Ramia al Sus vivió un auténtico infierno desde que su marido fue declarado muerto hace una década en una cárcel del régimen sirio. Fue amenazada por las fuerzas de seguridad, privada de la herencia de su esposo y obligada al exilio.
A sus 40 años, esta madre de tres niños se vio obligada a refugiarse en el vecino Líbano en 2016. Nunca supo cómo murió su marido y no puede vender o alquilar las propiedades confiscadas por las autoridades.
“Por el hecho de ser mujer, todo se vuelve casi imposible”, explica a AFP, haciéndose eco de un lamento repetido por muchas esposas y viudas de prisioneros sirios.
“Mis hijos no hubieran sufrido tanto si me hubieran detenido a mí. Los han dejado sin nada, pero yo insisto en ganar algo a cambio”, dice.
El régimen del presidente sirio Bashar al Asad desplegó una brutal represión contra la revolución de 2011, que desencadenó una guerra con casi medio millón de víctimas mortales.
Alrededor del mismo número de personas, en su mayoría hombres, habrían sido arrestados en prisiones del régimen desde entonces, de los que decenas de miles murieron por torturas o por las precarias condiciones.
Aunque fuera de los muros de la prisión, sus esposas tampoco pueden considerarse libres, ya que viven dentro de un laberinto burocrático en una sociedad y un sistema legal que favorece a los hombres, afirma Ghazwan Kronfol, un abogado sirio residente en Estambul.
Sin los certificados de defunción de sus maridos, las viudas no pueden reclamar la herencia o sus bienes, explica.
Tampoco pueden acceder a sus propiedades inmobiliarias si fueron confiscadas por las autoridades, añade.
Y todavía peor, ni siquiera tienen garantizada la tutela de sus hijos y los jueces a menudo se la otorgan a un familiar hombre.
“Todo esto ocurre además del chantaje financiero y el acoso sexual” de los agentes de seguridad, denuncia Kronfol.
– “Presa fácil” –
La ley antiterrorista siria de 2012 estipula que el gobierno puede requisar temporal o permanentemente las propiedades de los prisioneros acusados de terrorismo, un cargo usado a menudo como comodín contra civiles con supuestos vínculos con la oposición.
El gobierno habría decomisado activos de reos por valor de 1.540 millones de dólares desde 2011, según un informe en abril de la Asociación de Detenidos y Desaparecidos de la prisión de Sednaya.
Esta entidad instalada en Turquía fue fundada por antiguos presos de Sednaya, la mayor cárcel del país en las afueras de Damasco, que se ha convertido en sinónimo de tortura y abusos del régimen sirio.
La casa de Sus y sus tierras forman parte de las propiedades confiscadas por las autoridades después de que su esposo fuera arrestado durante una redada en 2013 y acusado de cargos vinculados con el terrorismo que ella desmiente.
Unos meses después, las autoridades le entregaron “un número de cadáver”, explica.
Sola y pobre, pasó años yendo de una oficina de seguridad a otra tratando de solventar todos los obstáculos burocráticos. Pero allí solo encontró hostilidad e intimidaciones.
“Las mujeres son presa fácil”, afirma.
Temiendo la persecución de las fuerzas de seguridad, huyó a Líbano en 2016, aferrada a la vieja bolsa de plástico roja y blanca en la que conserva las escrituras de propiedad y muchos otros documentos oficiales.
Dispone de poco dinero, pero sigue pagando sobornos y honorarios de abogados para intentar recuperar sus bienes.
“Quiero venderlos, no por mí, sino por mis niños”.
– “Me he convertido en una mujer fuerte” –
Salma, de 43 años y con cuatro hijos, también escapó a Líbano tras la desaparición de su marido en el agujero negro que es el sistema penitenciario de Siria.
Una vez que preguntó por su situación en 2015, las fuerzas de seguridad la encerraron en una habitación y la amenazaron.
“Nunca pregunté por él de nuevo”, dijo Salma, que pide usar un seudónimo por cuestiones de seguridad.
Cuando intentó vender la casa y el coche de su marido, se dio cuenta que había sido confiscado por el Estado.
“Vendí todas mis joyas para comprar esa casa”, explica.
En su calvario, algunas mujeres encontraron un rayo de esperanza en el empoderamiento adquirido tras haber sido abandonadas a su suerte.
Es el caso de Tuqqa, de 45 años y cinco niños, cuyo marido también desapareció en la cárcel. Para ella, la vida antes de la guerra ya era dura por el conservadurismo social y religioso del país.
“Ni siquiera me permitían abrir la puerta de casa, mucho menos de ir a hacer las compras”, dice.
Pero todo cambió al convertirse en la única tutora de sus hijos.
Terminó por mudarse a Líbano, donde consiguió trabajo y asistió a talleres y formaciones sobre medios de subsistencia organizados por grupos de ayuda, un paso adelante respecto a su aislada vida anterior.
Sus hijos no heredarán la casa de su padre, pero Tuqqa confía en que hereden nuevos valores. “No crío a mis hijos como me criaron a mí”, dice.
Ahora, Tuqqa se siente preparada para enfrentarse a los desafíos: “He perdido mucho, pero me he convertido en una mujer fuerte (…) Ya no soy la mujer que vivía tras unas puertas cerradas”.
AFP