Rafael Tomás Caldera: A los 60 años del encuentro de Caldera y Adenauer

Rafael Tomás Caldera: A los 60 años del encuentro de Caldera y Adenauer

Rafael Tomás Caldera se dirige a los asistentes del evento “Caldera y Adenauer 60 años, Frutos de un encuentro de dos estadistas” auspiciado por la fundación Konrad Adenauer, en Caracas el 19 de octubre de 2022 | Foto cortesía

 

Al referirse a Konrad Adenauer, primero de los líderes mundiales que estudia en su reciente libro sobre el liderazgo, Henry Kissinger caracteriza la fecunda acción del estadista como una estrategia de la humildad. En verdad, tras la Segunda Guerra, le correspondió sacar adelante un país despojado por el rendimiento incondicional. Sin embargo, fue capaz, como dijera Ángela Merkel, de dar a Alemania “perspectiva y estabilidad tras el fracaso de la República de Weimar y los horrores del Nacional Socialismo”.

Con ello ya se pone de manifiesto su excepcional calidad humana: un líder dotado de un carácter templado por la adversidad y movido al mismo tiempo por una visión de la Europa unida. Así, “en tan solo dos años después de llegar a ser canciller —escribe Kissinger— Adenauer había logrado la participación de Alemania en la integración europea”.





Todo esto estuvo fundado en una clara conciencia del fondo ético de la política. “Tendremos éxito, escribe Adenauer a Schuman a propósito del plan presentado por este último para la creación de la Comunidad del Acero y el Carbón, solo si no dejamos que nuestro trabajo sea guiado solamente por consideraciones técnicas y económicas, sino que lo ponemos sobre una base ética”. De allí su preocupación constante por las personas que deberían llevar a cabo las políticas de los Estados, personas guiadas por principios, “inmunes —dice— a los slogans o la presión”.

1962, año que ahora conmemoramos, sitúa un tiempo clave en el ámbito internacional. Son años de guerra fría, de intensa confrontación entre Este y Oeste. En 1961 se construye el Muro de Berlín, expresión concreta de la tensión entre la Europa bajo el comunismo y la égida soviética, y el hemisferio occidental, del cual Berlín era en el momento un punto neurálgico. Además, en octubre de 1962 el mundo se estremece y contiene el aliento ante un posible conflicto nuclear a gran escala, al saberse que la Unión Soviética había colocado misiles de mediano alcance en la isla de Cuba, frente a las costas de los Estados Unidos. Del 16 al 28 de octubre será muy grande la tensión.

Por si fuera poco, un año más tarde, el 22 de noviembre de 1963 el presidente Kennedy fue asesinado en Dallas. Ese mismo año, en el mes de abril, el canciller Adenauer había renunciado a su cargo.

Tiempo de convulsiones cuando, sin embargo, Adenauer mantiene intacta su convicción ética y su rechazo al avance del comunismo internacional, que deberá ser enfrentado antes que nada en las cabezas y los corazones de la gente. La Unión Soviética será por ese entonces una poderosa maquinaria de propaganda ideológica y de cooperación, para lograr que se implantaran nuevos regímenes comunistas tanto en el mundo occidental como en Asia.

En nuestro país, no lo olvidemos, la juventud de Acción Democrática, que había desertado de sus filas para fundar el Movimiento de Izquierda Revolucionaria, haciendo causa común con el Partido Comunista Venezolano y bajo la inspiración de Cuba, decide lanzarse a la lucha armada para la conquista del poder. 

El movimiento guerrillero marcaría con sangre esos años y su fuerza gravitacional atraería las mentes de buena parte de la juventud venezolana (aunque no se sumaran formalmente a la insurrección). Los militantes de la izquierda marxista se harán así fuertes en las universidades, donde se verán confrontados por los jóvenes de inspiración cristiana y democrática.

En Venezuela se vivían entonces años difíciles para consolidar la democracia tras la década del gobierno militar y, podría añadirse, por ser un país con una larga tradición militarista. En la visión de algunos, eso facilitaba el proyecto de establecer entre nosotros un régimen semejante al cubano.

Por ello, cuando el 2 de febrero de 1962, Rafael Caldera visita a Adenauer en su casa de Rhöndorf, le planteará —de viva voz y en un memorándum— temas que tiene muy presentes y lo movilizan en su lucha política. La situación de la América Latina, primero, que ha de avanzar en el camino del desarrollo y construir formas de vida democráticas. Es, como dirá en una conferencia en Washington ese mismo año de 1962, una “prueba crucial para la civilización cristiana”. Hace notar cómo, a las dificultades inherentes al subdesarrollo económico y social, se añadía, por una parte, la persistencia de gobiernos y movimientos reaccionarios, que habían gozado del beneplácito del Departamento de Estado; y por otra, la creciente arremetida de los movimientos comunistas de izquierda, respaldados por la Unión Soviética

En medio de ello, despuntaban los movimientos demócrata-cristianos, con una adhesión creciente de las juventudes en nuestros países, pero cuyo perfil propio debía ser aún reconocido en la opinión mundial. En una entrevista con el presidente Kennedy, Caldera insistió en el punto, crucial para estos movimientos social-cristianos, puesto que los americanos, tras su respaldo a las dictaduras y gobiernos de derecha en la América Latina, ahora solo reconocían el protagonismo de los social demócratas. 

Tales planteamientos encontraron un oído atento en el Viejo, en franca sintonía con ellos. Así, madurarán en un proyecto de cooperación —y en la propia Fundación Konrad Adenauer— de lo cual conmemoramos ahora los sesenta años de fecunda trayectoria.

Cuarenta años menor que Adenauer, Caldera sin embargo compartía con él muchos elementos personales. Ambos habían nutrido su pensamiento con las encíclicas papales Rerum Novarum y Quadragesimo anno donde, afirmará Caldera, se encuentra una “norma clara y segura” para la acción. En el centro de esa enseñanza se halla el valor de la persona humana, la persuasión de que el trabajo no puede ser considerado una mercancía, la importancia clave de la familia como elemento fundante de la vida social. Se tiene presente, por otra parte, el papel subsidiario del Estado en el desarrollo normal de la sociedad.

Más importante quizá, ambos eran hombres de carácter firme, de fe cristiana recia y vital. Caldera podía tener sobre su mesa de trabajo, para que le sirviera de oportuno recordatorio, una ficha con aquel lema: lucha como si hubieras de vivir siempre; vive como si hubieras de morir mañana. Podría asimismo haber hecho suyas las palabras del gran canciller cuando le preguntaron cómo quería ser recordado. Adenauer dijo entonces: cumplió su deber.

La escasez de medios en partidos jóvenes que —dirá Caldera— “no son entre nosotros agrupaciones electorales sino organismos en permanente actividad”, hacía muy importante poder recibir ayuda “no de gobiernos, pero sí de organizaciones políticas del mismo corte ideológico”.

El programa de cooperación que tomará su inicio en ese primer encuentro de estos dos estadistas tendrá resultados que acaso superaron todas las expectativas. Basta observar lo que significó el IFEDEC para la democracia cristiana en el Continente y en Centro América para llegar a esa conclusión.

Pasaron por el IFEDEC jóvenes de muchos países del universo latinoamericano, para recibir o consolidar una comprensión de la política sólidamente fundada en los principios y con énfasis en esa entraña ética del carácter de la persona, tan opuesta a la frecuente corrupción en el mundo político.

Fruto particular de la labor formativa del IFEDEC fue el libro Especificidad de la Democracia Cristiana, reeditado muchas veces y traducido a varias lenguas, donde Rafael Caldera traza en prosa clara y concisa el perfil de los movimientos demócrata-cristianos. Ese libro nace justamente de un curso dictado en 1966-1967.

La cooperación internacional permite pues incentivar el desarrollo y crecimiento de lo que son tan solo semillas o primeros brotes en el ambiente de otros países. Su necesidad y su eficacia se pueden juzgar luego por sus frutos, que no significan en modo alguno la implantación de algo foráneo, ajeno al medio, sino un impulso y apoyo a legítimos movimientos surgidos en cada país, que reciben el aporte de pueblos más desarrollados.

Y así como “el orden social hay que desarrollarlo a diario”y es una tarea de cada generación, la oportunidad y el valor, la necesidad se podría decir, de esta cooperación internacional se mantiene vigente en el tiempo. 

A sesenta años del encuentro de Caldera y Adenauer, el esfuerzo en la tarea ha de ser renovado. 

Tras la caída del muro de Berlín, algunos pensaron que, con el fracaso de la Unión Soviética, había llegado el fin de la historia. El comunismo era cosa del pasado y se abría el tiempo de un nuevo orden liberal en el mundo. Su impacto en la economía se hizo sentir, acaso de modo severo en los países en  vías de desarrollo. Mejoraron las cifras del crecimiento, pero con ello vino una marcada desigualdad, con sus consecuencias directas en la conducción de las sociedades: de las empresas, los gobiernos, los medios de comunicación.

El marxismo, sin embargo, no desapareció. Ha podido decirse que mutó en sus planteamientos y sus estrategias con la inspiración de Gramsci. De esta manera, ha sido muy eficaz su actividad en las universidades y en la formación de la opinión pública, donde la izquierda ha exhibido una superioridad aplastante, incluso en países de larga tradición democrática como los Estados Unidos.

Hemos vuelto a una confrontación entre el economicismo que privilegia el capital por sobre las personas y el igualitarismo ahora embozado en las ideologías woke o de género. Con ello, parecería haber pasado el momento de la democracia cristiana y así ha ocurrido de hecho en algunos países.

Al propio tiempo, la falta de fundamento y el impacto de las redes sociales en la vida política han fragmentado ese consenso que une a las sociedades y, de modo paradójico, han abierto la puerta a los llamados populismos, donde una oclocracia a menudo sustituye a las formas normales de la democracia liberal.

No se ha agotado, sin embargo, la virtualidad de los principios para dar respuesta a los desafíos actuales y orientar la política. La dignidad inalienable de la persona humana, el valor fundamental de la familia, el sentido humano del trabajo siguen siendo verdades fundamentales. Hacen falta los hombres y mujeres de convicciones firmes y actitud generosa que los hagan presente en la sociedad de hoy.

A la cooperación internacional le toca, ahora como en sus inicios, el desafío de contribuir a formar una nueva generación, preparada para elevar el nivel de la política. Para lograr que esta no se limite a ser un arte de lo posible, según la expresión acuñada, sino que sea —como pudo decir Arístides Calvani— el arte de hacer posible lo bueno.

Es necesario pues renovar el esfuerzo. Ocurrió en Venezuela que, al asentarse el régimen democrático, se vio descuidada la formación de los jóvenes en ese contenido ético de la política, que marca la diferencia, y nos hemos encontrado con técnicos y tácticos que no han podido frenar el avance del llamado “socialismo del siglo veintiuno”.

Pero es necesario también, y acaso en primer término, renovar el mensaje, de tal manera que se interprete las nuevas situaciones a la luz de los principios permanentes y se proponga una respuesta adecuada a las circunstancias.

No todo es posible en cualquier momento de la historia. El rumbo de los acontecimientos, sin embargo, no depende de fuerzas ciegas e inconscientes. Depende de los dirigentes que, con buen sentido y fortaleza, sean capaces de orientar la vida de las naciones; cuya voz, acreditada por la comprensión de la realidad y por sus ejecutorias coherentes, pueda convocar verdaderos movimientos populares para llevar a cabo sus propuestas. 

En lo que fue su último mensaje, Rafael Caldera insistió: “No habrá sin embargo resurgir de los partidos sin una verdadera calidad humana de sus dirigentes. Nuestros pueblos volverán a valorar las soluciones propuestas por la Democracia Cristiana en la medida en que la línea seguida por quienes la propugnan sea capaz de interpretar a la gente sencilla, hablar un lenguaje directo hacia su corazón e inspirarle confianza en su rectitud de intenciones, en su convicción sinceramente vivida de que hay que realizar la justicia y la solidaridad social”.

Tenemos el ejemplo de Konrad Adenauer, tenemos el ejemplo de Rafael Caldera. Y con ellos, el de tantos dirigentes en diversos países de nuestro mundo que hicieron posible y actual un modo de hacer política cónsono con la dignidad de la persona humana y la primacía del bien común.

Al conmemorar, con satisfacción y agradecimiento, estos fecundos sesenta años de la cooperación internacional de la Fundación Konrad Adenauer, solo queda formular el deseo sincero de que pueda mantenerse en el tiempo su valioso aporte. Como en 1962, es mucho lo que está en juego hoy en nuestro mundo y, sin duda, en particular en la América Latina.