Si de algo podemos dar lecciones los venezolanos es de estabilidad inflacionaria, inflación e hiperinflación. Todos lo sabemos porque lo hemos sentido y sufrido en carne propia, inclusive manejamos información precisa de la situación del exterior por los venezolanos que se cuentan por millones y constituyen una magnífica agencia noticiosa económica para comparar realidades. Siempre hay alguien que nos lo dice y saca la cuenta de ese fenómeno de aumento general y generalizado de los precios de todos los bienes y servicios, en efecto dominó. Este aumento implica un descenso en la adquisición de bienes y el suministro de peores servicios, un gasto mayor innecesario de dinero del que no se tiene suficientemente o, simplemente, no se tiene, lo que lleva a una desaparición de las ofertas de trabajo o posibilidades de empleo. Como vemos, es una enfermedad que puede ser crónica y, peor, provocada, deliberadamente, por el gobierno de turno. Y el círculo es vicioso, empeorando, cuando ni siquiera hay expectativas de obtener algunos ingresos en un plazo razonable, mientras que el gobierno prende la máquina de hacer billetes sin respaldo alguno; en otras palabras, sin ingresos reales legitimados por el trabajo honrado, limpio y sostenido. Si no hay producción ni productividad en el país, por supuesto que no hay una economía sana ni cuerpo que resista esa realidad, más de las veces, trágica.
Claro que vivimos bajo el régimen de la desinformación, la represión y la censura. Por más que lo ordene la Constitución de la República, el Banco Central de Venezuela no da las cifras reales, constantes y sonantes, como ocurría en la segunda parte del siglo XX venezolano. Es más, en este siglo, no da ninguna, sino cuando le viene en gana, acaso cada dos o tres años. Cuando los especialistas calcularon una inflación de más de 5 mil puntos, el BCV sólo reconoció entre 2 y 3 mil, y, además, literalmente, decreta el fin de la hiperinflación. Así que, sin cifras oficiales, le sabe a casabe al gobierno que cada quien saque la cuenta de sus desdichas, y se agarre de la idea de que es un fenómeno universal. Mayor gravedad del problema es, por una parte, cuando desaparece la unidad monetaria nacional. Lo que se compraba con un fajo de billetes, ahora se requiere una carretilla, pero he acá que la microelectrónica acude en auxilio del socialismo que nos engaña: el régimen le quita ceros (0) a las cifras y todos los trámites se hacen electrónicamente. Además, el bolívar ya no se devalúa frente al dólar porque es reconocido, en la práctica, como moneda nacional aunque es el imperio el que la emite, se devalúa frente a sí mismo. Una cosa absurda y disparatada de un régimen que no produce nada; un régimen sospechoso de manejar inmensas cantidades de reales de dudosa procedencia y de quebrar hasta la industria petrolera, la misma que le dio estabilidad por más de 40 años a los precios del petróleo, como bien lo ha escrito y requeté escrito José Toro Hardy. Tuvimos una inflación baja y controlable, y pegamos el grito al cielo cuando subió a 100 puntos, y descendió gracias a las bondades del plan de ajustes económicos y reforma estructural de Carlos Andrés Pérez que muy tardíamente imitó Rafael Caldera, siendo ya tarde y teniendo al chavismo como una guacharaca inventora de pobrezas inexistentes, pero, en este presente, concurren. Y hoy, la gente arriesga su vida en el infierno del Darién.
Por otra parte, la gravedad se acentúa cuando los expertos de la oposición, o los que se suponen tales, descubren la América diciendo que la inflación y la hiperinflación, contada la canasta básica de alimentos en más de 500 dólares mensuales, en un país con un salario mínimo que ronda los 2 y 4 dólares, se debe a la falta de reservas internacionales, como si viviéramos los tiempos de una economía más o menos sana, como la de antes. Algo está pasando con los especialistas que no explican bien el asunto o no se dan cuenta que este es el régimen del socialismo del siglo XXI que ha inventado una nueva visión: la inflación es un fenómeno de alcance universal, por lo que Nicolás Maduro y sus ministros de ninguna manera son responsables de la situación económica que atraviesa el país. Además, acá se hizo dogma político de una fórmula que se supuso controlaba la inflación: el control de precios. Javier Milei comenta, en uno de sus libros, (que, por supuesto, sólo llegó a Venezuela por la casualidad de un par de viajeros que lo traerían, pues en el país no hay dinero para importar libros), que “no existe un solo caso en la historia en el que el control de precios haya detenido la inflación o haya evitado la escasez de productos” (Pandenomics. La economía que viene en tiempos de mega recesión, inflación y crisis global, Galerna, Buenos Aires, 2020, pág. 346).
Venezuela lleva más de veinte años con controles absolutos de precios y una burocracia habituada y especializada para sacar provecho del asunto. Sin embargo, es verdad que la cosa tuvo que aflojarse un poco para evitar el colapso, prender la lavadora de dólares. Además, esa aparente liberación que sólo beneficia a una minoría muy ínfima de la población, nos sorprende ver a alguien sacar del bolsillo un fajo de dólares en un país donde la emergencia humanitaria compleja no ha cesado. Esto tiene sus bemoles porque el mismo Milei dice que “si estamos interesados en bajar la inflación, debemos comenzar a mirar lo que pasa en el mercado monetario y no en el mercado de bienes” (pág. 349). De modo que, en primerísimo lugar, debemos preguntarnos si hay mercado monetario limpio y transparente; o, peor, si todo es un vulgar artificio. De modo que superar la inflación, significa superar al régimen.
Esta es nuestra realidad económica, más allá de las grades teorías y fórmulas que pueden mostrar una escueta radiografía de lo que realmente ocurre en nuestro país. El tema no es solo económico, sino también social; es la suma de esa gran cantidad de antivalores que se crearon y se manejan libremente en nuestra da sociedad para así el régimen pueda tener el control de la sociedad que se ha dedicado netamente a su supervivencia individual. Como respuesta podemos creer ver algunos parches de mejoría, cuando realmente no lo son. Son respuestas de una liquidez que surgió de grandes capitales que toco invertirlos dentro del país, por temor a las sanciones internacionales. Seguimos insistiendo, resistiendo y persistiendo. Esta burbuja inflacionaria explotará y ojalá nos traiga la solución a largo plazo que esperamos desde 1999.
@freddyamarcano