que nunca le había pegado y aclaró que jamás se quedaba a dormir en la casa de Michelle porque sus padres no se lo permitían. Además, él no deseaba tener con ella una relación seria.
La policía puso a Michelle en la mira. Se había convertido en la sospechosa principal del caso.
Ella volvió al día siguiente con su hermana y una amiga y contó su historia inverosímil con detalles distintos.
En esta versión contó: con esos dos hombres había también una mujer; que se habían ofrecido para cuidarlo mientras iba a comprar una gaseosa para no perder el lugar en la fila y cuando volvió se lo habían llevado. Esa mujer se llamaba Ellen y la conocía porque era clienta de un banco en el que había trabajado. El FBI, que ya estaba involucrado en la investigación, jamás pudo hallar a esa tal Ellen. Para ellos, todo era un invento al que la madre iba adosando detalles.
Hubo, días más tarde, un cuarto interrogatorio. Fue áspero y duró más de cinco horas. Confrontada por los detectives de homicidios de nuevo empezó a gritar que la querían acusar.
En la siguiente vez que entró a ratificar sus dichos sumó el hecho de que los hombres que habían secuestrado a Timothy le habían advertido, que si ella no hablaba, en un mes se lo devolverían sano y salvo. Esta última declaración duró doce horas durante las cuales no probó bocado. En los interrogatorios Michelle se volvía cada vez más hostil y sus estados de ánimo cambiaban con rapidez, de las lágrimas pasaba a la furia y aseguraba que su hijo era lo más importante de su vida.
¿Un romance en medio de la pena?
La presión de la prensa era tal que Michelle decidió dejar su casa, quería escapar del acoso mediático: “todos esperan ver a una madre en pena en la televisión, quebrada, llorando, histérica (…) Eso es algo que no haré”.
Una amiga de la hermana de Michelle, Marie Krause, le ofreció mudarse a su casa. Marie vivía con su marido policía, Bob Javick, un hijo pequeño y estaba embarazada. Michelle aceptó y se instaló con la familia. Durante ese mes que vivió con ellos se apoyó mucho en Bob. Él la llevaba a declarar a la estación de policía y salían juntos a correr. Un día Marie encontró una carta muy comprometedora de Michelle donde hablaba del amor con su marido. ¡La madre que debía estar llorando por su hijo estaba teniendo un romance con su esposo!
Marie la confrontó y todo terminó pésimo.
Un tiempo después, Michelle admitió haber tenido un aborto espontáneo producto de esos días de pasión. Marie terminó, como era previsible, divorciada.
La pasión con este hombre en medio de la desgracia… ¿había sido un escape al dolor o, por el contrario, era una muestra de que esa pena no existía?
La zapatilla izquierda número 35
Cinco meses después de que Timothy se hubiese evaporado, el 26 de octubre de 1991, un maestro llamado Daniel O’Malley encontró algo clave. Naturalista y amante de la observación de pájaros, estaba en eso con un amigo en un área boscosa y de pantanos en el centro de negocios Raritan Center, en Edison, New Jersey, cuando vio algo que llamó su atención. Era una zapatilla infantil con un dibujo de las Tortugas Ninja. Era número 35 y para un pie izquierdo.
Daniel había seguido de cerca el caso de Timothy Wiltsey porque tenía un hijo de su edad. Tenía grabada su cara sonriente, su pelo castaño, sus ojos marrones y lo que llevaba puesto. Sabía que él pequeño desaparecido llevaba ese día unas zapatillas de las Tortugas Ninja. Se dio cuenta de la importancia del hallazgo de manera inmediata. Y pensó ¿qué hacía un niño jugando en ese lugar tan aislado? Parecía algo imposible.
Llevó la zapatilla a la policía, pero sintió que la respuesta fue tibia: “Era fin de semana. Creí que me llamarían el lunes…pero no lo hicieron. Pensé que estarían saturados con pistas”.
Cuando se la mostraron a Michelle, ella dijo no reconocerla. La policía igual la guardó como posible evidencia.
Pero Daniel no se conformó y fue con el relato de su hallazgo al medio local The Home News of New Brunswick. El diario puso el tema en su portada. El periodista que hizo la nota siguió la pista de la fabricación de la zapatilla y llegó hasta un local que las vendía muy cerca de la casa donde vivían Michelle y Timothy. Bingo. La presión venía de todos lados. Pero el laboratorio del FBI no pudo encontrar ADN en la zapatilla. Con todo lo que salía publicado Michelle se vio empujada a hablar. Llamó a la policía y dijo que la zapatilla, efectivamente, podría ser de su hijo. Lo cierto es que la caja del calzado que ella había dado en su momento coincidía con las especificaciones de la zapatilla hallada.
Aristas de una ausencia prolongada
El agente del FBI, Ron Butkiewicz, se hizo cargo de la investigación al comenzar 1992. En marzo decidió entrevistar nuevamente a Michelle. Ella reiteró su historia de esa tal Ellen y los hombres, pero al agente le llamó poderosamente la atención la falta de emociones que demostró en su relato. Luego, citó a Daniel O’Malley, el maestro que había encontrado la pista de la zapatilla. Le pidió ir juntos al lugar y coincidió con él que era rarísimo que un chico jugara en un lugar tan remoto.
Siguió entrevistando a los conocidos de Michelle y así fue que consiguió una novedad impactante: Michelle Lodzinski conocía perfectamente la zona del Raritan Center porque había trabajado allí tres años antes.
Ese detalle sobre este trabajo había sido omitido en sus declaraciones anteriores. Para el profesional del FBI era una omisión deliberada. La volvió a citar y ella admitió haber trabajado en el parque empresarial, pero dijo que nunca había salido del edificio del complejo.
Theresa McConnell, la vecina de Michelle, también declaró. Cuando le inquirieron si la había visto llorar a Michelle por su hijo cuando pegaban carteles por su desaparición, respondió seria: “No. Ella parecía una persona en una misión”.
El pequeño esqueleto
Entre el 23 y 24 de abril de 1992 un equipo policial especial se dispuso a buscar meticulosamente en la zona del complejo Raritan. Específicamente en el área pantanosa dónde había aparecido la zapatilla izquierda.
No demoraron mucho en hallar la derecha. Estaba a unos 40 metros de donde Daniel había encontrado la otra. Apareció también una funda de almohada.
Los detectives de homicidios olían que estaban en el camino correcto.
Dos horas después, a unos 170 metros, se sorprendieron con una calavera pequeña. Y, en unas ruedas de tractor, hundidas un metro en el barro de un riacho, encontraron diez huesos más, jirones de ropa, restos de un globo de Tortugas Ninja y una manta azul y blanca totalmente embarrada.
La identidad de Timothy pudo comprobarse por los registros dentales. En ese pantano había terminado su cadáver. ¿Qué había ocurrido?
El caso cambió su carátula a homicidio. Pero la causa de su fallecimiento no se pudo establecer por el deterioro que presentaban los restos.
Cuando Michelle fue informada llamó a su vecina para contarle del hallazgo. Theresa McConnell declaró llorando: “Me lo dijo de una manera calma: ‘encontraron a Timmy’. Eso me rebotaba en mi cabeza, una y otra vez”. Además, relató que Michelle se negó a ir hasta el lugar para colocar una ofrenda a su hijo. Es más, Theresa aclaró, que nunca la había visto llorar. Pero las lágrimas no son prueba de nada. Podría ser que simplemente Michelle estuviera seca por dentro y por fuera, que se hubiese convertido en un desierto por la angustia padecida.
El detective a cargo Butkiewicz encaró a la madre del pequeño: ¿por qué el cuerpo había sido hallado en un sitio donde ella había trabajado, detalle que ella había omitido en sus primeras declaraciones? Sin expresar emociones ella expresó que su trabajo era en la cercanías de los edificios, que no conocía el lugar y aseguró que nunca había visto ni esa manta ni esa funda de almohada.
Noticias de un secuestro…
En mayo de 1992 se llevó a cabo la ceremonia fúnebre de Timothy. Michelle parecía temblar y se apoyaba en sus padres.
Había declarado mil historias distintas, había fallado en el detector de mentiras dos veces, era desafiante con la policía y se la veía poco conmovida… pero sin evidencia concreta que la ligara al crimen de su hijo no había nada que hacer. Ella seguía libre.
En enero de 1994 el auto de Michelle fue encontrado abandonado con la puerta abierta en la puerta de la casa que compartía con su hermano. Su familia denunció que ella había desaparecido.
Un día después, Michelle reapareció en una comisaría de Detroit, Michigan. Aseveró que acababa de ser liberada luego de haber sido tomada prisionera por dos hombres que le habían dicho ser del FBI. Volvió a su casa.
Los policías no creyeron el cuento y probaron que las tarjetas que ella había dicho eran de esos tipos, habían sido impresas en un local a pedido de la misma Michelle. El detective Butkiewicz la acorraló con el dato y ella tuvo que admitir que había fingido su secuestro. Fue sentenciada a seis meses de prisión domiciliaria y a tres años de probation. En realidad, habría inventado esta historia para evitar ser citada a declarar en otra causa de un novio. La mente de Michelle daba para todo.
La vida sin Timothy y más hijos
En el año 1997 mientras cursaba el embarazo de su segundo hijo, Michelle se declaró culpable de haber robado una computadora de su trabajo para dársela a su novio policía como regalo de Navidad. Pero él se dio cuenta de que era robada y lo reportó a sus superiores. Otra vez, fue sentenciada a cuatro meses de arresto domiciliario.
Poco después de que naciera Daniel, en 1998, Michelle se mudó al estado de Florida. En 1999, se trasladó a Apple Valley, en Minnesota. Allí se casó en 2001 e intentó comenzar otra familia. Pero el matrimonio no duró mucho y embarazada de su tercer hijo, Benjamin, volvió a Florida en 2003. Compró una pequeña casa en Port St. Lucie, donde se instaló con los dos pequeños mientras se desempeñaba como asistente paralegal. En su casa desplegó en una pared una gran foto de Timothy: les explicó que él había sido su hermano mayor.
Una vuelta de tuerca
Cumplidas dos décadas desde la desaparición de Timothy, el investigador Scott Crocco decidió rever el caso. Quería resolverlo. Se enfocó en la manta embarrada recuperada y en los huesos. Los investigadores creían que era ilógico que el pequeño la hubiera acarreado en la feria con el calor que hacía esa noche, unos 32 grados. Pensaron que más bien que había sido tomada de la casa para cubrir el cuerpo luego de la muerte, ya fuera intencional o accidental, de Timothy. Pero ni Michelle ni la familia de ella la habían reconocido.
Entre las nuevas entrevistas que realizó Crocco estuvo la sobrina de Michelle, Jennifer Blair-Dilcher, con quien ella había dicho haberse encontrado en la feria cuando no encontraba a Timothy. Jennifer, quien había apoyado a su tía en su momento y ahora ya no lo hacía. Se había sentido traicionada por ella cuando, por sus problemas con heroína y sus internaciones, Michelle aconsejó que le quitaran a sus hijos. Esta vez, cuando Crocco le mostró la manta y la funda de almohada, inmediatamente reveló que esa manta estaba en el apartamento de Michelle en aquella época y que ella misma la había usado muchas veces, cuando cuidaba a Timothy, para abrigarlo. Pero los peritos no pudieron hallar en la manta el ADN de Michelle.
Aunque nadie dudaba en la fuerza policial de que Michelle tenía mucho que ver con la desaparición y la muerte de su hijo, no tenían evidencia concreta.
Detenida al fin y ¿el juicio final?
El 6 de agosto de 2014 Timothy hubiera cumplido años. Ese mismo día Michelle (46) fue detenida y acusada por su muerte. El precio para su fianza fue de dos millones de dólares. Sus testimonios cambiantes, sus omisiones, sus mentiras, sus fracasos ante el detector de mentiras, su falta de emociones, la falta de móviles para pensar en otro tipo de delito… todo eran pruebas circunstanciales. Pero hacían pensar en su culpabilidad.
Iría a juicio.
En marzo de 2016 comenzaron los alegatos. La acusación señaló todo lo que expusimos antes. Gretha Natarajan, una perito médica, aseguró que si bien la causa del fallecimiento no había podido establecerse por los restos, basándose en otros factores, todo conducía a un homicidio.
La defensa pretendió fabricar historias absurdas que no llegaron a buen puerto.
Luego de escuchar a 68 testigos el jurado comenzó a deliberar y dio su veredicto: culpable de asesinato en primer grado. ¿El motivo? El pequeño se había convertido en una molestia para su vida.
En enero de 2017 el juez sentenció a Michelle Lodzinski a 30 años de prisión sin posibilidad de libertad condicional. Fue trasladada al correccional de mujeres Edna Mahan, en Nueva Jersey.
La profundidad del fondo
Los abogados de Michelle apelaron. Y en enero de 2020 llegaron hasta la Corte Suprema de Nueva Jersey. Después de una larga lucha y de cientos de recursos jurídicos complicadísimos, sus abogados consiguieron que, debido a que la evidencia física contra ella era tan escasa y el mal manejo que se había hecho de algunas de las pruebas, se admitiera su pedido para rever el caso. En 2021 el resultado de esto terminó dando vuelta la sentencia anterior: la evidencia no había sido suficiente para semejante pena.
Luego del nuevo veredicto absolutorio por falta de pruebas, se estableció que no podría ser re juzgada aun si surgiera nueva evidencia en el futuro.
Caso cerrado.
La tarde del 28 de diciembre de 2021 fue liberada. Una nueva y curiosa coincidencia: era el Día de los Santos Inocentes.
Su abogado, Gerald Krovatin, dijo que ante la noticia su cliente lloró y dijo: “oh my God”. Y agregó que era un gran día para la justicia porque las sentencias debían estar basadas en evidencias, no en especulaciones o emociones.
Michael Lodzinski, el hermano menor de Michelle, no pensó lo mismo y criticó la decisión porque hoy está convencido de su culpabilidad: “Lo que hicieron los jueces fue robarle la justicia a un pequeño niño, les debería dar vergüenza”.
La verdad incontestable es que Michelle está libre y ya nadie podrá conducirla nuevamente al banquillo de los acusados. Solo ella sabe exactamente qué hizo esa calurosa noche de primavera.
Este es el capítulo de la historia de Timothy que, sin la voz de Michelle, jamás podrá ser escrito.