Dos estamentos destacan entre muchos otros, porque son atacados implacablemente desde el poder establecido en Venezuela: el trabajo y la educación. Ambos se conjuntan en las universidades que han venido padeciendo los embates destructivos de esta onda tropical, de este huracán inclemente con los seres humanos denominado socialismo del siglo XXI, instaurado en Venezuela y dirigido ahora por Nicolás Maduro.
La educación le importa un bledo a ese socialismo. El trabajo mucho menos. Esto ha significado el arrase de las universidades en todo sentido. Para aferrarse al poder no necesitan ninguno de los dos estamentos que le estorban. Educación de calidad les suena a romanticismo anticuado. El objetivo único de garantizar la permanencia infinita, a su parecer, en el control del Estado y la expansión del control político en América Latina, con apoyo foráneo irrestricto, no va a reducirse con pensamientos elaborados acerca del valor de la educación y el trabajo para sátrapas inescrupulosos, para criminales al mando. ¿Que importancia tiene una escuela para un malandro? ¿Para un malandro que significado puede tener un trabajador? Su mirada sobre estos aspectos es de sorna incontenible.
De este modo han elaborado, así como puesto en práctica el desconocimiento y la destrucción del valor social de ambos estamentos. El trabajo lo aprecian como sometimiento. Esclavitud moderna. Explotación laboral sin contención. Porque base fundamental del socialismo este ha sido enterrar la Constitución, los convenios internacionales, como los Derechos Humanos, así como las leyes. El despotismo fluye de este modo en su máxima expresión. De nada les ha servido que en la carta mayor se establece que educación y trabajo son los procesos fundamentales del Estado. La fuerza bruta es el proceso fundamental del Estado tomado por ese socialismo.
¿Reclamar derechos? ¿Ante quien? Si el socialismo siglo XXI, esta desgracia tropical por aplicar el mayor de los despotismos no contempla separación alguna de poderes, manda sobre todo, sobre todos. El derecho a la educación para estos déspotas solo va ligado a la ideología política, a su ideología y a su manera de entender la política. ¿No está claro el mensaje con la figura se Super Bigote estampada en cuadernos y morrales? Esto significa que la juventud entiende que aquí nada tiene que buscar. Como en efecto, la carencia de un futuro digno obliga a marcharse a otros derroteros, a marcharse por la vida. Porque formarse aquí, aparte de haber reducido la calidad, impide un plan de vida que indique razones para la permanencia.
Igual ocurre con académicos y trabajadores universitarios. No se van. Los echan. Pretender la esclavitud en las casas donde se imparte el mayor conocimiento y donde este se produce, es acabar con el concepto de universidad. ¿Trabajar para la escasa sobrevivencia con el fin de tener algo de fortaleza para volver al otro día? ¿Sin respeto a los acuerdos laborales? ¿Con descarada reducción de sueldos? ¿Sin protección alguna de la salud, de la familia? La explotación laboral al llegar a la universidad concreta su destrucción. Encima se imposibilita materialmente la investigación. ¿Quien queda? ¿Para que, así?
El éxodo, cifrado ahora en más de siete millones de coterráneos, el primero del mundo, sin lugar a dudas, como lo será por mucho tiempo, seguirá incrementándose por la huida permanente también de los universitarios, perseguidos implacablemente por el régimen del terror. La universidad carecerá de vida mientras este permanezca. La reconstrucción hacia una universidad liberada significará mucho esfuerzo e inversión. Partiendo, por supuesto, del reconocimiento absoluto de que si, de que el trabajo y la educación deben ser los procesos fundamentales del Estado. Un Estado no despótico, donde haya separación de poderes y reconocimiento a los acuerdos internacionales y nacionales. No es este. Tenemos la obligación permanente de ir por el.